Para mi madre el mundo es peligroso. Y la comprendo. Tiene que ser muy complicado entender qué pasa fuera de nuestras fronteras, si nunca las has traspasado. Bueno sí, ha ido a París, pero ahí no hay frontera. No ha tenido la fortuna de experimentar la amabilidad y hospitalidad con la que el viajero es acogido en cada uno de los países que pisa. Lejos de nuestra casa, la gente también sonríe, llora y tiende una mano, si la necesitas. Las personas son buenas por naturaleza en cualquier parte del planeta. Tan solo se precisa respeto, empatía y predisposición a conocer diferentes culturas para que un viaje se nutra de experiencias positivas.
Grandes viajeros que nos vienen a la cabeza como Marco Polo, Cristobal Colón, Magallanes… no viajaban en solitario. El mundo estaba lleno de muchos más peligros de los que hay hoy en día, aunque mi madre se empeñe en decir lo contrario. Y puedo apostar que, a pesar de que algunos de ellos capitaneaban grandes caravanas de personas, en más de una ocasión conocieron la tan temida sensación de soledad.
Ni tan siquiera el personaje de Phileas Fogg se atrevió a dar la vuelta al mundo sin compañía. Y entonces, ¿desde cuándo viajamos solos? Aunque creemos que el mochilero solitario es algo del siglo XXI, lo cierto es que ya en la antigua Grecia los héroes de Troya realizaban legendarios viajes de retorno hacia sus respectivas patrias, en lo que era conocido como la tradición de los nóstoi (nóstos = regreso, vuelta a la patria). O incluso en el siglo IV una joven gallega, Egeria, se convirtió en la primera viajera. Realizó un peregrinaje por las tierras de Constantinopla, Mesopotamia, Sinaí, Jerusalén y Egipto.
Para los menos aventureros, querer conocer el mundo sin compañía nos convierte inmediatamente en raros, frikis o bohemios. No conciben la idea de disfrutar sin poder compartirlo con las personas que quieren. Son capaces de no conocer y no gozar con tal de no hacerlo solos. La llegada de internet, y la facilidad con la que podemos surtirnos de información o de poder estar en continuo contacto con los nuestros, ha ayudado a que seamos muchos lo que nos atrevamos a viajar solos al menos una vez en la vida.
¿Y por qué viajamos solos? En mi caso lo he hecho por no encontrar durante muchos años a nadie con tantas ganas de conocer mundo como las que yo he tenido desde que pasé la veintena. También hay quien lo hace porque necesita aprender a estar consigo mismo –tarea nada fácil–, por vivir nuevas experiencias, por probar… No es sencillo viajar solo, pero en muchas ocasiones es más difícil viajar acompañado.
Encontramos todo tipo de viajeros e infinidad de clases de viaje: aquellos que lo hacen en moto, como el mítico Ted Simon; o la abuelita mochilera, Kandy, que esperó hasta jubilarse a los 66 años para cumplir su sueño, dar la vuelta al mundo en solitario. Un ejemplo de que se puede viajar sin excusas es Albert Casals, que ha recorrido decenas de países en silla de ruedas. Otros casos como los de Laura Dekker, una joven neozelandesa de 14 años que se atrevió a dar la vuelta al mundo en un velero, o el español Nacho Dean, que dio la vuelta al mundo a pie durante 3 años para documentar el cambio climático, son un claro ejemplo de las ganas y las posibilidades de viajar solo.
Para el entorno de un viajero solitario eres como ese soldado que es reclutado para ir al frente. Todos quieren verte antes de marchar, aunque solo vayas a pasar una semana por Europa. Te van a despedir al aeropuerto, aguantando la mirada hasta que, tras 30 minutos, cruzas el dichoso control policial. Un drama.
Por muchos kilómetros que hayas recorrido, los momentos previos a subir al avión son inquietantes. Son los únicos instantes donde me siento nervioso. ¿Qué me encontraré? ¿Cómo será? ¿Cómo me tratarán? Y eso creo que es bueno. Ojalá nunca deje de inquietarme antes de conocer un nuevo lugar; significaría que estoy comenzando a dejar de sentir pasión por viajar.
Quizás esas horas previas al embarque sean las últimas en las que te vayas a sentir realmente solo. Una vez que el avión despega… se acabó tu soledad. He tenido grandes conversaciones subido a un avión, he intercambiado teléfonos e incluso he encontrado compañeros para comenzar la ruta. Y durante el viaje siempre hay alguien en tu misma situación, un viajero que viaja solo pero que en realidad no desea estarlo. Muchos de mis mejores amigos los he conocido en la ruta.
Viajar solo tiene cosas buenas y aquellas que no lo son tanto. Por lo general vas a estar más receptivo a conocer otros viajeros y gente local. Esos mismos de los que te vas a tener que despedir una y otra vez. El estar solo te vuelve vulnerable ante los ojos de los demás, y esto tiene la parte positiva de ser protegido y mimado; o la negativa, si el que te mira no tiene las mejores de las intenciones.
Sin embargo, todas las situaciones de posible inseguridad, timos o malos entendidos los he experimentado viajando con amigos o con mi actual pareja. Quizá porque viajar solo te aleja del visitante y te acerca más al local. Viajar solo te obliga a cuidar más de ti y de lo tuyo, a riesgo de adquirir una actitud de alerta y desconfianza que te haga desaprovechar grandes vivencias. Viajar solo te permite ser dueño de todas tus decisiones, aunque a veces eches en falta una segunda opinión.
No existe la pócima perfecta: solo, en pareja, con amigos, en grupo… lo importante es viajar. Estar solo me ha enseñado a ser más sociable, a saber dónde están mis límites, a cuidarme a mí mismo y a comprobar que el mundo es mucho menos peligroso de lo que dicen los medios… y de lo que opina mi madre.
Desde hace tres años no viajo solo, lo hago en pareja. Sin lugar a dudas, es mucho más fácil lanzarte a viajar solo por primera vez que aprender a hacerlo acompañado de nuevo. ¡Viaja solo!, aunque te llamen raro.
¡Viaja, siempre! Viejar solo mola, te montas el viaje acorde a tus necesidades de cada momento y con tus tiempos.
Hay muchas personas «muy mayores» que viajan solas. Hace tiempo que descubrieron esta magnífica experiencia. Bienvenida al club. Espero que compartamos alguna o nos encontremos en un lugar remoto.
Les cuento algo bonito, ya tengo 58 años, pero hace 31 años, viajé sola por Europa.
Salí de Buenos Aires en 1987 hacia Madrid, no había móviles, ni internet y fue genial.
Venía por dos meses y llevo más de media vida aquí, después de muchísimos viajes más por el mundo, sola o acompañada.
Me sorprende que ahora esté tan de moda recomendar el viajar solo o sola, es algo que se viene haciendo con normalidad desde los 70 o antes, al menos que yo recuerde y sin tantos artilugios ni publicando cada paso a los cuatro vientos.