La muerte era bella. Un viaje a un remanso de paz eterno que se aceptaba con calma y que se acometía bajo los efectos del sueño. Para que fuera bella, la muerte había de sobrevenir sin dolor y en silencio, alcanzando al mortecino en la cama, rodeado de sus seres queridos. A esa la llamaban la buena muerte y era la prueba de que el difunto había llevado una vida alejada del pecado. Pero, aunque la buena muerte es un concepto medieval, la bella muerte es algo más reciente que, tal como vino, se volvió a marchar.
Philippe Ariès es probablemente el historiador que en mayor profundidad ha estudiado la construcción cultural de la muerte en Occidente y cómo la hemos trasladado de la plaza pública al lugar en el que nadie pueda intuirla a menos que la busque.
El autor francés percibe un cambio repentino en un libro: Cumbres borrascosas. «Todo cuanto en una novela más antigua habría sido erótico, macabro y diabólico se vuelve apasionado, moral y mortuorio», escribe Ariès. Es, en el momento en el que Emily Brönte escribe la novela, cuando «pasamos del erotismo macabro de los siglos XVII-XVIII a la hermosa muerte del siglo XIX».
A raíz de este libro, Ariès descubre que «se hallan confundidos la imagen tradicional del reposo y de la espera, la supervivencia temporal del cadáver sepultado, la belleza física de la muerte, el vértigo que el semblante de la muerte provoca en los vivos, la atracción del infinito…».
La muerte, hasta entonces, ni siquiera era un momento íntimo. Como explica Alfonso M. Di Nola en La negra señora, «hasta mediados del siglo XVIII persiste la exigencia del moribundo de sentirse rodeado por los demás, con la consecuencia de que la muerte se convierte en un hecho público y en ocasiones espectacular».
Diseccionar un cadáver era un espectáculo y al mismo tiempo una cuestión didáctica hasta que la encarnación de la muerte se convirtió en algo espantoso que ya nadie quería ver. Las Venus anatómicas que vinieron a sustituir los cadáveres devolvieron la belleza a la muerte y se convirtieron en espectáculo de masas. Exactamente igual que los cadáveres de antaño pero con la salvedad de que parecían reales y no lo eran.
[pullquote author=»Víctor Hugo»]La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas
con el mismo secreto, con idéntico enigma[/pullquote]
Un día, el profesor de anatomía y cirujano Guillaume Desnoues fue a buscar a Zumbo, famoso por sus teatros itinerantes de la muerte, con una petición nada común. Tenía que convertir el cadáver en descomposición de una mujer embarazada en una modelo de cera. «Más allá de simplemente crear el primer modelo anatómico, la colaboración entre Zumbo y Desnoues marcó el lenguaje para las anatomías de cera que estaban por venir en la creación e idealización de los cuerpos de cera que parecían incluso recién muertos en un estado de animación suspendida, o vivos», escribe Joanna Ebenstein.
La historiadora define la cera como si del ser humano se tratara: «sólida y fundida, estable y efímera, carne y simulacro, aparentemente viva, pero meramente material». Por eso, ha imitado la anatomía humana desde en Antiguo Egipto y ha sido partícipe de ritos fúnebres en varias culturas, ya fuera creando réplicas del difunto o iluminando su camino al más allá en forma de velas.
Ebenstein estaba recorriendo museos anatómicos y entonces la vio. En La Specola (Florencia) descubrió la Venus Anatómica de Clemente Susini, la más famosa. Quedó fascinada por estas figuras de cera con pelo real, ojos de cristal e incluso diademas de oro y collares de perlas y, desde entonces, ha recorrido varios museos anatómicos de Europa en busca de sus «hermanas» para fotografiarlas mientras se adentraba en su historia.
Ode to an Anatomical Venus es el artículo en el que adelanta las conclusiones de The Anatomical Venus, el libro que acaba de publicar Thames&Hudson en Inglaterra. En este volumen, la creadora de Morbid Anatomy explora la historia de estas figuras que hoy despiertan sensaciones contradictorias y que resultan bellas y siniestras a la vez.
Desde el siglo XVIII, estas figuras han seducido, intrigado e instruido a partes iguales. «¿Cómo podemos entender hoy un objeto que es a la vez una representación seductora del ideal de belleza femenino y una demostración explícita del funcionamiento del interior del cuerpo? Cómo podemos ver sentido a un artefacto que estaba al mismo tiempo en una feria y en un museo médico?», se pregunta la autora.
Pero las Venus anatómicas no son un fenómeno aislado, sino que forman parte de todo un conjunto de instrumentos y figuras que respondían al eslogan que a menudo se utilizaba en los museos anatómicos y en los teatros de miniaturas como el de Zumbo: «conócete a ti mismo». Aunque su finalidad era meramente didáctica y se crearon para enseñar a médicos, cirujanos y parteras, se convirtieron en todo un espectáculo itinerante de connotaciones eróticas que cayó en el desprestigio.
Según escribieron Alicia Sánchez Ortiz, Nerea del Moral y Roberta Ballestriero en un artículo académico sobre la anatomía femenina en cera, las Venus anatómicas «se muestran ante nuestros ojos como si su cuerpo aún conservase un halo de vida, en un estado de placidez lánguida, a la espera de ser observadas por un espectador deseoso de descifrar los secretos que su interior guarda.
Sus poses elegantes, combinadas con el uso de almohadones de seda sobre los que reposan tumbadas y la expresión relajada de sus rostros, contribuyen a una presentación de la pieza en la que se ha borrado cualquier asociación con la muerte y, en consecuencia, se logra alejarla de la sensación dolorosa que provoca el cadáver diseccionado».
Se las ha alejado del cadáver real, pero no de la muerte, porque las Venus anatómicas combinan todos los elementos de la buena muerte de su época: están tumbadas y transmiten una paz que roza lo poscoital.
Éxtasis
Hoy es fácil percibir connotaciones sexuales en estas figuras anatómicas y, de hecho, en sus últimos años esa fue la fama que las malogró para siempre. Para la autora de The Anatomical Venus, no se trata más que de una cuestión de época y de puntos de vista y viene a resumirlo en el hecho de que vivimos en una sociedad hipersexualizada que ve erotismo donde antes no lo había. Se mire como se mire, algunas de esas exhibiciones sólo eran accesibles a los hombres o se separaban los turnos de visitas por sexos.
Las imágenes de éxtasis de los santos son una clara muestra de esta tendencia a la interpretación hipersexualizada actual. Hoy no es difícil intuir un orgasmo en el rostro de Santa Teresa en su famoso éxtasis, así como en fragmentos de sus diarios que parecen describir una experiencia más sexual que religiosa. Pero, en palabras de L. J. Jordanova, «la ‘ambigua mezcla de éxtasis sexual y religioso’ en la escultura de Bernini [una Venus anatómica que incluso respira] dice más sobre nuestra actitud hoy que de las del tiempo de la creación de las Venus anatómicas».
Se trata de dos caminos de llegar a lo oculto y lo eterno: al lugar en el que reside la muerte. Esos senderos por los que discurren las experiencias extracorpóreas son (como las drogas) el sexo y la religión. La última, durante siglos, se ha encargado de eclipsar y desprestigiar a las demás.
Georges Bataille ya veía una relación entre la muerte y la excitación sexual, y así lo expuso en su ensayo El erotismo. «Personalmente, admito que en la paradoja de Sade se revela una verdad. Esta verdad no está restringida a lo que abarca el horizonte del vicio; hasta creo que podría ser la base de nuestras representaciones de la vida y de la muerte». Bataille no creía que fuera posible «reflexionar sobre el ser independientemente de esta verdad». Esa realidad, esa relación entre muerte y erotismo, no es ajena a las Venus anatómicas.
Según Bataille, «en la muerte, ese ser es llevado de nuevo al a continuidad del ser, a la ausencia de la particularidad. Esa acción violenta, que desprovee a la víctima de su carácter limitado y le otorga el carácter de lo ilimitado y de lo infinito pertenecientes a la esfera sagrada, es querida por su consecuencia profunda».
Pero no es el único motivo por el que estas figuras recuerdan tanto a las vírgenes de las iglesias. Quienes a nivel artístico tenían un mayor dominio de la anatomía en la época en la que surgieron, eran quienes creaban santos. Es lógico, por tanto, encontrar cierto parecido en su expresividad y en sus rasgos faciales. Es, a fin de cuentas, una cuestión de estilo. Además, las Venus más famosas se hicieron en Italia, por lo que su postura recostada también podría ser una reminiscencia de las diosas tumbadas del Neoclasicismo.
La bella durmiente
La idea de belleza durmiente ha sido una constante durante los últimos siglos que ha terminado por adoptar tintes siniestros. Para Edgar Allan Poe, no había nada más poético que una mujer muerta. La bella durmiente es en cuento que mejor lo ilustra, pero hay infinidad de ejemplos de cómo, especialmente entre el siglo XVIII y XIX, la muerte de la mujer se representaba siempre de una forma refinada y hermosa.
Hay en esta idea, además, cierta alabanza a la pasividad femenina. Tumbada, lánguida, relajada, expuesta, lista para ser observada y mirada es como se mostraba cualquiera de estas figuras anatómicas. En definitiva: sin vida.
[pullquote author=»Edgar Allan Poe»]La muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo[/pullquote]
¿Por qué entonces se recurría al pelo real, ojos de cristal, diademas de oro y collares de perlas? La Venus anatómica reproduce el ideal de mujer de su época: refinada, de piel clara y suave, pasiva y bella. De ahí que, aunque se tratase de instrumentos divulgativos, se cuidase al extremo su exterior: lo innecesario.
Las figuras anatómicas de hombres, que se realizaron en menor cantidad y de las que se conservan muy pocas (Ebenstein sólo encontró una), no incurrían en estos detalles porque lo que se mostraba era el músculo, la fuerza. Del cuerpo de la mujer, lo que importaba estaba demasiado a la vista o al fondo. Como si de una muñeca matrioska se tratara, tras eliminar varias capas de piel y víscera, se hallaba siempre un feto de cera que venía a recordar la función definitiva de la mujer de la época. O, lo que es lo mismo, lo que a ojos de la sociedad la convertía en mujer: la maternidad.
Según relata Ebenstein en The Anatomical Venus, la figura de Susini fue, en su día, «considerada la herramienta ideal para enseñar anatomía al público general, aliviando la necesidad de recurrir a cadáveres reales». Para la autora, esta Venus, también conocida como Venus de Medici, «fue la encarnación perfecta de los valores ilustrados de su época, en la que la anatomía humana se entendía como un reflejo del mundo y la cúspide del conocimiento divino, y en el que conocer el cuerpo humano era conocer la mente de Dios».
Lo dual es, en definitiva, lo que tanto fascina y repele de las Venus anatómicas. Como dijo Ebenstein en una entrevista: «Tu mente racional está diciendo una cosa y tus sentidos te dicen algo más».
Ciencia y arte. Espiritualidad y erotismo. Vida y muerte. Piel y víscera. Atracción y repulsión. Lo sagrado y lo profano. Todo ello tiene cabida en estas figuras que fueron creadas con un material tan voluble y contradictorio como ellas mismas. El plan no podía ser más ambicioso: conocer el cuerpo para entrar en la mente de (quien consideraban) su creador.
Bibliografía
The Anatomical Venus, de Joanna Ebenstein (Thames&Hudson, 2016)
El hombre ante la muerte, de Philipe Ariès (Taurus, 2011)
El erotismo, de Georges Bataille (Tusquets, 2007)
La negra señora: Antropología de la muerte y el luto, de Alfonso M. Di Nola (Belacqua, 2006)
Imágenes cedidas por Thames&Hudson
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Interesante artículo. A raíz de ello quisiera recomendar, si aun no se ha visto, la exposición Arte y Carne que se expone en estos momentos en l Centro de Arte Complutense en Madrid,con una selección de la mejores piezas en cera del s. XVIII del museo Javier Puerta de la Facultad de medicina de la UCM. Dicho museo contiene una magnífica colección de ceras anatómicas, mayor que La Specola de Florencia, además se pueden ver maravillosos libros de anatomía de los siglos XVII al XIX y una selección de dibujos anatómicos de la facultad de Bellas Artes. La exposición ha sido comisariada por Juan Luis Arsuaga. Dejo el enlace de la misma: http://arteycarne.ucm.es/