Tú no les conoces, nunca les has visto. Pero han estado muy cerca de cambiar la historia. Herta Daubler-Gmelin, Peter Gauweiler, Helga Zepp-LaRouche, Christoph Degenhardt, Peter Neumann, Karl Albrecht Schachtschneider. Son algunos de los nombres de las personas que casi hacen saltar por los aires la zona euro ¿Su pecado? Ninguno: haber presentado o apoyado recursos contra la constitucionalidad del plan de rescate. Algo así como tener el dedo sobre el botón que activa los misiles cuando la crisis de Cuba en la Guerra Fría, pero en plan económico.
Desde que empezó la crisis nos hemos acostumbrado a leer en la prensa y escuchar en radio y televisión que arrancaba «una semana crucial para el futuro del euro». En estos últimos cinco años debemos haber tenido cincuenta semanas cruciales y, a juzgar por cómo estamos ahora, seguramente cada una de esas semanas ha sido un escalón más hasta el hundimiento total. Ya es casualidad que con tantas oportunidades «trascendentales» ninguna haya salido lo suficientemente bien como para remontar.
Pero el día de hoy ha sido probablemente la clave de muchas cosas. Hoy el Tribunal Constitucional alemán ha decidido que los planes de rescate son constitucionales. Es decir, que no vulneran la esencia de la legislación alemana y que, por tanto, Merkel puede participar en ellos. Bueno, no es tan grave, sin Merkel quedaban muchos más socios europeos. Error: Alemania, esa a la que tanto se señala como culpable de todos los males, es quien articula dichos planes y quien afloja la pasta: casi uno de cada tres euros del total.
¿Qué hubiera pasado si el Constitucional alemán hubiera dicho que los rescates son inconstitucionales? Un terremoto de consecuencias inimaginables. Para empezar Grecia caería al abismo, por impago. No ya de su deuda con otros países, sino también con su propio sistema: ni colegios, ni sanidad, ni seguridad. Nada. El caos absoluto, la salida del euro y, seguramente, el terreno perfecto para que radicales populistas como el partido de los neonazis llegaran al poder. No te rías, ya son la tercera fuerza en intención de voto. Pero detrás de ellos iría Irlanda, en parte Portugal y, seguramente, España e Italia. Porque nosotros dos no hemos sido rescatados todavía, pero necesitaremos dinero para salir adelante.
Pero supondría más cosas: ganarían los euroescépticos, los que no querían una Europa que se ayudara (en condiciones más o menos ventajosas), ni un euro, ni una legislación común. Sin cuatro o cinco miembros y sin mecanismos de autodefensa, Europa correría el riesgo de fracasar como proyecto no ya económico, sino político. Posiblemente la decisión de un tribunal alemán hubiera bastado para demoler décadas de esfuerzos. Imagina por un momento lo que eso, a nivel global, supondría en un contexto de crisis: el euro, o lo que quedara de él, se derrumbaría frente al dólar, lo que encarecería sobremanera cualquier importación. Europa, posiblemente, dejaría de existir. O al menos tal y como la conocemos hasta ahora.
¿Y quién ha sido el gracioso que ha ido a chivarse al Constitucional alemán? Acumulaban sobre la mesa seis requerimientos, dos de ellos de ciudadanos cuyos nombres no han trascendido, pero otros muy identificables. El más popular a estas alturas es Peter Gauweiler, parlamentario conservador del partido ‘hermano’ bávaro del de Merkel. Sí, como si en España Tomás Gómez recurriera una iniciativa de Rubalcaba o Mayor Oreja una de Rajoy. Bueno, no tan inverosímil a fin de cuentas.
Gauweiler lleva presentando recursos desde que comenzaron las ayudas a países necesitados. Este conservador, abiertamente liberal, consideraba ilegal el hecho de ayudar a países que no han hecho sus deberes económicos con dinero que pertenece a los alemanes. El número de demandas que ha puesto en marcha es bastante elevado, hasta tal punto que llegó a presentar una demanda sobre su demanda: pidió al Constitucional que retrasara su veredicto sobre algo que él había promovido en una maniobra para conseguir sus fines.
Otra de las iniciativas ha venido justo del extremo ideológico contrario: del partido Die Linke, que quiere decir «La Izquierda» en alemán, y que vendría a ser algo similar a la Izquierda Unida española. Los motivos que esgrimen son justo los contrarios: consideran que los rescates son armas capitalistas injustificadas teniendo problemas sociales internos por cubrir.
En medio de ambos estaba el colectivo representado por Herta Daubler-Gmelin, exministra de Justicia socialista que tuvo su cartera con Gerhard Schröder y que dimitió, por cierto, tras decir que la guerra de George Bush en Irak era una estrategia similar a la de Hitler buscando enemigos fuera para distraer de los problemas internos. El comentario, uno de tantos polémicos que tuvo, lo dijo en la semana de las elecciones. Pero Daubler-Gmelin es, además de una de las primeras juristas europeas que puso sobre la mesa el tema del matrimonio homosexual, la cara visible que ha articulado una de las iniciativas populares más importantes de la historia de Alemania, con 37.000 firmas cuestionando la legalidad de los rescates financieros.
Uno conservador, un partido de izquierda radical y una exministra socialista. Por si fuera poco, un nutrido grupo de intelectuales y pensadores también ha puesto su firma y su voz a declaraciones contra el rescate. Se trata de Helga Zepp-LaRouche, una conocida activista antiglobalización, Christoph Degenhart, doctor en Derecho e hijo de un histórico político alemán, Peter Neumann, un brillante investigador informático salido de Harvard o Karl Albrecht Schachtschneider, un destacado catedrático en Derecho profundamente euroescéptico.
Ideologías diversas, corrientes diversas, intereses diversos y motivaciones diversos. Estas personas, y decenas de miles más con sus firmas, han tenido el dedo sobre el botón que detonaba la que posiblemente fuera la mayor bomba económica de la historia. El Constitucional se ha llevado el botoncito de marras justo en el último suspiro. Ahora sólo cabe plantearse si quizá no tuvieran razón y fuera mejor salir de esta espiral perversa por las malas.