Un grupo heterogéneo de activistas está cambiando la voz del futuro. Lo hace con acciones que generan rumores, rumores que generan ruido, ruido que desemboca en conversación. Y las conversaciones pueden cambiar el mundo. Pueden incluso cambiar las empresas.
En septiembre de 2016 Apple presentaba una nueva actualización de su sistema. IOS 10 traía alguna mejora y corregía el diseño de notificaciones, pero si destacó por algo, fue por introducir una nueva funcionalidad a Siri. El asistente de voz pasaba de atender con un tono indefectiblemente femenino a tener una opción masculina.
«No creo que sea un movimiento natural. Estas empresas invierten mucho en investigación de mercado, tienen la capacidad de anticiparse al consumidor», asegura Gema Requena, analista socio-tecnológica y directora de la consultora Nethunting. El devenir de los acontecimientos posteriores (e incluso el análisis de los movimientos anteriores) parece darle la razón.
Los asistentes virtuales tienen voz y nombre de mujer. Y esto, que puede parecer anecdótico, ayuda a perpetuar roles de género nocivos. En nuestra cabeza, Siri se dibuja como una eficiente secretaria; Alexa adopta los bordes de un ama de casa complaciente, Cortana es una abnegada subordinada atenta a nuestras órdenes.
Sería fácil caer en la trampa de culpar a las grandes empresas de esta realidad, pero es más realista mirarnos a nosotros mismos. «Las investigaciones que hicimos para Cortana demostraron que tanto hombres como mujeres prefieren, con mucha diferencia, que su asistente personal sea una mujer joven». Derek Connell, vicepresidente senior de investigación en Microsoft, fue tajante al explicar por qué optaron por una voz femenina.
A la hora de crear productos tecnológicos, las empresas invierten tiempo y dinero en saber qué buscan sus potenciales clientes y se amoldan a sus deseos. Buscan maximizar ventas, reflejar la realidad, no cambiarla. Así, cuando la tecnología ha decidido disfrazarse de humano, su disfraz se revela quebradizo, binario y sexista.
La inteligencia artificial que se produce hoy en día refleja a la sociedad en la que ha sido creada, con sus virtudes y sus defectos. Pero hay quien aboga por que refleje no tanto la sociedad que somos, sino la que nos gustaría ser.
Se llama Q y quiere dar voz a los silenciados en el mundo de la tecnología. De forma literal. Un grupo de lingüistas, ingenieros y técnicos de sonido juntaron esfuerzos para crear un software que permitiera mutar la voz de los asistentes digitales, convirtiéndola en femenina, masculina o neutra de forma fácil, divertida e intuitiva.
«Más allá del diseño inclusivo, el que la inteligencia artificial ya no tenga género o que este se pueda modular nos da pistas de hacia dónde puede evolucionar la cuestión de identidad cuando la depositemos en un avatar», explica Requena.
Q es el resultado de la colaboración entre distintos entes, liderados por el Copenhague Pride y la agencia Virtue. No hay detrás ninguna gran empresa tecnológica, así que difícilmente lo veremos en nuestro smartphone el día de mañana.
La idea es presionar a la industria para que haya un cambio de discurso, ampliar el rango de voces para que se pueda representar a todo el mundo. Que los asistentes virtuales no sean solo femeninos, sino que reflejen todo el espectro posible de voces.
Quieren ser el espejo de la sociedad, pero para ser un espejo realista deberían parecerse más bien a una bola de discoteca, poliédrica, heterogénea y diversa.
En cuestión de sexo, el tamaño importa y unos pocos milímetros pueden ser definitivos. Los pliegues del sistema vocal masculino tienen una longitud de entre 17 mm y 25 mm. Los del femenino, varían entre 12,5 mm y 17,5 mm. Esto hace que hombres y mujeres tengamos una voz diferente, entre 50 y 200 hercios en el caso masculino y entre 150 y 350 hercios en el femenino.
Q tiene un rango de voz modulable que varía entre los 145 y los 175 hercios, moviéndose en una escala fónica de grises. Tiene una interfaz jugable en la que el usuario tiene la posibilidad de variar la frecuencia, dando a la voz unas inflexiones más masculinas o femeninas, pero siempre ambiguas.
Esta función, aseguran sus creadores, fue la más compleja de conseguir, pues es muy difícil modificar una voz sin destruirla. Lo consiguieron, en lo que es uno de los grandes logros de Q: convertir el activismo en algo divertido con lo que el usuario querría jugar.
El proceso de creación, sin embargo, no fue precisamente un juego. Después de probar combinando voces de hombres, mujeres y personas de género no binario, los responsables se dieron cuenta de que este coro virtual no acababa de afinar. Optaron entonces por centrarse en una sola voz, pero para elegir grabaron con cuatro. El resultado de estos cuatro dobladores fue enviado a 4.600 personas que, entre todas, eligieron la voz más neutra, la voz de Q.
Q no deja de ser un prototipo, una voz discordante en medio de un coro femenino y servicial. Pero puede marcar el camino a seguir. Hace unos años algunas personas empezaron a notar que los asistentes virtuales solo tenían voz de mujer. El ruido se convirtió en conversación global y las empresas tomaron nota.
Ahora están en pleno proceso de transformación. «Esto refleja que la tecnología está al servicio de la sociedad», resume Requena, «que las decisiones empresariales se corrigen cuando hay un clima social favorable y que, aunque pensemos que no, todavía hay mucho control por nuestra parte».
Por eso es interesante la conversación que pueden generar asistentes como Q. El peligro de la inteligencia artificial es que los humanos la modulemos con nuestros propios sesgos y estereotipos. Pero si empezamos a tener conversaciones honestas sobre estos temas, podemos configurar un futuro tecnológico no solo más inclusivo, sino también más estimulante. Y trasladar la conversación virtual al mundo real. Por eso es importante incluir en la conversación voces discordantes como la de Q.