[pullquote author=»Ursula K. Le Guin» tagline=»Los desposeidos»]Como todos los muros, era ambiguo, con dos caras. Lo que estaba dentro y lo que estaba fuera dependía del lado en el que te encontrases[/pullquote]
El ser humano es una especie esencialmente gregaria. El problema es que también es una especie esencialmente gilipollas. Por eso, desde el principio de los tiempos, hemos decidido apartarnos los unos de los otros levantando fronteras que nos separen.
Al principio, las fronteras eran naturales y, hasta cierto punto, lógicas. Una cordillera montañosa, un bosque, el cauce de un río; lugares que aislaban comunidades provocando desarrollos económicos y culturales diferenciados. También les servían de defensa porque la especie humana es, además, bastante cabrona y decidíamos —y decidimos— matarnos entre nosotros por un trozo de tierra.
Con el paso de los siglos y el empuje imparable de la globalización, esta encantadora mezcla entre gregarismo y gilipollez ha dado como resultado la existencia de ciudades bien juntitas pero separadas por un viaducto o una muralla; y cuyos habitantes se diferencian entre sí porque unos llevan camisetas del Real Madrid y los otros del Benfica. Es el caso de Tui en Pontevedra y Valença en el norte de Portugal, o de Quaraí en Brasil y Artigas en Uruguay.
Caminar unos metros por un puente y cambiar de moneda, de costumbres o de idioma es un fenómeno curioso pero culturalmente comprensible. La cosa se vuelve más rara cuando la frontera no responde a ningún accidente natural sino a circunstancias geopolíticas; o sea, al trazado más o menos arbitrario que dibujó un señor en un mapa hace unas cuantas décadas. No hay más que fijarse en las líneas imaginarias imposiblemente rectas que dividen los países africanos o la línea también recta pero perfectamente palpable que separa Arizona de México mediante una valla de acero.
Y con todo, siempre podemos ir un poco más allá. Posiblemente uno de los récords del mundo de estupidez fronteriza se encuentra en el pequeño pueblo de Stanstead/Derby Line, en el este de Canadá y Estados Unidos.
¿Por qué me refiero a Stanstead/Derby Line como una única población? Pues en primer lugar porque, entre los dos, apenas suman 3.400 habitantes según el último censo. Y en segundo lugar porque, pese a que técnicamente Stanstead pertenece a Quebec y Derby Line a Vermont, si nos fijamos en la vista aérea, comprobaremos que no existe ninguna división real.
Ambas poblaciones se establecieron a finales del siglo XVIII, más como agrupaciones de colonos que como municipios de pleno derecho. Aunque los habitantes de Stanstead son francófonos y los de Derby Line hablan inglés, sus relaciones en estos doscientos años han sido perfectamente cordiales. Como es normal, hay varios casos de familias cuyos miembros viven repartidos en el lado canadiense y estadounidense de manera básicamente indiferenciada, más allá de los derechos de voto, cosa que tampoco parece importarles demasiado. Lógicamente, cada pueblo tiene su ayuntamiento, pero tras tanto tiempo de convivencia, se diría que los presupuestos se han equiparado de tal manera que, aparte de la doble señalización idiomática, no hay ninguna diferencia entre los servicios de ambas poblaciones.
De hecho, en 1901 los gobiernos municipales se pusieron de acuerdo para construir un edificio común: la Haskell Free Library and Opera House. Un edificio dotacional que serviría de biblioteca pública y auditorio a todos los vecinos. Levantado en estilo neoclásico con fachadas de ladrillo y granito, desde fuera no parece una construcción especialmente relevante, aunque está considerada como Lugar Histórico tanto en Canadá como en USA. Para entender su importancia, habría que fijarse en el emplazamiento preciso dónde se enclava el edificio.
Exacto. La Haskell Free Library se construyó intencionadamente justo en medio de la frontera. Así, las estanterías de los libros se encuentran en el lado canadiense mientras que la recepción está en el de Estados Unidos. De igual manera, mientras que el escenario del auditorio es técnicamente francófono, la mitad de la platea cuchichea en perfecto inglés americano.
Obviamente, estas situaciones no dejan de ser una hipótesis divertida porque, en realidad, el edificio se usa de manera perfectamente natural, más allá de la curiosidad que supone encontrarse con una línea negra en el pavimento que separa dos países tan enormes. Y sin embargo, durante unos años, la línea negra de la biblioteca y las líneas blancas que cruzan varias calles del pueblo se tomaron muy en serio.
Aunque la política fronteriza estadounidense siempre ha sido muy estricta, las cosas se pusieron realmente complicadas tras el 11-S. ¿Cómo afectaron las nuevas medidas de vigilancia migratoria a la línea entre Stantead y Derby Line? Para empezar, cruzar las líneas se convirtió, al parecer, en un asunto de seguridad nacional: durante un par de meses, los ciudadanos no podían asomarse al pueblo vecino sin pasar por el control aduanero que se levanta en la Main Street/Rue Dufferin. Daba igual que fuesen en coche o caminando, visitantes o autóctonos; los agentes del US Customs and Border Protection tenían que inspeccionar sus papeles y comprobar que todo estaba en regla. Incluso si entraban en la biblioteca por el lado canadiense y salían por el estadounidense.
Afortunadamente, la cordura se fue imponiendo y, tras esos primeros meses, el tema se redujo colocar unos cuantos carteles avisando de la posible multa que te puede caer si no pasas por el checkpoint y a cortar un par de calles al tráfico rodado para obligar a los viajeros a cruzar la frontera por la aduana. En dos calles, el mecanismo de corte de tráfico consisten en una puerta de seguridad que se abre solo para los residentes, si bien en otros pasos, el sistema es mucho más amable: con unas macetas de cierto tamaño ya se arreglan. De hecho, los vecinos siguen cruzando tranquilamente a pie, más que nada porque los agentes fronterizos conocen todas las caras y saben quién vive en el pueblo y quién está de paso.
Con todo, no son pocos los casos de contrabando que se producen en este pacífico borde. Tabaco camuflado entre libros e incluso pistolas distraídas en un abrazo. Aun así, como dijo el dueño de un supermercado al New York Times, «No consideramos la frontera como una verdadera frontera. Consideramos que todo es un único pueblo». Al fin y al cabo, comparten abastecimiento de agua, alcantarillado, parque de bomberos, y varias docenas de familias. En Stanstead/Derby Line siguen siendo gregarios, pero son bastante menos gilipollas.
[…] Fronteras absurdas, como una que atraviesa una biblioteca […]