La exploración urbana o urbex podría resumirse así: un tipo y sus amigos se cargan las mochilas, llegan a una edificación antigua y en desuso. Después esquivan a los vigilantes y se escurren al interior. Y mientras husmean por el predio –un hotel, un túnel o un viejo parque de diversiones— cuentan a cámara lo que saben del sitio y de su historia. Entonces el grupo vuelve a salir, esquiva nuevamente a la policía y, cuando llega a casa, sube su material a Instagram o a YouTube.
Lejos están los años dorados en que aún existía lo desconocido: el valle del Antiguo Egipto, «el doctor Livingston, supongo», y las marchas suicidas al Polo Norte. Estos exploradores se aventuran en una nueva dirección: hacia las ruinas flamantes y el polvo fresco, hacia la arqueología de nuestra propia civilización abandonada.
Esta actividad, que no es ni deporte ni acampada, se rige por un principio: «Toma solo fotografías. Deja solo pisadas». Y se ha vuelto un pasatiempo tan popular que el Discovery Channel ya produce y emite un programa especializado sobre urbex. Uno de sus exploradores mohosos y polvorientos, Steve Duncan, incluso da charlas en TED.
Todo empezó en Gran Bretaña en los años 50, con el surgimiento de la arqueología industrial. Esta disciplina comenzó a desarrollarse como respuesta a la rampante desaparición de reliquias industriales y arquitectónicas de la era victoriana. Por eso tanto allí como en otros países pronto nacieron movimientos nacionales de defensa del patrimonio cultural. Esos son los mismos puentes, molinos y castillos que hoy están protegidos. Sin embargo, había otro grupo que mostraba una curiosidad inusual por investigar lugares atípicos: los exploradores urbanos.
Los urbexeros, disculpen el neologismo, no roban, ni pintan, ni vandalizan; aun así su frenesí descubridor conlleva ciertos riesgos. Algunos son riesgos de índole legal, pues las instalaciones que escogen visitar son producto del esfuerzo humano y como tal son propiedad privada. También corren riesgos de los otros: una fractura, un corte o una simple caída pueden resultar fatales, si uno se encuentra solo en una planta automotriz oxidada, desierta y aislada del bullicio de la ciudad.
Pero estos especialistas suelen ser deportistas experimentados: montañistas, espeleólogos y cultores de otros deportes extremos. Por norma viajan en grupo y van bien pertrechados. Una mochila para urbex deberá contener mapas, linternas, kit de primeros auxilios, agua, teléfono y cámara (muy importante porque nada existe si no se filma). Yo les aconsejaría que también llevasen un abogado, por si apareciera un policía.
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Del mismo modo que el deporte tradicional dio lugar a los patrocinados por Red Bull, las travesías a tierras lejanas dejaron paso a un creciente interés por el espacio urbano: catacumbas, cloacas, túneles y todo tipo de estructuras construidas por el hombre. Pero los urbexeros son de riesgos tomar y cada vez visitan sitios más inauditos: la laberíntica Línea Maginot con sus tristísimos murales o el Sathorn Unique, el rascacielos muerto de Tailandia. Incluso han conseguido poner de moda los viajes a la capital mundial de la radiactividad: Chernóbil.
Aun así hay quien no se anima a ir de extranjis a uno de estos páramos. Para ellos en las grandes ciudades hay grupos y guías de urbex, algunos legales y otros no tanto. En París el novato puede acceder a las estaciones fantasmas de metro y, si tiene suerte, a las catacumbas, inaccesibles a no ser que uno conozca a un guía. Las catacumbas de Roma, en cambio, son un lugar favorito de los turistas.
«Si está prohibido, debe de ser divertido», dicen en Abandoned Berlin, un sitio que recomienda destinos como el parque de diversiones y dinosaurios Spreepark, o las torres de Teufelberg, una estación de la NSA que data de la guerra fría. Berliner Unterwelten, una ‘sociedad de exploración y documentación de arquitectura subterránea’, los acompañará por cada bunker y túnel que surque las entrañas de la ciudad. Pero ciudades menos frecuentadas como Minneapolis, Denver o Detroit también atraen sus fans. Y lejos de Londres, en Newcastle, el Ouseburn Trust realiza paseos por el Victoria Tunnel, obviamente un túnel de la era victoriana.
Los adeptos al urbex tienen principios, pero si no les gustan, los cambian por otros. Por eso a veces sus aventuras se tornan frívolas. En ocasiones se centran en hoteles abandonados hace tan poco tiempo que sus habitaciones aún tienen camas con las sábanas puestas. En otros casos, esta disciplina se mezcla con el periodismo creando el ‘dron-cumental’ o la fotografía artístico-histórica. Un ejemplo de esto último es Ralph Mirebs, descubridor del Cosmódromo Baikonur en Kazajstán.
Y por supuesto también hay practicantes más cafres que deshonran la noble aventura de la exploración y la convierten en un circo. Como esa pareja de periodistas que hicieron el largo viaje a Chernóbil con la sola intención de cazar jabalíes radiactivos armados con fusiles de asalto. Como comprenderán, nadie puede asegurar que esa gamberrada no sea el principio de una nueva modalidad: el urbex ‘gonzo’, un deporte de riesgo que enorgullecería al mismísimo creador del periodismo salvaje, Hunter Thompson. Aunque a muchos de nosotros solo nos cause vergüenza ajena.
7 consejos para el explorador urbano:
–Atente a los lugares históricos. Una gasolinera no lo es.
–Pide permiso al propietario. Es más sencillo que llevar un abogado.
–Pide permiso a la policía. Ellos conocen al propietario porque lo protegen.
–Únete a un grupo. A los urbexeros ortodoxos no les gusta, pero es mejor que tener que amputarte el brazo con un cortaplumas.
–No se autoproclamen ‘exploradores urbanos’. La condena es menor si dicen que son fotógrafos.
–No lleven destornilladores u otras herramientas. Hay objetos que son muy difíciles de justificar.
–No se lleven lo que no les pertenece. Pueden encontrarse con un tipo armado con un destornilador.
Qué linda idea esta de explorar. Yo lo hacia en el campo, en viejos cascos, nunca intente con fabricas… Llama a la aventura.
yo siempre lo hice.. desde los 16 años me aventuré a viajar, siempre solo, siempre a cciudades desconocidas. Aunque no chernobyl, la verdad
[…] Urbex: jugar a los exploradores entre las ruinas de una ciudad […]
Es mejor pedir perdón que pedir permiso…. 😉
Y por otro lado los sitios «no históricos» pueden ser iguales o mejores que los históricos.
En el año 65 tuve oportunidad de recorrer los parques y jardines y mirar a través de las ventanas las instalaciones completas (con las mesas puestas, con su vajilla, cuadros, etc) del viejo Hotel Edén de La Falda (Córdoba- Argentina) que había quedado abandonado después del segundo gobierno de Perón, o sea, fui una pionera en esta nueva modalidad. Muy bueno el artículo!
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Siempre me han gustado este tipo de cosas, algunos sitios te ponen los pelos de punta he imaginas por un instante aquellas personas que pasaron por ese lugar o como seria en esa epoca la calle de enfrente, lo llevo practicando muchos años por mi zona aunque poco o nada queda ya abandonado. Tiene sus riesgos y como dicen el mejor consejo es jamas ir solo.
Saludos.