Si hubiera que buscar un símbolo que definiera a España y a lo español fuera de nuestras fronteras, ganarían por goleada el toro y el traje de faralaes.
De hecho, este último, enfundado en el cuerpo de una muñeca que recordaba mucho a una de nuestras folclóricas más grandes, Lola Flores, ha sido el souvenir más vendido a turistas (extranjeros y nacionales también), al menos hace unos años (quién no recuerda haber visto a la muñeca flamenca adornando el televisor en casa de la abuela).
La bata de cola es la prenda glamurosa con la que las mujeres de cualquier estamento social se pasean estos días por la Feria de Abril de Sevilla. El traje de gitana, de flamenca o de faralaes, como se guste llamar, tiene su origen en las clases humildes de Andalucía.
Con el paso del tiempo, el diseño de estas batas de cola se ha ido modernizando y actualizando, pero siempre con un denominador común: suelen estar hechos en talleres artesanales, de producción local y cada pieza, cada vestido, está pensado para reutilizarse durante años prestándose a la transformación, el cambio de complementos o, como se diría ahora, el upcycling.
«Apenas existe el desperdicio en los tejidos de la moda flamenca. Entre volante y volante, al final no te sobra casi nada de tela, te quedan pequeñas tiras que incluso te puedes guardar en el taller para el año que viene, por si le tienes que meter algo», explica la diseñadora navarra Alba Amigo, que se ha estrenado este año en la Feria de Sevilla con sus pantalones de flamenca. Incluso su distribución, alejada de intermediarios, es más sostenible ya que va de la tienda a la clienta directamente.
La idea de diseño ecofriendly con la que se promueven estos vestidos folclóricos se refuerza, además, con iniciativas como la de Ikea, en colaboración con la escuela Sevilla de Moda, que ha organizado un concurso de moda flamenca donde los vestidos debían estar hechos con telas sobrantes de cojines, cortinas y otros textiles de la marca sueca.
De todo ello habla Asunción Blanco Pozo en este artículo de Igluu.