El origen de los dichos: El quinto pino

El quinto pino

El quinto pino, no sé. Pero os puedo asegurar que existe el quinto coño. Yo estuve allí. Y si no recuerdo mal, está en la provincia de Badajoz aunque no consigo recordar el nombre del pueblo. En cuanto al quinto infierno… mejor no preguntarlo.

Si recurrimos al Diccionario de la RAE, veremos que el significado de la expresión «quinto pino» es el de «lugar muy lejano». En ese mismo sentido, aunque añadiendo también el de profundidad, se define «quinto infierno».

Esta vez mi querido José María Iribarren me ha fallado y no habla de este modismo en su estupenda El porqué de los dichos. Así que me he visto obligada a recurrir a esta otra gran fuente de sabiduría que es internet.

Y allí he encontrado que «quinto pino» hace alusión a una repoblación de pinos que tuvo lugar en Madrid en el siglo XVIII durante el reinado de Felipe V, al que algún gracioso apodó «El Animoso». Y digo gracioso porque he leído que fue más bien todo lo contrario: un rey que sufría una grave depresión y que solo era capaz de ver el lado triste de la vida.

Quizá en uno de esos ataques de ánimo en los que se pudo venir arriba, si es que fue él quien lo ordenó, que eso no me lo aclara internet, se plantaron cinco, pinos, cinco (como los toros) en el camino que va desde el Paseo del Prado hasta lo que es hoy Nuevos Ministerios, en Madrid. La distancia entre pino y pino era considerable. Los madrileños de la época los usaban como referencia para sus citas: te espero en el primer pino; o en el tercero… El quinto, el más alejado de la población, era donde se citaban los amantes para verse a escondidas y tener sus encuentros amorosos.

Ahora bien: ¿cómo pasamos del quinto pino al quinto coño o al quinto infierno? Nos cuenta Armando de Miguel que un tal Jordi Cabanes opina que «quinto coño» es un refuerzo expresivo y soez de quinto pino.

Reconozcámoslo: un quinto pino está lejos. Pero un quinto coño está ya en la estratosfera de los límites espaciales. Y en nuestro idioma, un buen taco es como un puñetazo en la mesa: consigue reafirmar y dar empaque a una expresión que sí, es mucho más educada, pero infinitamente menos contundente.

Sigue diciendo Jordi Cabanes que «quinto pino» podría derivarse de la expresión catalana «a la quinta forca», y que hace alusión a la colocación de cadalsos en los caminos de entrada a Barcelona para avisar a los forasteros de que allí se hacía cumplir la ley. Una de las horcas más alejadas era la que se situaba, nos dice Cabanes, en la Trinidad y fue identificada como paradigma de lejanía.

Y conjetura que el motivo del cambio de «horca» a «pino» «probablemente se deba a la cacofonía que se produce (al menos para un oído catalán) en «la quinta horca». Aunque no hay que descartar que el instrumento físico de la ejecución no fuese una horca construida, como las que nos suministra cierta iconografía (incluida la popular con el famoso juego de «el ahorcado»), sino simplemente una horca natural, y para ello el pino parece un mejor candidato que el roble».

Parecen ambas explicaciones coherentes. Si acaso habría que añadir que a la rotundidad de «quinto coño» o «quinto infierno», se suma la connotación –muy subjetiva, lo sé– de que esos lugares tan alejados a los que hacemos referencia no son de nuestro agrado o nos apetece ir hasta allí tanto como una patada en la espinilla.

Y no quiero decir con esto que el Quinto coño que encontré por casualidad durante unas vacaciones de verano, y cuyo testimonio gráfico aquí os he colgado, no sea un lugar estupendo para tomarse unas cañas. Para ser sincera, no llegué a entrar. Ahora, lejos sí que estaba. Doy fe.

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