En la cultura mixe, se aprende desde la infancia a tocar instrumentos, hay como veinte palabras relacionadas con la musicalidad y los pueblos dedican casi todo el dinero de sus fiestas patronales a que las bandas estén a gusto porque la gente «se siente así más cerca de sus dioses». Pero en la cultura mixe no existe la palabra ‘música’.
La palabra que usa el pueblo mixe es ‘suunë’, que significa «una pieza para bailar o escuchar». Y suunë es lo que aprenden las cerca de 200 personas que anualmente estudian en el Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe (Cecam), en Santa María Tlahuitoltepec, un pueblecito en la sierra norte de Oaxaca, en México.
La alumna más pequeña tiene 4 años y el más mayor, 34. La escuela tiene albergue para dormir porque muchos chicos provienen de pueblos de la costa, a 14 horas en coche. Todos limpian, todos cocinan, todos componen y aprenden tanto de la música tradicional como de la academia. En la sierra norte existe un dicho que dice algo así como que un pueblo sin música es un pueblo sin vida. Por eso, desde niños están cantando, golpeando, solfeando.
«El repertorio que se toca exige a los niños cierto nivel de ejecución; la función social que la música tiene en las fiestas mixes requiere que sea movida, rápida, para bailar», explica Víctor Martínez, director del Cecam, en una visita a Ciudad de México.
La música es tan importante que en las fiestas patronales de Oaxaca, los pueblos prestan sus bandas para que haya seis bandas tocando y la mayoría del dinero se gasta en el hospedaje y la actuación de los grupos, cuenta Vladimir Medina, director de la orquesta del centro.
El Cecam ahora tiene alumnos de toda Oaxaca, pero inicialmente solo eran de la zona mixe. «Siempre hubo mucha resistencia de la comunidad mixe para impedir que cualquier forma ideológica externa se arraigara ahí, siempre hubo defensa de ideas, de autonomía y de territorio. Los españoles no pudieron conquistarnos, ni los zapotecos, se nos conoce como los jamás vencidos porque es una región que se mantuvo siempre al margen. La conquista solo vino a través de la música y la religión», dice Martínez, que fue alumno del Cecam.
La escuela de los jamás vencidos festeja ahora su 35 aniversario con un disco que fusiona la música de banda tradicional oaxaqueña con el blues, rock, jazz, bolero, son jarocho, rap y chilenas. En el álbum llamado Xëëw (fiesta, en mixe), colaboran artistas como Lila Downs o Natalia Lafourcade. ¿Pero no era una comunidad muy cerrada? «En todas las fiestas debe de haber invitados», dice Medina. «Y queríamos que nos ayudaran a difundir a nuevos públicos. Invitamos a artistas que tuviéramos cierta coincidencia en el discurso musical y que estaban dispuestos a colaborar», añade.
«Es un experimento: sacamos a los artistas de su comodidad al arriesgar tocando géneros tradicionales, y al Cecam, de un circulo un poco cerrado, que siempre tuvo proyección. Es un primer paso para abrirse a otros círculos musicales y sociales», explica Jorge Atristain, gestor cultural y productor del disco.
Las palabras que sustituyen a la palabra ‘música’ tienen un sentido: la interacción de sonido con los sentimientos de la gente se ve en cómo se comparten hacia los demás. «Por eso no ha habido una cerrazón, cualquier cosa sonora que permita manifestar algo es valido», dice el director de la escuela.
Dice el director de la orquesta que en esta escuela no te echan por hacer ruido. Los alumnos están todo el día tocando y estudiando, desde que se levantan a las 5 a.m. hasta que se acuestan a las 12 de la noche. «Yo no crecí en esta tradición, llegué de fuera, y mi primera visión fue esta: cuando te vas a dormir ellos siguen estudiando y cuando me voy a despertar, también».
Y cuando se van de vacaciones a sus pueblos, siguen tocando. «Al no existir un término que signifique música, las palabras relativas significan sentimientos musicales a través de la convivencia», concluye el director del Cecam.