Cada cuatro años pasa lo mismo: parece que en España prestamos más atención a las elecciones en EEUU que a las nuestras propias. Cierto es que teniendo en cuenta los altos índices de desafección política que tenemos aquí es comprensible. Pero también es cierto que los norteamericanos tienen una forma tan diferente de hacer política (y unos medios, todo hay que decirlo) que nos acaban enganchando. A fin de cuentas, su presidente es también un poco nuestro presidente…
¿Qué es exactamente lo que hace que nos fijemos tanto en lo que hacen en EEUU? Hay una máxima periodística que viene a decir que las cosas son noticia, entre otros factores, por la distancia a la que ocurren. La distancia en este caso, claro, no es kilométrica, sino cultural. Eso explica, por ejemplo, que algo que suceda en Nueva York es noticia para nosotros y algo que suceda en Marrakech probablemente no lo sea.
Pero hay algo más, algo que cautiva, algo que hace que los procesos electorales en EEUU tengan un magnetismo especial. Podríamos resumirlo en seis motivos (y seguro que hay algún otro más).
Espectacularidad
EEUU es espectacular, en el sentido estricto de ‘espectáculo’. Allí todo lo hacen a lo grande: los cafés son grandes, la comida es grande… hasta en los espectáculos deportivos parece que lo de menos sea el partido en sí mismo. Cierta cultura Hollywood, se podría decir. Sucede lo mismo en política: las asambleas locales buscando apoyos, conocidos como caucus, calientan el ambiente; les siguen meses y meses de mítines itinerantes por las ciudades, convocatorias a los votantes puerta por puerta… y todo hasta el espectáculo final.
Estas pasadas semanas se han celebrado las convenciones de los dos grandes partidos y ese caldo de cultivo generado durante meses se pone a punto: banderas, insignias, pañuelos, trajes regionales, planos de gente jaleando cada uno de los discursos como si fueran conciertos de estrellas de rock… Y todo eso con una puesta en escena apabullante, la iluminación perfecta sobre la escenografía perfecta, discursos que levantan pasiones y enormes equipos humanos preparando al detalle cada intervención. La política allí se vive de una forma que parece lógico que se acabe contagiando ese entusiasmo al exterior.
Peleas por cada lobby
Una de las peculiaridades políticas más interesantes de EEUU es el poder de los lobbys, es decir, de los colectivos de intereses. Mayor será el interés en determinado colectivo cuanto más numeroso sea o más poder económico ejerza. Por una parte están los lobbys empresariales y financieros, que son los que más influencia tienen en el día a día de Washington. Pero por otra, los lobbys humanos, a quienes se apela durante los procesos electorales para intentar captar su voto: los guiños de los candidatos, tan exagerados que resultan artificiales, no son de ninguna manera casuales.
Si hay un lobby representativo es el poderosísimo lobby judío, que no sólo tiene influyentes representantes en primera línea de la política, sino también en sus discursos. Cómo si no Obama iba a haber obligado a cambiar el programa electoral de los demócratas para introducir referencias explícitas a Dios y a Jerusalén como capital de Israel. Cómo si no iba EEUU a estar protegiendo desde hace décadas a Israel, además de porque a nivel estratégico es la ‘avanzadilla occidental’ en Oriente Próximo. Cómo si no iba Obama a exponerse a enfadar a los suyos, porque la modificación, fuera de la reglamentación del partido, fue impuesta y recibida con abucheos en la convención demócrata.
Pero no es, ni mucho menos, el único lobby. El cristiano, por ejemplo, había sido votante tradicional de los demócratas hasta que se pasaron al bando de Bush y -dicen- contribuyó a su polémica reelección hace ahora ocho años. Obama hizo denodados esfuerzos por sumarles a la causa, rodeándose de algunos políticos cristianos para recuperar su apoyo hace cuatro años. Ahora, con un oponente mormón, parece quizá más fácil retenerles y por eso ha decidido hacer guiños a otro lobby emergente, el homosexual, e incluso flirtear con la regulación del aborto.
Pero en estas elecciones si hay un lobby estrella, ese es el latino. Son la minoría más mayoritaria del país, por encima de los afroamericanos, con una nada desdeñable cifra de uno de cada seis universitarios y cincuenta millones de personas en el país, que ya es el segundo con más hispanohablantes del mundo, por encima de España.
¿Por qué si no el hijo de Romney presentó en español a Marco Rubio, el senador estrella del Tea Party? ¿Por qué Obama dio luz verde hace poco a la regularización masiva de ‘dreamers’, es decir, jóvenes inmigrantes? ¿Por qué si no los republicanos han evitado debates en zonas latinas sobre políticas migratorias? ¿Por qué si no los demócratas llevaron a su convención a Marc Anthony a cantar el himno en la convención demócrata, que fue abierta por un alcalde latino?
Y hay otros colectivos que, sin ser lobbys, tienen peso específico: la clase media trabajadora, madre de todas las votaciones, las amas de casa a las que se dirige el mensaje familiar y, cómo no, el Ejército, ante el que se muestra un respeto reverencial, implicando a los veteranos de guerra como héroes de la patria. Todos ahí tienen su ración de tarta política.
Transparencia
Algo que realmente da envidia es la transparencia con la que se llevan según qué cosas. Para empezar, mientras en España hasta hace muy poco las donaciones a partidos políticos no estaban demasiado regularizadas y eran un foco de sospecha, en EEUU se sabe quién dona dinero a quién y cuánto da. Y no es un asunto menor: allí las elecciones implican a todos, desde empresas hasta ciudadanos, pasando también por destacados líderes de opinión y empresarios de éxito.
Existe, por ejemplo, una comisión oficial que refleja el estado de las donaciones, con datos por Estados, por origen de la donación y con nombres, apellidos y cantidades donadas. Todo público y descargable. Y dirás, ¿tan importantes son las donaciones? Sin duda, cuando es lo primero que piden tanto Obama como Romney en sus páginas web. De hecho, esta va a ser la campaña récord. Todo vale, incluso en tiempos de crisis, para el espectáculo de la política.
Discursos y puesta en escena
Hay un montón de diferencias entre nuestra forma de hacer política y la de los estadounidenses. Una de ellas es, precisamente, la forma y el contenido de los discursos. Allí el apelativo a lo emocional es mucho más frecuente que aquí. Por ejemplo, en la implicación de las mujeres de los candidatos en la campaña y el papel que cumplen: ellas siempre son la representación de la familia, contando en los discursos su historia de amor con su marido, cómo educan a sus hijos y por qué se debe confiar en ellos. Por un momento imaginemos a las mujeres de nuestros candidatos haciendo eso aquí: además de tacharles de machistas, las burlas estarían a la orden del día. Allí, sin embargo, funciona.
También es la estadounidense una cultura de mitos. Como Luther King, como Kennedy. Como Obama en cierta manera. Los discursos se memorizan e interpretan de forma distinta, las fotos dejan de ser casuales y se convierten en iconos. Aquel sudor de Nixon, aquel Bush mirando el reloj, aquellas muecas de Kerry son parte de la historia de los hundimientos en las encuestas. Como también es historia el ‘Yes, we can’, que tuvo su origen en un aplaudidísimo discurso de un Obama entonces desconocido ante los demócratas. O como dicen que tienen futuro otros políticos emergentes, como los ya citados Marco Rubio o el alcalde latino que abrió la convención demócrata.
Los contendientes, conscientes de ello, no descuidan los detalles. Especialmente los demócratas con Obama, dados al simbolismo y a apostar por la fuerza de las imágenes. De ahí la estudiadísima fotografía de la operación contra Bin Laden. O las estratégicamente lanzadas imágenes de Obama y sus hijas durante el discurso de la primera dama, o el de Obama y el pizzero lanzada hace unos días. Otras, por ejemplo, dejan de lado lo emocional y atacan donde duele, como la respuesta de los demócratas al discurso de la silla de Clint Eastwood.
Sistema electoral de locos
En España nos quejamos de que nuestro sistema electoral está oxidado, que proteje a las mayorías y demás. Cierto, porque se hizo en una época en la que se quería evitar un Congreso demasiado dividido y hoy ese peligro de entonces, por suerte, ya no existe. Pero… ¿conoces el sistema electoral estadounidense? Tan apasionante como, quizá, injusto.
Allí cada estado aporta un número de votos en función de su población. El reparto no es proporcional, así que el partido que consiga más votos en un Estado se lo lleva entero, con todos sus votos… El caso más llamativo fue el del año 2000, en el que George Bush ganó a Al Gore por 269 votos. Esos 269 votos de diferencia decantaron que los republicanos se apuntaran los 25 ‘puntos’ que da el estado de Florida, uno de los más importantes, en el que gobernaba entonces el hermano de Bush. Los votos fueron recontados y se habló de un fraude en el voto electrónico pero finalmente Bush llegó a la presidencia. El resto de la historia ya la conocemos todos.
Despliegue informativo
Con todos estos factores en la olla el guiso siempre sale bien. Como allí la política interesa, se vive como un espectáculo, se jalean los discursos, se viven los procesos electorales desde las bases y existe además cierto componente de ‘azar’ en el sistema electoral, la pasión electoral es un hecho informativo de primer orden. Como en cualquier sitio, claro. Pero más. Allí los medios, que también tienden a la espectacularidad, dan lo mejor de sí mismos.
Allí publicaciones como New York Times llevan años haciendo calculadoras interactivas de voto, mientras otras como USA Today respaldan portales como OpenSecrets. Los centros de sondeos hacen seguimientos exhaustivos y diarios a niveles de aprobación e intención de voto, y surgen iniciativas tan interesantes como los ‘detectores de mentiras‘ de los candidatos o el seguimiento de promesas electorales del presidente.
Hay hasta mediciones de dónde está cada candidato y por qué, y cuál es su agenda. Por si fuera poco, hasta desarollan aplicaciones para móvil, no ya para seguir la actualidad de las elecciones, sino para debatir o tomar posturas cazando declaraciones de los candidatos y evaluando si dicen la verdad o mienten.