Lo consiguieron. La fiera de 50 años de guerra civil intermitente en Sudán amainó y de los escombros de este conflicto nació una nueva nación avalada por el voto a favor del 98% de la población. Hablamos de Sudán del Sur, actualmente el estado más joven del planeta.
Unos meses después de este hito, el fotógrafo Zed Nelson visitó el país. «Digamos que llegué la mañana después de la fiesta», en el momento en el que la euforia se transforma en inquietud ante la magnitud del proyecto que espera a los nuevos gobernantes del país.
El trabajo de Nelson es un corte transversal por los nuevos actores de Sudán del Sur. Diplomáticos, ministros, miembros de la ONU. Los emprendedores locales que buscan su oportunidad para hacerse ricos. El empresario chino que defiende los intereses de la madre patria. El general que solo conoce la guerra y que busca su hueco. Una modelo que sueña con crear la primera agencia de modelos del país. Músicos y periodistas que quieren vigilar a los nuevos poderes. Todos tienen cabida en este proyecto. Todos, a su manera, están contribuyendo y alimentándose del nacimiento de esta nueva nación.
«Empezar un país de cero es una situación extraordinaria. Tienen que inventar una nueva moneda, crear una bandera, sellos, un himno. Se tiene que crear un gobierno, nombrar ministros y se escoge un equipo nacional», explica Nelson.
No existen apenas referencias pasadas para guiarse. La fragilidad es la que la rinde más vulnerable. Ahora se están sentando las bases para la futura viabilidad de la nación y todo apunta que esto está siendo más complicado de lo esperado aunque pocos tienen dudas sobre si tomaron la decisión adecuada al separarse.
El mayor aliado para conseguirlo es el oro negro que yace en los subsuelos de las llanuras del país. Un recurso que ya se ha empezado a explotar y que supone el 97% de los ingresos del gobierno. Una bendición envenenada que podría convertirse en un infierno si no se gestiona bien. A la vez, supone un nuevo reto de convivencia para sus líderes ya que para venderlo, el petróleo tiene que pasar por las oleoductos, refinerías y puertos de sus hermanos y exenemigos del norte.
Para lo bueno y para lo malo, pocas veces un país tiene la oportunidad de empezar de cero. Esta es una de ellas.
¿Cómo fue tu estancia en Sudán del Sur? ¿Se sentía el optimismo que acompaña la euforia de la independencia?
Llegué dos meses después de la independencia. El optimismo durante las celebraciones de la independencia era muy alto, el estado de ánimo era boyante. Muchos no se podían creer que habían logrado la indenpencia del norte. La gente me dijo que lloraron de felicidad y alivio. Pero también por el dolor y la tristeza que habían tenido que vivir hasta este punto. Yo escogí llegar después de la independencia, cuando el circo mediático ya se había ido y las cosas se habían tranquilizado. Era como llegar la mañana después de un fiesta. Ese momento en el que las realidades de empezar un nuevo país empiezan a ser asumidas y se dan cuenta de que queda mucho por hacer.
¿Las autoridades con quién hablaste estaban abrumadas por el reto que tenían por delante?
Muchos de los jefes políticos de Sudán del Sur son soldados rebeldes que han pasado la vida en guerra. El país nunca ha tenido la oportunidad de desarrollarse. Reconocen que la mayor parte de la población es pobre, analfabeta y bajo condiciones que la propia ONU describe como las menos desarrolladas del mundo.
No hay infraestructura en el país más allá de la capital. Solamente hay unas pocas carreteras, edificios y electricidad escasa. Hay muchos temas serios que siguen estando allí, en el conflicto con el norte. Están las discusiones sobre petróleo, la constante amenaza de la corrupción y el peligro de que los especuladores extranjeros se aprovechen de la debilidad de un gobierno en ciernes.
¿Existe una conciencia de que hay que evitar los errores que se han cometido en el pasado en países con muchos recursos fósiles?
Existen intentos para evitar algunos de los errores que otros países han cometido, pero el poder corrompe y se necesita un esfuerzo sobrehumano para hacer las cosas bien. El país tiene reservas de petróleo que prometen grandes ingresos que podrían impulsar el desarrollo del país, pero 20.000 millones de dólares que ya han sido generados por el petróleo están sin contabilizar. La capital ha pasado de ser un pequeño pueblo a una ciudad boyante en los últimos años. Se están llegando a acuerdos en los nuevos e inexpertos ministerios, y el futuro de la nación está en juego. Los extranjeros que vienen aquí o forman parte de ONG que intentan regalar dinero, o petroleras y emprendedores que buscan hacer dinero.
Los recursos naturales son una bendición pero también podrían convertirse en una maldición. Los oleoductos se dirigen hacia el norte, directamente al corazón del antiguo enemigo de Sudán del Sur.
¿Encontraste a muchos sudaneses que están volviendo al país?
Si, la nación tiene una diáspora enorme repartida por el mundo. Muchos han vuelto tras la independencia. Su fuerza y capacidad de superación ha sido increíble. Niños separados de su padres duante años de conflicto caminaron durante semanas, a veces meses, para llegar a campos de refugiados en Kenia y Uganda. Muchos crecieron en esos campamentos. Hoy empiezan a volver.
Una de las cosas que más sorprenden es lo completo que es tu reportaje a la hora de cubrir los distintos actores que conforman este nuevo país…
Estos retratos intentan revelar las nuevas estructuras de poder en la inexperta élite de Sudán del Sur, además de los aventureros, hombres de negocio, miembros de ONG que han caído sobre esta nueva nación. Quería capturar la mezcla inquietante de optimismo y amenaza. Fue complicado llegar a toda esta gente, pero fue fascinante.
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South Sudan – «The Nation Makers» se inaugura esta noche en el centro CFD de Barcelona. Zed Nelson nació en Uganda y ha trabajado en algunos de los lugares más problemáticos del planeta. Su libro Gun Nation ganó un World Press Photo y el Premio Alfred Eisenstaedt. Su libro más reciente, Love Me, reflexiona sobre la cultura del culto a la juventud y la belleza. El proyecto explora cómo se está extendiendo una nueva forma de globalización en la que un ideal de belleza occidental está siendo exportado por el mundo. El fotógrafo vive en Londres.
Aunque Yorokobu emplea una licencia Creative Commons, las imágenes de este reportaje en concreto están protegidas por copyright.