Quizá porque están cargadas de imágenes que todavía son invisibles. Quizá porque construyen un todo de la nada. Las cámaras, igual que los vinilos, son criaturas veneradas por los amantes de la sensualidad. Y la devoción aumenta conforme desaparece su uso. El culto a las cámaras fotográficas es similar al amor por los vinilos. Tanto como para convertirse en objeto de “decoración low cost”.
Lo describe así Fernando Castelló. El diseñador gráfico creó un espacio donde vendía “láminas decorativas de bajo coste” llamado Tapaforats. Las primeras imágenes mostraban escenas urbanas de cualquier lugar del mundo. Pero al poco hizo una ilustración de una Instamatic para Pasquale Caprile y, poco después, una postal llena de cámaras para la tienda de este fotógrafo italiano.
Entonces descubrió que “los objetos de culto tienen mucha repercusión en los medios sociales y son más productivas comercialmente”, según el ilustrador. Las ciudades de Tapaforats cedieron, así, su protagonismo absoluto en esta web de «decoración low cost» para dejar paso a estas cámaras.