Hace tiempo que, en las ciudades, los balcones dejaron de utilizarse para tender la ropa. Ahora de ellos cuelgan otro tipo de telas: las de las banderas. En los últimos años, las fachadas de Barcelona se han convertido en grandes escaparates de senyeras, banderas de España o esteladas. Todas ellas, dignas de un estudio ornitológico.
«Los habitantes de Barcelona lleva siete años dentro del procés, el cual ha ido transformando lentamente la forma de pensar, la forma de hablar y, por supuesto, la forma en la que conviven».
Eren Saracevic comenzó a fotografiar las banderas que brotaban cada con más frecuencia en terrazas y ventanas de la Ciudad Condal. Aquella variedad le recordaba en cierta manera a las enciclopedias sobre pájaros.
Mientras las capturaba con su cámara, escribía un texto para cada una de ellas. «Comencé a estructurar el contenido para que crear un libro que explicara lo que ha pasado en Barcelona estos años de procés».
Ese libro es Estudio ornitológico de la ciudad de Barcelona y tiene abierta campaña en Verkami. «Es un estudio ornitológico, un estudio sociológico. Es un estudio de los tiempos que vivimos, es un estudio político, es un estudio de símbolos, es un estudio de la equidistancia, es un doctorado en propaganda y una sátira doctoral».
«Pero, sobre todo, –sigue explicando el diseñador gráfico– es una recopilación de las diferentes banderas que ondean en los balcones de la ciudad de Barcelona, explicadas cada una como una especie diferente de pájaro. Es un estudio que muestra la heterogeneidad de una ciudad, un retrato de sus múltiples identidades y cómo conviven entre sí».
También es una reflexión sobre los límites entre los público y lo privado. Hasta ahora nexo de unión entre la vivienda y el exterior, el balcón, la terraza o la ventana se han reconvertido en púlpitos desde donde manifestarse visualmente a favor o en contra de una causa.
«Los balcones tienen una privilegiada posición de frontera, ejercen de límite entre nuestro espacio íntimo y el espacio público. Tal vez por ello han sido transformados en altavoces que ejercen presión psicológica a favor y en contra del procés, altares patrióticos que en este país, hasta hace pocos años, estaban autocensurados o sencillamente reservados al ámbito privado».
ESTUDIO ORNITOLÓGICO EN LA CIUDAD
En este algo más de año y medio, Saracevic se ha dejado las cervicales mirando hacia los balcones en sus paseos por Barcelona. En el libro hay fotos de Gràcia, Eixample, Sarrià-Sant Gervasi, el Raval, el Born, Sagrada Familia y el Barrio Gótico, aunque el autor siempre estaba ojo avizor.
«Me he fijado en todos los rincones por los que he pasado ya fuera caminando, de paquete en moto o en coche. Si alguna me interesaba, apuntaba su localización e iba luego a fotografiarla».
También ha sido muy valiosa la ayuda externa, cuenta. «Mucha gente de mi entorno que conocía el proyecto me iba enviando fotos. Así, por ejemplo encontré la Cabeciesteladus ibérica, una especie única. Estaba a tiro de piedra de mi casa, pero hasta que no me lo dijo una amiga que vive al lado no la vi».
Un despiste lógico teniendo en cuenta que, como asegura el propio Saracevic, las banderas de los balcones ya forman parte de Barcelona y de otras muchas ciudades. «Pasan desapercibidas, se han convertido en paisaje. Pero cuando te obligas a observarlo durante largo tiempo, empiezas a ver matices y sacar conclusiones». En eso, dice, se como ornitólogo. «Doctorado por la Rey Juan Carlos», añade jocoso.
Además de un relato «poético» del momento político que se vive en Cataluña, al de Sarajevo le interesaba mostrar la pluralidad y los matices de un proceso mucho más complejo de lo que parece.
«Creo que tenemos una tendencia a pensar en bloques binarios, independentistas/unionista, derecha/izquierda, buenos/malos. Los matices se le escapan a una buen parte de la población. Es lógico. Vivimos rápido, no tenemos ni tiempo ni ganas y ahorra mucha energía funcionar en base a dicotomías».
Los balcones son el mejor ejemplo de que no todo es blanco o negro. En medio hay una escala de colores inmensa que cada uno combina a su gusto: «Ves que no todo el mundo cuelga las mismas esteladas; unos son muy discretos, ponen banderas minúsculas y otros cuelgan banderas enormes. Unos cuelgan la estelada roja (para indicar que son de izquierdas), otro la estelada azul; otros fabrican su propia escarapela para mostrar que son independentistas, ecologistas y feministas. Otros, la bandera pirata o la bandera negra porque creen que es Lliures o morts (libres o muertos)».
«Luego están los que cuelgan lazos amarillos. Y en el lado unionista pasa lo mismo. Ni siquiera esos dos grupos que parecen homogéneos lo son y a veces creo que ellos mismos no lo saben», añade.
Saracevic reconoce el limitado valor estadístico de su propuesta, aunque en algunos casos sí ayuda a reconocer las tendencias políticas de los vecinos de una determinada zona: «Existe una correlación muy clara entre banderas y votos en dos barrios vecinos: en Sarrià, dónde ha ganado C’s en las últimas elecciones, hay más banderas españolas. En Gràcia, donde ha ganado ERC, más esteladas. En el resto de barrios, al menos a simple vista, es más difuso».
LA ESTELADA GANA POR MAYORÍA
Cuantitativamente, la estelada gana en la ciudad: «Hay un mayor fervor por un país independiente, que representa cambio radical; no se sabe a dónde, pero un cambio, que es mucho más seductor que el statu quo, que al final es eso, statu quo. Pero si miramos los últimos resultados municipales, no coinciden con el fervor que la gente muestra en los balcones».
La búsqueda compulsiva de banderas enseñó a Saracevic que en Barcelona no todo es procés. Las banderas de diversas comunidades autónomas y países evidencian la morriña de más de uno. Y luego están, cómo no, los forofos del fútbol que exhiben sin pudor el escudo de sus amores.
Los sentimientos de otros son más difíciles de explicar: «Alguna gente gente que seguramente está de vuelta de todo, que cuelga la bandera de Moderdonia o la bandera de Corea del Norte, la bandera de la paz o la bandera de la Tierra. Otra gente que cuelga la bandera comunista o la bandera borbónica del Reino de las Dos Sícilias (seguramente colgada por un napolitano, ya que hay un movimiento neoborbónico en Nápoles)».
Entre los inclasificables incluye a los que cuelgan (o más bien, colgaban) una bandera blanca: «Eran los que pedían diálogo, los mal llamados equidistantes, aunque esa ya está extinguida. Que cada uno saque sus propias conclusiones».
El turismo, otro de los fenómenos en alza y que más ha dado que hablar en los últimos años en Barcelona, también tiene su propio código vexilológico. En la Barceloneta, uno de los barrios más afectados por la turisficación de la ciudad, los balcones están poblados de banderas del barrio:
«A finales de agosto de 2014, entidades locales encargaron 5.000 banderas para decorar las calles durante sus fiestas. Pero el desencanto popular con el turismo masivo transformó eso en una revidindicación, resignificando la bandera como señal de que “aquí vive uno del barrio”».