En estos tiempos en los que viajar es poco menos que una obligación adscrita a la dictadura de la felicidad y al afán de mostrarnos únicos y originales, es fácil apoltronarse en el exotismo y centrarse únicamente en el «yo estuve allí».
La literatura de viajes del siglo XIX y de principios del XX, la de los grandes escritores de latido aventurero y pupila colonialista, acabó cuando las comunicaciones avanzaron hasta popularizar el acceso a territorios que en otra época habían permanecido ignotos.
El periodismo de guerra, con sus míticos corresponsales, feneció en diciembre de 1992, en las playas de Somalia, cuando más de cien cámaras grabaron desde la orilla el desembarco de las tropas norteamericanas. Cuando un desembarco se filma desde la arena que se supone va a ser invadida por sorpresa, la verdad salta por la ventana.
La fotografía, que había sido tradicionalmente la forma de rubricar la aventura, de dotarla de veracidad y de mostrar lo que no se podía ver, ha acabado convirtiéndose en un sindiós de retratos filtrados de egos henchidos para Instagram. Al fotógrafo profesional le cuesta reivindicar su lugar de observador en una jungla de voyeurs y a la fotografía le cuesta todavía más invitar a la reflexión en tiempos de consumo acelerado de imágenes.
No se trata de entonar el lacrimógeno discurso nostálgico sobre lo míticas que fueron las épocas pretéritas y lo aciagas que resultan las presentes. El reto consiste en dar con nuevas fórmulas que se escapen de lugares comunes y de herencias obsoletas.
Esto es lo que consigue Viajes dibujados, un libro revista o una revista libro, depende cómo se mire, que ha lanzado Altaïr. Tapa dura y 850 gramos para un producto que entra por los ojos y sacude la sesera.
Esta mítica editorial de viajes lleva 28 años ofreciendo a sus suscriptores cuatro monográficos anuales que navegan por los meandros del periodismo y la literatura de viajes. Pero este último número es el que redefine el género con más brío.
Para ello, se ha cambiado el formato tradicional de revista y se ofrece un cómic, editado por Norma Editorial, que compila 14 viajes en los que la hibridación entre ilustración y texto se aventura en una narrativa vívida, en la que el dibujo representa la impresión por encima de la definición de lo ocurrido.
«La mayoría de libros que se editan están repetidos. Este no», asegura orgulloso Pere Ortín, director de Altaïr Magazine, que lleva años intentando conducir por sendas inesperadas.
La ilustración permite una reconstrucción desde un lugar diferente, en el que no resulta tan importante el suceso como la interpretación que se desprende el mismo. Y eso abre una vía interesantísima para abordar el género con una gran libertad creativa.
El maridaje entre cómic y periodismo contaba con algunas aproximaciones en el pasado, pero sin duda fue el corresponsal de guerra Joe Sacco (1960) el que lo consolidó con obras como Gorazde: Zona protegida (Planeta deAgostini Comics 2001) o Palestina: en la franja de Gaza (Planeta deAgostini Comics 2002).
Empezaba el siglo con una renovación del lenguaje clásico del periodismo y del cómic que ha dado interesantísimos frutos –aunque minoritarios– a los largo de estos años. Y este legado está muy presente en Viajes dibujados.
Diferentes estilos confluyen en este tomo. Por ejemplo, Turista, de Sarah Glidden, arranca con la decisión de la autora de desestigmatizar el término turista instalándose en ese rol durante un viaje a Florencia. Sin estridencias, muestra la economía sumergida que vive al servicio del turismo y presenta una lúcida reflexión, casi un ensayo sin pretensiones, sobre la falacia que supone escapar de la realidad cotidiana a través del viaje.
El pintor Tyto Alba y el escritor y periodista Gabi Martínez ofrecen un viaje a través del espacio y de su obra, que empieza como un making of, en el que descubrimos las suturas que el tándem emplea para aunar palabra e imagen. Paralelamente, gracias a una gran competencia narrativa, les seguimos en su aventura para encontrar un animal misterioso en Australia.
Domiz, de Olivier Kugler, es un afilado estudio de los refugiados kurdos de este campo del Kurdistán Iraquí, en el que el dibujo enfatiza los detalles que definen el espacio y en el que las palabras recogen los testimonios del pasado, presente y aspiraciones de futuro de los que viven varados en tierra de nadie.
Una de las historias más sobrecogedoras es 28-N Dimbo Dimbo, firmada por Ramón Esono y Pere Ortín. El primero fue encarcelado en Black Beach, una de las cárceles más duras de Guinea Ecuatorial, por caricaturizar al régimen de Teodoro Obiang Nguema. Durante su cautiverio estalló un motín de ocho horas que fue aplastado cruentamente y que refleja con gran fluidez y desencanto en el cómic.
Estas son algunas de las historias que demuestran, como asegura Ortín, que «otro tipo de periodismo es posible» y que abren un camino diferente y prometedor a la hora de abordar la literatura de viajes.
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