Es un asunto de personas. La mirada de Tristan Pigott no vio conveniente desviarse a vericuetos menos cotidianos que los de la gente más o menos común. Su pintura explora la llamada de los rostros urbanos a través de su recorrido por los días normales, los que viven y sufren todos los mortales.
Se graduó hace menos de dos años pero su contacto con la pintura es eterno. «Mi padre es pintor, por lo que yo veía aparecer asiduamente nuevas pinturas en las paredes y le acompañaba a exposiciones desde que tengo uso de razón», explica el propio Pigott.
Desde que se dedica a esto a tiempo completo, hace escasamente un año, su escrutinio no se aleja demasiado de aquello que tiene más próximo. Pigott disfruta analizando cómo las personas utilizan diferentes herramientas para mostrar al exterior lo que les pasa por el alma.
El londinense es amante de la fotografía (de hecho, su punto de partida a la hora de crear es ese) y esa influencia es decisiva en el realismo de su pintura. Sin embargo, un pertinente alejamiento de ella le permite introducir en su expresividad elementos surreales y composiciones algo más imaginativas.
Sus óleos otean sin rubor el trabajo de artistas como John Currin, Stuart Pearson-Wright o Matthew Weir. «Me permito a mí mismo ser influenciado e inspirado tanto como sea posible. Vivir en Londres también afecta decididamente lo que pinto», cuenta el británico. Aunque la Common People de Pulp estaba más al norte, en Sheffield, la de Pigott no difiere mucho de ella. Ni de la de los demás, bien pensado.