#YoBorges: 415.000 millones de formas de ser Borges

Y un tuit multiplicó la caja de remezclas, de los espejos de la Red:

Carlos E. Scolari, uno de los investigadores más reputados sobre transmedia, divulgaba en ese tuit una página de El Aleph de Jorge Luis Borges, con la mayoría de sus palabras tachadas. Apenas se lee una frase: «Todos los espejos de cada página multiplican sin fin, la circulación». La frase es una de las múltiples combinaciones o reinterpretaciones de El Aleph borgiano. Y tenía una clara función: cuestionar la denuncia penal que Maria Kodama, viuda de Borges, activó contra el escritor experimental Pablo Katchadjian por «defraudación de los derechos de propiedad intelectual» (Ley 11.723 argentina), que puede acabar con «seis años de cárcel».
El supuesto delito de Pablo Katchadjian: publicar El Aleph engordado, una reescritura del libro de Borges. Más exactamente: el «crimen» de Katchadjian consistió en agregar 5.600 palabras a las 4.000 que conforman el texto de Borges, en una edición de andar por casa (200 ejemplares). Pablo Katchadjian explicaba así su El Aleph engordado: «No quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío».
[pullquote class=»left»]Más links, ya que Borges fue uno de los pioneros en la intertextualidad, esa realidad aumentada que intuyó los hipervínculos digitales[/pullquote]
Kodama perdió el primer juicio. Pero abrió un recurso, que dibuja el horizonte de «seis años de cárcel» como peor hipótesis para Katchadjian. Kodama, de hecho, es reincidente en su persecución a las reescrituras de la obra de Borges: en 2011 obligó incluso a retirar del mercado la edición de El hacedor (de Borges). Remake, del autor español Agustín Fernández-Mallo.
La paradoja es evidente: Pablo Katchadjian está siendo perseguido por usar un mecanismo totalmente borgiano: intertextualidad, reuso de palabras previas. Tal vez por eso, el clamor indignado que reivincida el derecho a la remezcla esté llegando de tantos rincones diferentes, de cientos de escritores e incluso del PEN Club, que consideró el juicio «una reacción desproporcionada ante un experimento literario». Y tal vez por eso, la multitud se haya lanzado a recrear y cuestionar a Kodama en ese infinito laberinto borgiano que son las redes digitales. Más bits, que es la guerra (contra Kodama). Más remezclas, porque a Borges le encantarían las nuevas curvas de sus propias palabras. Más links, ya que Borges fue uno de los pioneros en la intertextualidad, esa realidad aumentada que intuyó los hipervínculos digitales.
El hashtag #HackingBorges echa humo, remezclas, sátira. Si El Aleph de Katchadjian estaba engordado, el espejo multitudinario del #HackingBorges nos devuelve un El Aleph adelgazado. Faltan palabras. Los tachones ocultan siempre algo. ¿Roban? ¿Saquean? ¿Crean? «Ese Aleph era falso», se puede leer la página de El Aleph intervenida que divulga Fede Zucarini Mele.
«Para ti soy un eco, como lo fuiste tú para otros astros», se lee al final de la mega tachada página tuiteada por Sole Brichi. «Ninguna historia de guerra en tierra puede ser buena», dice José Antonio Millán, especialista en literatura e Internet. El Google Doc en el que aparecen en orden alfabético todas las palabras de El Aleph, también abierto por José Antonio Millán, transforma en galáctico el ridículo de Kodama. ¿Colocar todas las palabras en orden alfabético (¿desordenar palabras?) podría ser considerado también «defraudación de los derechos de propiedad intelectual»?
La iniciativa #YoBorges, surgida en apoyo a Katchadjian, es otro acidísimo laberinto borgiano. En la web, apenas hay una frase: «Borges hay uno solo. Pero hay más de 415.000.000.000 de combinaciones para que vos busques el poema perfecto con sus versos. Jugá. Probá. Combiná. Vos sos Borges hoy». En el lado de derecho de la web, un poema múltiple. En cada uno de los 13 versos se despliega un menú que permite usar otros versos de Borges. El juego posibilita exactamente 415.000.000.000 de posibilidades de poema. En los términos legales, los creadores del «divertimento» #YoBorges alertan de que «las citas que contiene esta web son de propiedad de la obra de Jorge Luis Borges», pero incentivan que cada usuario divulgue en redes su remezcla de poema con el hashtag.

El hashtag #YoBorges, como #HackingBorges está repleto de mensajes de aliento para Katchadjian, de autoinculpados que quieren ser detenidos y de dardos semánticos contra Kodama.

-Nos consta que el primer asombrado fue él, que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero. ¿Realmente piensa usted esto de Borges?
– Entonces, tal vez, yo sea Borges copiando a otro Borges, engañándome a mí mismo en los peldaños del tiempo. (…) Yo fui Pablo Katnchadjia….
El vídeo de remezcla-parodia subido a You Tube por Juan Francisco Spinetto coloca sobre la mesa rígida de las leyes del copyright una fuerte contradicción: el propio Borges era un remixer, un DJ de palabras ajenas, un presunto culpable de «defraudación de los derechos de propiedad intelectual». En Conversaciones con Jorge Luis Borges, libro de Richard Burgin, Borges reconoce que sus obras, siempre desde un principio, «han tenido origen en otros libros». Las palabras de Borges, como apunta Vicente Luis Mora, no eran exactamente suyas, sino parte de una creación colectiva secular: «No solo él ha reconocido sus apropiaciones sino que críticos y lectores han señalado hasta la saciedad cómo Borges saqueaba textos ajenos para construir los suyos, llegando a veces a límites que superan la intertextualidad para rondar el plagio».
[pullquote class=»right»]El propio Borges era un remixer, un DJ de palabras ajenas, un presunto culpable de «defraudación de los derechos de propiedad intelectual»[/pullquote]
Y en la mismísima obra de Borges podemos encontrar alusiones o incluso enaltecimientos a la siempre creativa labor del «cortacopista» (ctlr + c, ctlr + v). En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges presenta a un autor (Pierre Menard), cuya «admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes». Pero, el Quijote de Menard, «cuyo texto es idéntico, es esencialmente diferente al de Cervantes, por cuanto un párrafo no puede significar lo mismo al ser escrito (o leído) en 1605 o en 1930». La remezcla enriquece, se adapta al contexto histórico, parecía sugerir Borges. «He reflexionado que es lícito ver en el Quijote «final» una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros», escribía Borges en Pierre Menard, autor del Quijote.
En los libros de Borges había posos del pasado, de otras obras. El palimpsesto, el pergamino que era borrado para ser escrito de nuevo y que sobrevivía a siglos de (re)escrituras, es la metáfora borgiana que se acerca como boomerang hacia María Kodama. Katchadjian es Borges copiando a otro Borges, que copió a otros. #SomosBorges, gritamos asomados al divertimento de las remezclas tejidas en red. El #hackingborges saca a relucir un asunto tan viejo como el mundo: la creación colectiva. Copia era el nombre de la diosa romana de la abundancia. La libros sagrados (el Popol Vuh maya, el Ramayana indio) eran un recreado copypaste de leyendas orales. Los impresores del Siglo de Oro de España eran también autores, porque añadían párrafos a las creaciones de los poem stars como Quevedo. Los readymades de Marcel Duchamp – esa Gioconda gamberra – cuestionaban la idea de autoría. Led Zeppelin tomó prestada una cadencia sonora del bluesero Howlin´Wolf (Lemon song). La película Star Wars es un descarado «plagio» de las series de Flash Gordon y las películas de Akiro Kurosawa. Walt Disney fusiló directamente las obras de los hermanos Grimm. Y Cortázar también se inspiraba, como Borges, en el pastiche y la recreación (especialmente en El libro de Manuel y Fantomas contra los vampiros multinacionales).
Los documentales como Everything is a Remix (de Kirby Ferguson) o Good Copy, bad copy abordan esta añeja práctica del remix. Y denuncian los muros a la creatividad levantados por el lobby del copyright. El ya clásico libro Convergencia cultural, de Henry Jenkins, analizó las fascinantes mutaciones de los mensajes, iconos y creaciones en nuestros tiempos a partir de la película Matrix. Kennet Goldmist, el estadounidense que incentiva la remezcla en su UbuWeb, defiende incluso la escritura no creativa: «La escritura del futuro tendrá más que ver con cambiar cosas de sitio que con crear mudar nuevos contenidos», «si no puedo descargarme un contenido, para mí no existe». Los escritores del futuro borgiano (este presente) son un poco DJ de palabras, así como los DJ mash up son creadores que colocan juntos pedacitos de canciones diferentes. The White Album de The Beatles, en el espejo borgiano, es The Grey Album, de Jay Z. A pesar de Kodama.
-¿Le parece que el juicio contradice las nociones contemporáneas de creación y difusión de las artes?, le pregunta la periodista de Clarín Matilde Sánchez en una entrevista a María Kodama.
-El Aleph engordado no es una reversión. Katchadjian cambió palabras en el texto de Borges, omitió otras, agregó las suyas. Lo suyo consistió en deshacer El Aleph, respondió María Kodama.
[pullquote class=»left»]Katchadjian es Borges copiando a otro Borges, que copió a otros[/pullquote]
Kodama, en dicha entrevista, recuerda que Borges pasará a ser «dominio público» (sin copyright) en Argentina a los setenta años de su muerte: en 2056. Y con la ceguera de quien no entendió la obra de Borges, Kodama exige a Pablo Katnchadjia lo que es nuestro, lo que es de todos. Vicente Luis Mora se mofa directamente del proceso kafkiano-kodamiano en el final del ya citado post, definiendo al propio Borges como un autor engordado: «Borges siempre llega tarde. Borges no es original, Borges engorda la literatura anterior a él. Y, precisamente porque siempre se entendió que esas apropiaciones, esos remedos o esas recuperaciones eran formas de homenaje y no de robo, nunca fue castigado por ello, sino premiado».
Curiosamente, las obras de Borges pasarán a dominio público en Uruguay, al otro lado del río de la Plata, veinte años antes que en Argentina: en 2036. Mientras llega ese momento en el que todos podamos ser legalmente Borges, me asomo a las 415.000.000.000 de combinaciones para ser Borges en 2015. O lo que es lo mismo: me asomo a las 415.000.000.000 de máscaras para ser Pablo Katchadjian. Recreo. Remezclo. Tuiteo «ante las largas lanzas de los muchos». Mientras tanto, espero que María Kodama también me procese por «defraudación de los derechos de propiedad intelectual». Y que pierda los 415.000.000.000 de procesos abiertos en el espejo infinito de la red.

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Patrick Thomas

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