Es cosa de niños. Cuando Yumiko Glover era pequeña, alimentaba su inocencia con los libros de cuentos que su madre le regalaba cada sábado. Las Fábulas de Esopo, o los cuentos de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen llenaban su mente de historias, pero también le impulsaron a interpretarlos a través de la ilustración. Ahora se ha convertido en una observadora que se sigue moviendo a través de la inocencia, esta vez la de las jóvenes tokiotas a las que muestra en sus pinturas.
«Mi inspiración viene a través de la observación de las calles de Tokio cuando viajo de visita». Yumiko Glover es de origen japonés pero ha crecido en Hawaii. Por eso, combina una parte de naturalidad en la asimilación de la estética nipona y algo del asombro occidental por la provocadora inocencia de aquel país.
Las imágenes a las que se refiere, lo que veía en cada viaje, conforman una serie de pinturas en óleo sobre lienzo que se reunen bajo el nombre de Moe, Elementos de un Mundo Flotante. «En dicha serie he ido incorporando a jóvenes chicas japonesas con atuendos que evocan un sentido de inocencia y sumisión. Son imágenes que se han convertido en un fenómeno muy visible en la sociedad japonesa en la última década y que hoy continúan apareciendo en los medios, en publicaciones, en internet y en imágenes pornográficas o juegos para adultos consumidos por hombres de un amplio rango de edades», explica la pintora.
Glover confronta en cada pintura la dualidad de esa inocencia con una provocación consentida de sensaciones por las propias protagonistas de cada cuadro. «Irónicamente, esa atención es también motivo de disfrute para las chicas, que llevan esa ropa en público como una autoafirmación en su criterio acerca de la moda», cuenta.
Yumiko Glover afirma que lleva cuatro años trabajando de la misma manera. Aprovecha sus viajes para hablar con decenas de personas, disparar su cámara indiscriminadamente, recoger flyers, libros y revistas que construyan una iconografía del Tokio más presente. Dice que también visita los maid cafés de Akihabara de cuando en cuando y, a partir de ahí, comienza a construir sus ilustraciones.
Trabaja con formatos grandes que tarda entre 3 o 4 meses en terminar. Esboza sus propias ideas, extrae siluetas y expresiones de las fotos que hizo y se lanza a la paleta de óleos encerrada en su pequeño estudio sin luz natural. Ahí, en un escenario que ella define «como un reto» sigue repasando los recuerdos de sus viajes a Tokio y preparando sus dos próximas exposiciones en Honolulu, para este 2014.