Y tú más: ¡Gilipollas!

Si nos dieran un euro por cada gilipollas con el que nos hemos topado, seríamos millonarios. Porque tontos hay muchos y hasta nos pueden resultar simpáticos incluso. Pero gilipollas, a montones. Son la élite de los estúpidos, un grado más. Además de pocas luces, son bocazas, metepatas e impertinentes. Nos hemos acostumbrado, pero que te lo llamen es algo muuuuuuy malo. ¿Ejemplos de gilipollas? Para qué tirarnos de la lengua, ¿verdad?

Todos conocemos a más de uno y de una. Hasta canciones se les dedican. ¿Quién de cierta edad no recuerda aquella de Pabellón Psiquiátrico? “G-G-G, G de gilipollas”, rezaba el estribillo. Y no saben ellos el bien que hicieron a la ortografía: porque, señores y señoras, mal que le pese a más de un grafitero de barrio suburbial, gilipollas se escribe con ‘g’ y con ‘ll’. De gilipollas y su forma más breve, gil, se derivan términos como gilipuertas, gilorio, gilitonto y otras muchas variantes regionales como giloy (Madrid), gilinovi (Canarias) o gilindario (Murcia).

Varias teorías hay sobre el origen de este insulto. La más divertida y seguramente la menos cierta es la etimología popular que relaciona el ‘piropo’ con don Baltasar Gil Imón de la Mota, fiscal del Consejo Supremo de Castilla y gobernador de Hacienda allá por el siglo XVII. Tan importante debió ser el personaje en cuestión que incluso una calle de Madrid lleva su nombre. Gil Imón tenía dos hijas poco agraciadas y más tontas que todas las cosas, a las que llevaba a todo acto y festejo social al que se le invitaba, con la esperanza de que las muchachas encontraran marido. Hay que decir que entonces a los jóvenes, tanto hombres como mujeres, se les llamaba pollos o pollas. El caso es que cuando los invitados preguntaban: ¿ha llegado ya don Gil?, la respuesta era siempre, “sí y con sus pollas”. Y claro, dale a un madrileñito la posibilidad de hacer sangre y mofa, que en seguida te sacará el chiste. Así que el chascarrillo corrió con guasa por toda la Villa y Corte en su forma abreviada: don Gil y pollas. Lo demás, ya sabéis, es atar cabos. O sustantivos, en este caso. Y el insulto está servido. Como entretenimiento, la historia no está mal pero no deja de ser eso, una leyenda.

¿De dónde viene entonces gilipollas? Pues hay también diversas teorías. Y todas coinciden en una cosa: la unión de dos términos. Para el primero de ellos, la RAE sitúa su etimología en el vocablo caló jilí, que significaba ‘inocente’, ‘cándido’, y que a su vez derivaba del término jil (‘fresco’). Y es gilí, que tan castizo suena hoy en día pero tan en desuso, el término que designaba hace mucho al que tenía más bien pocas entendederas. O gil, que es más usado en Latinoamérica.

Otra acepción hace alusión al antropónimo Gil, del que Covarrubias escribió en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) que era un nombre “muy apropiado para zagales y pastores”. Quizá por la gran incultura de estos en aquellos siglos, a los que se les consideraba simples, es por lo que el nombre quedó contaminado del sentido peyorativo que hoy tiene.

¿Y la segunda parte de la parte contratante? ‘Pollas’, por otra parte, hace alusión al pene. Ya en la Edad Media, según algunas fuentes, se usaba gilipollas para referirse al hombre que solo tiene hijas, incapaz de engendrar varones. O sea, que tenían el pene tonto. Y quizá al hilo de esto, Camilo José Cela en su Diccionario secreto, concluye que del encuentro de ambos vocablos nacería nuestro actual gilipollas, haciendo alusión a que quien ostenta semejante título honorífico es tonto de la polla. ¿Poco delicado? ¡Qué queréis, es Cela!

La última teoría, pero no menos importante, es la del arabista Federico Corrientes. Cree este estudioso que el origen podría estar en la unión de un arabismo vulgar, hirr (coño, vulva) más pisa (pene, picha) resultando la palabra hirripisi, insulto muy fuerte que usaban las mujeres árabes para llamar despectivamente a los hombres de la acera de enfrente. Por tanto, el significado sería el de ‘maricón o afeminado’. Por el mestizaje cultural de la España de entonces el arabismo se acercó al término gitano, es decir, que el sonido de uno se contagió del sentido del otro y dieron a luz a la criatura.

¿Con cuál hay que quedarse entonces? Bueno, eso ya os lo dejo a vuestra elección.

No te pierdas...