Después del coche, la bicicleta se ha convertido en el vehículo por excelencia para los habitantes de muchas ciudades europeas. Pero donde no resulta tan fácil encontrarlas es encima de un escenario. Aunque estén concebidas para el transporte, un grupo de músicos asturianos ha demostrado que también tienen potencial en el ámbito artístico. Diego López, y Pedro y Aníbal Menchaca han creado Tour Mallets, un espectáculo audiovisual que rinde homenaje a estas compañeras metálicas de dos ruedas.
Pedro es un apasionado de la música inusual y el responsable del programa de radio online Vericuetos, así como del festival del mismo nombre. Además de diseñar la ambientación sonora de exposiciones y performances, toca en varias agrupaciones. Su hermano se mueve en un mundo paralelo. Se dedica a poner sonido a producciones cinematográficas y ha publicado varios discos con distintas bandas asturianas.
La idea surgió de Diego López: «Por aquel entonces trabajaba en una tienda de deportes y se puso a hacer música con los timbres de bicicleta que vendía», cuenta Pedro Menchaca. Cuando habló de su afición a los dos hermanos, el trío decidió ir un poco más allá y añadir otros instrumentos sin perder la esencia ciclista de la orquesta.
El timbráfono es «una especie de vibráfono con varios timbres colocados sobre unas maderas», explica el músico gijonense. El vibráfono tradicional se parece bastante a un xilófono —pero se compone de láminas de aluminio— y se toca con mazas de diferente talla y materiales que definen la variedad sonora.
También han fabricado una biela de gamba, «una rueda cuyos radios percutimos o tocamos con el arco de un violín», indica Pedro Menchaca. Y continúa explicando el resto de recursos: «Utilizamos bombas de aire [de hinchar] para hacer ritmos y una bici completa para producir distintos sonidos».
Para completar el elenco, reproducen ruidos característicos de las bicicletas que procesan en directo con un programa informático. Y han reservado un hueco para algunos instrumentos convencionales: una guitarra y un bajo eléctricos, un sintetizador analógico y unos pedales de efectos.
Las inquietantes melodías resultantes van acompañadas de una proyección de imágenes que sumerge al espectador en un viaje experimental ambientado por la música. «Los visuales los preparó una amiga, Irene Pis, combinando fotogramas de antiguas películas de ciencia ficción», comenta Pedro Menchaca.
La banda define su actuación como «un concierto en varios movimientos cíclicos interpretado por una agrupación de cámara de aire» o, más brevemente, «concierto ciclotímbrico». Su estreno mundial se produjo en abril en el Centro de Arte y Creación Industrial Laboral de Gijón, con motivo de la iniciativa 30 días en bici, que invitaba los ciclistas de la ciudad a pedalear todos los días del mes para fomentar el uso diario del vehículo de dos ruedas.
«La acogida fue muy buena», señala Pedro Menchaca. Muchos asistentes acudieron montados sobre un sillín y al final de la actuación les hicieron partícipes del proyecto. «Utilizamos los sonidos de sus bicicletas, grabándolos y reproduciéndolos de forma sincronizada en bucles», prosigue el músico.
Hasta la fecha no han ofrecido ningún otro concierto, pero el asturiano asegura que no descartan volver a hacerlo: «Los instrumentos están ahí y si surge la oportunidad, repetiremos».
Además de su propuesta, existen otras alternativas para ver bicicletas sobre un escenario. El musical Spin, por ejemplo, homenajea a Annie Londonderry, la primera mujer que cruzó el mundo en padales en 1895. Otro ejemplo es Villa Quitapenas, una obra teatral interactiva de la compañía valenciana La Lola Boreal cuya trama gira en torno a la bicicleta. Ni las bicicletas son sólo para el verano, ni sólo para los caminos. Resulta que también pueden dar la nota.
Es todo una gran fula