Una escena de violencia no funciona por la cantidad o exageración de la violencia que contenga, sino por lo que hay en juego. Es importante saber quién es quién: poner cara a la víctima, al héroe y a los villanos. Y también que la cámara nos coloque en el lugar convirtiéndonos en incómodos testigos.
Me gustan los superhéroes. Crecí leyendo las historias de Marvel y DC. Aún conservo ejemplares de Spiderman en blanco y negro con viñetas pintarrajeadas por el hijo adolescente de una vecina (quiero creer que no por malicia, sino porque le faltaban dos dedos de frente). Ahora veo películas de superhéroes con desgana creciente.
No puedo decir que me dejara mal sabor de boca los Los vengadores: La era de Ultron, pero sí una creciente somnolencia. Pero esta producción no hizo que perdiera las ganas de más superhéroes. Por eso me atrevo con el Daredevil de Netflix (al que conocí por uno de aquellos cómics de Spiderman). Daredevil me ha devuelto la fe en los superhéroes que pasan del papel a la pantalla.
¿Por qué me aburre Los vengadores —a pesar del ruido, la furia y espectaculares efectos especiales— y me sobrecoge una pelea de Daredevil con un puñado de tipos en un pasillo desnudo? Es una lucha de lo exagerado (Los Vengadores) contra el minimalismo (Daredevil). Recordemos la angustiosa escena del pasillo de Daredevil, pero antes, hagamos memoria de los antecedentes: unos mafiosos rusos que trafican con niños tienen a un pequeño secuestrado en el segundo episodio de la primera temporada.
Lo previsible y la incertidumbre
En Los Vengadores preveo el final: los superhéroes derrotarán a los seres de otra dimensión y a los robots asesinos. Los productores quieren que los millones de espectadores que han pagado la entrada salgan satisfechos al menos con el resultado.
Sin embargo, en la escena del pasillo de Daredevil hay una cierta incertidumbre. Que el héroe derrote a los villanos (quedan muchos capítulos por delante) no significa que el niño se salve. La muerte de una persona querida o que debe ser rescatada es un argumento recurrente en el cómic de superhéroes, aunque no tanto en el cine del subgénero. Y las nuevas series nos han acostumbrado (hasta cierto punto) a aceptar la muerte de personas que «no deberían morir» como un niño pequeño.
La víctima reconocible y la víctima invisible
En Los Vengadores caen rascacielos enteros o ciudades completas son arrancadas de la Tierra y suspendidas en el aire. Escenas que ya no sorprenden. Estamos acostumbrados a los efectos especiales. Sin duda en Los Vengadores mueren inocentes bajo los escombros o caen al precipicio, pero no les ponemos rostro. Tal y como ocurre con las «bombas inteligentes» que vemos en los telediarios: caen sobre un edificio y forman un hongo, pero no reparamos quién está debajo de ese hongo.
En Daredevil tenemos «el niño». Apenas lo hemos visto, pero el niño se ha convertido en la espina dorsal del capítulo: se habla del niño y de su futuro una vez la mafia rusa lo venda al mejor postor. El niño de Daredevil representa para el espectador un niño concreto: puede ser el hermano pequeño, el hijo, el sobrino. Una víctima identificada.
Las víctimas son cosificadas en Los Vengadores. El guionista y director Joss Whedon no busca que los espectadores lloren o sientan preocupación por las víctimas. Por esto no las muestra. Whedon quiere que los espectadores se distraigan con escenas de mamporros entre superhéroes y villanos.
Villanos abstractos y villanos de diario
No vemos en el mundo real a seres de otra dimensión invadiendo la Tierra ni a robots acabando con las personas como ocurre en Los Vengadores. En nuestro día a día la mayoría de nosotros tampoco se ha topado con traficantes de niños, pero sabemos que existen. Lo sabemos por los telediarios y los periódicos.
No sentimos rabia porque seres ultradimensionales hayan matado a dos niños porque no existen tales seres ni tales noticias. Sin embargo nos provoca asco saber que hay mafias que secuestran niños y tipos que los compran. Los tipos que secuestran al niño en Daredevil representan a todos esos asquerosos que perteneciendo a la especie humana no dan valor a las personas. Daredevil somos nosotros y nuestras ganas de hostiar a los malos.
El héroe que sangra y los superhéroes invulnerables
Es cierto que en Daredevil hay un elemento fantástico: el protagonista es ciego, pero tiene hiperdesarrolladas otras facultades y habilidades para las artes marciales. Sin embargo, el héroe es vulnerable: los villanos le rompen los huesos y le hacen sangrar. Además, Daredevil se agota. De hecho, cuando el héroe acude al rescate del pequeño está malherido y apenas le quedan fuerzas. Esto aumenta la incertidumbre sobre la suerte del niño.
Los Vengadores están formados por un tipo con una armadura prácticamente indestructible, un dios de la mitología nórdica, un gigante verde al que las balas ni le hacen cosquillas y un supersoldado. En el equipo hay dos humanos sin protección para su cuerpo. El que dispara flechas y la Scarlett Johanson que no necesita más que dos Glock del calibre 9 para acabar con cientos de enemigos. Dos humanos que ni se cansan ni reciben heridas y que son tan eficaces como el resto de sus compañeros con superpoderes o equipos sofisticados. Sea como sea, en ningún caso sentimos que los componentes de los Vengadores puedan estar en peligro.
El plano secuencia en Daredevil
También influye en las emociones el plano secuencia en Daredevil frente a la cámara mareante y la profusión de planos en Los Vengadores.
La lucha en Daredevil en el pasillo de alguna manera recuerda a la secuencia en plano secuencia de Oldboy del pasillo. En ambos casos la virtud está en no cortar la cámara. En Los Vengadores las peleas de los distintos superhéroes contra los villanos se intercalan de manera que la atención se dispersa. En Los Vengadores se sacrifica la emoción por la velocidad.
La puesta en escena en Daredevil también contribuye a la tensión creciente. La contundencia de la escena se debe a que detrás está el realizador Phil Abraham, que ha trabajado como director de fotografía y realizador en Los Soprano, Mad Men y The Killing, series donde la cámara se convierte en un testigo más que en un elemento de distracción. Abraham apenas sale del pasillo para mantener la angustia.
La secuencia comienza con Daredevil en el pasillo; avanza, da una patada a una puerta a la izquierda y entra en una habitación pequeña llena de criminales.
La puerta se cierra. La angustia crece en el espectador porque en ese momento estamos de alguna manera ciegos como el protagonista. La acción está fuera de nuestros ojos.
La acción vuelve al pasillo cuando un villano cae sobre la puerta.
El héroe vuelve al pasillo y la cámara nos coloca como testigos detrás del héroe. Nos sobrecoge la estrechez del pasillo, el número de villanos, que parezca que estos no caen y que las fuerzas del héroe merman. Parece que Daredevil no llegará al final. Pero lo consigue tras una lucha agónica.
Cuando todos los malos están en el suelo, Daredevil abre la puerta del final. La cámara permanece en el pasillo. Es una decisión coherente con el planteamiento del plano secuencia. Escuchar las voces de Daredevil y el niño no provoca tranquilidad. El plano fijo crea inquietud porque nos mantiene en el pasillo. En la mayoría de las películas de superhéroes parece que todo acaba cuando el héroe sonríe a quien rescata aunque alrededor haya invasores extraterrestres.
En Daredevil respiramos cuando el héroe vuelve al pasillo con el niño en brazos. En esta secuencia está la esencia de un cine primitivo donde importaban las emociones y las peleas eran marrulleras.
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Extra: la escena de Oldboy del pasillo