Si los tuiteros te ponen una etiqueta (#pollavieja, #cuñao, #feminazi), estás perdido. Todo lo que digas confirmará el prejuicio.
Hace años, en los psiquiátricos, un diagnóstico podía suponer una cadena perpetua. Por eso, entre 1968 y 1972, el psicólogo David Rosenhan realizó una serie de experimentos cuyos resultados cabrearon mucho a los psiquiatras.
Primer experimento: cuerdos en el manicomio
Ocho falsos pacientes acudieron a distintos hospitales de Estados Unidos.
Manifestaron un único síntoma: una voz que les susurraba palabras como «vacío» o «hueco».
Les diagnosticaron esquizofrenia.
Una vez ingresaron, actuaron con normalidad. Dijeron que las alucinaciones no se habían repetido y pidieron el alta.
Los profesonales no detectaron a los impostores, pero algunos de los enfermos sí: los tomaron por investigadores.
Solo los soltaron cuando aceptaron la enfermedad y la medicación.
Segundo experimento: ¿dónde está la bolita?
Un hospital desafió a Rosenhan y pidió que enviara pacientes falsos para detectarlos.
El psicólogo envió 193 personas.
El centro presumió de haber detectado a 41 falsos.
Pero Rosenhan no había enviado un solo paciente real.
Los prejuicios ganaron a la ciencia
Los psiquiatras interpretaron conductas normales como pruebas de locura.
Los infiltrados tomaban notas y lo asumieron como un signo de paranoia.
Tuiteros y loqueros viejos
#Señoro #Hembrista #Cipotudo #Extremista
Son muestras de pereza mental: catalogar es más fácil que debatir.
Hay personajes públicos de Rosenhan: Javier Marías, Barbijaputa, Pérez Reverte…
¿Qué conseguimos al etiquetarlos?
Pierden el derecho a los matices.
Dejan de ser personas y se convierten en hashtags.
Pero…
Ellos también caen en la trampa y etiquetan a otros.
En Twitter somos una comunidad de loqueros cortos de miras.