En esto de viajar en avión hay clases, y no necesariamente pasando por caja. Si uno se limita a reservar su billete de avión sin más preocupaciones, las condiciones del vuelo quedan en las manos del azar. Es decir, que cabe la posibilidad de que viaje en el medio de una hilera de tres asientos, o bien que por overbooking le hagan un codiciado upgrade, o salto a una clase superior y viajar como un rajá. ¿Se puede realmente intervenir en el libre albedrío del ordenador o la elección del personal de tierra? Bien, no siempre funciona, pero con el paso del tiempo es posible aprender una serie de técnicas con las que se aumentan las probabilidades de que el vuelo sea una experiencia mucho más placentera. Vamos con ellas:
– Mejor madrugar. A todos nos ha pasado. Apurar con el cálculo de las horas y cualquier retención en el trayecto al aeropuerto pueden significar un estrés añadido e innecesario. No hay peor arranque en un viaje que llegar con el corazón en la mano, sudando, y con la megafonía anunciando el ‘last call’. Mucho mejor llegar con una hora de margen y disfrutar de un café asegurándose la calma.
– Equipaje de mano: que lo sea de verdad. Otro de los puntos que genera más estrés es llegar al asiento cuando el grueso de los pasajeros ha ocupado sus plazas. A esto se añade no encontrar sitio en la parte superior para guardar ese maletón que bordea los límites de las dimensiones legales. Una pequeña mochila o bolsa son más que suficientes para cubrir las necesidades de un viaje y siempre caben bajo el asiento delantero. Por otro lado, es absolutamente recomendable llevar en el equipaje de mano todo aquello que por valor o necesidad debamos tener a nuestro lado en destino. Las maletas, por desgracia, se siguen perdiendo.
– Sin prisa para embarcar. Es algo que llama poderosamente la atención. Los asientos en los vuelos están previamente asignados y sin embargo, cuando se anuncia el embarque, se pueden ver las prisas mal disimuladas por entrar los primeros en el avión. La recomendación es mantener la calma y ponerse en la cola cuando apenas queden tres o cuatro personas por delante: nadie nos quitará nuestro sitio, y el embarque será mucho más placentero. Lo mismo es aplicable para abandonar el avión: el primero que lo hace apenas saca ventaja sobre el grueso de pasajeros que van detrás.
– Sí, se puede elegir un asiento mejor. Los que viajan mucho saben que en un avión, y por el mismo dinero, pueden ubicarles en una plaza con mucho espacio o en otra en la que no pueden ni utilizar los reposabrazos. La máxima será en todo momento tratar de lograr los asientos frente a la salida de emergencia, no para abandonar el avión antes en caso de accidente, sino porque cuentan con mucho espacio delante por razones de seguridad. Algo que se agradece en los viajes, en especial si son largos. En este sentido, lo mejor es estar atentos a la apertura de la facturación, que se suele producir 24 horas antes del despegue, y en el ordenador o desde el móvil, reservar alguna de esas salidas de emergencia. Algunas líneas aéreas cobran un sobreprecio por las mismas, pero realmente merece la pena pagarlo.
– La app en el móvil. Todo depende de la línea aérea, pero tener la aplicación de la compañía con la que se va a viajar puede aportar un punto de ventaja adicional, y aquí se trata de intentar mejorar con respecto al resto de los viajeros, aunque sea en milímetros. Así, por ejemplo, la mayoría de las apps permiten hacer el check-in desde el móvil y elegir el asiento, pero algunas, como la de British Airways en Heathrow, te anuncian en tiempo real la puerta de embarque o las posibles incidencias del vuelo.
– El codiciado upgrade. ¿Se puede o no lograr que nos cambien a primera clase por la patilla? Al respecto se habrán escuchado todo tipo de historias, pero todos conocemos a alguien a quien le han subido de categoría y ha logrado un viaje de ensueño. En la mayoría de las ocasiones depende del azar y que el overbooking deje fuera a algún pasajero, pero sí hay una posibilidad aunque resulte remota: pedirlo abiertamente y con una sonrisa. Si le caemos bien al empleado que esté en facturación y entre dentro de sus posibilidades, es posible que nos devuelva la sonrisa con un billete para Business. Ser socio del programa de puntos de la aerolínea definitivamente ayuda. Pero tampoco hay que obsesionarse con ello: el objetivo es viajar a gusto, y esto pasa también por evitar las altas expectativas y posteriores decepciones.
– ¿Dormir o no dormir? Claro, evidentemente el viaje se hace mucho más llevadero si se duerme, pero por desgracia algunos son incapaces de dormir en cualquier cosa que no se parezca a una cama. Sin embargo, tampoco se trata de ir contando pesadamente las horas (en especial si el viaje es transoceánico). Hay un buen truco que sirve igualmente para llegar descansados: ponerse un antifaz y, muy importante, unos buenos tapones para los oídos. Es posible que no todo el mundo consiga dormirse, pero el tiempo que se esté relajado con los ojos cerrados será bien aprovechado por el organismo para reponerse. Y se nota después.
– ¿Y las comidas? En los primeros viajes intercontinentales que se hacen, es tentador mirar la hora antes de decidir si hincar el diente o no al menú en el vuelo. Con el tiempo se aprende que lo mejor es dejar que el estómago escoja por nosotros: si tenemos hambre, lo mejor es comer, aunque nuestra muñeca diga que son las 5 de la mañana. Cuanto menos alcohol, mejor, y es conveniente tener siempre a mano una botella de agua para darle algunos sorbos aunque no tengamos sed.
– La ropa adecuada. La temperatura en cabina puede pasar del trópico en la pista a ser glacial a velocidad crucero en cuestión de unos pocos minutos. Lo mejor es llevar todas las capas posibles para cubrir todas las posibilidades. En cualquier caso, hay que asegurarse siempre de llevar bien cubiertos los pies aunque sea en verano. Y que los pantalones no nos aprieten mucho durante el vuelo. Ir con chanclas puede bastar para agarrarse un resfriado.
En realidad, son pocos los elementos que podemos controlar para lograr que nos suban de categoría en el avión, pero sí podemos intervenir en el resto de factores para conseguir que el viaje sea muy agradable. Posiblemente lo más importante sea la actitud: dejarse sorprender por lo que suceda y no aferrarse a expectativas elevadas. Intentar disfrutar de cada momento del viaje y no desear llegar cuanto antes también ayuda. Y si además de todo esto conseguimos un asiento en salida de emergencia, entonces a dormir a pierna suelta. Literalmente.