En dos décadas la tecnología ha pasado a medirse en muchas cosas. En ‘cuánto dura’, en ‘cuándo va a llegar la actualización’ o en ‘cuándo sacarán la siguiente versión’, entre otros. Pero una de las batallas más curiosas y a menudo escondidas es la del tamaño. Ahora más grande, ahora más pequeño. Los productos tecnológicos en general viven una indecisión permanente sobre la importancia del tamaño de sus dispositivos. Y ni ellos se aclaran.
El tamaño, al menos en lo tecnológico, importa. Queda raro dicho así, pero si hubiera escrito que el tamaño, al menos en lo digital, importa, hubiera quedado aún peor. Salvado el símil sexual de toda pieza directa que se precie, pasemos a los hechos. En los últimos veinte años han aparecido una serie de variaciones de productos que han ido evolucionando e involucionando según la ocasión. Vayamos por partes.
Primero, el concepto de ‘variación de producto’. Si te fijas, pocos productos tecnológicos actuales son realmente nuevos. En verdad son variaciones y mejoras de productos que ya existían. Una tableta es una mejora de un ordenador. Un smartphone es una mejora de una cabina de teléfonos. Un GPS es una mejora de un callejero. Y así, hasta el infinito.
Segundo, el concepto de evolución e involución. Cuando esa revolución tecnológica de productos de consumo que ahora vivimos comenzó a asentarse y a hacerse masiva, pongamos que fuera en la segunda mitad de los años ’90, una de las batallas era el tamaño. El objetivo entonces era reducir. Con el tiempo las batallas fueron otras, y el objetivo entonces fue agrandar ¿Lioso? Vamos a por los ejemplos.
El ejemplo más evidente es el del teléfono móvil. Si recuerdas alguno de los primeros ejemplares que sólo unos pocos elegidos tenían (hablamos de los muy primeros años ’90), el tamaño del teléfono móvil hacía de éste un producto de todo menos «móvil». Auténticos mastodontes imposibles de guardar en bolsillo alguno, con antenas kilométricas y que requerían de la musculatura de un culturista como para aguantar diez minutos de conversación. Y eso por no hablar de lo carísimo que era hablar por teléfono vía satélite entonces.
Los primeros móviles, analógicos, carecían de colores. De hecho, casi carecían de pantalla. Sólo teclas. En ese contexto, y según fueron apareciendo más terminales, el negocio era el de las llamadas, que las operadoras cobraban a precio de oro. El salto al mundo del consumo masivo, esto es, que empezaran a ser asequibles para todos, exigía que se amoldara a las necesidades y gustos de esa enorme masa de potenciales compradores: había que hacerlos personalizables y, sobre todo, más ligeros.
En apenas unos años se pasó de aquellos ladrillos a una enconada pelea por sacar teléfonos más pequeños y ligeros. Avanzaban ya los ’90 y los móviles empezaban a hacerse tan comunes que llegaban al público joven. En España dominaban los Nokia y el negocio, una vez los universitarios tenían un terminal en el bolsillo (ahora sí cabía), empezó a ser el de los mensajes: llamar era caro, pero hacer llamadas perdidas y dar las pertinentes explicaciones en un mensaje era mucho más sencillo.
Poco a poco se iba colando el color en las pantallas -al principio de una forma poco menos que grotesca- y la sencillez de aquellos días se fue olvidando. Nada de negros pintados con píxeles, de Nokias sencillos de carcasas intercambiables, de móviles pequeños y ligeros con compositor de tonos y el juego de la serpiente. Alguien pensó que, habida cuenta de la mejora de las conexiones vía satélite y gracias al abaratamiento de las mismas, era el momento de generalizar mejores pantallas y nuevas posibilidades.
Entonces llegaron las cámaras fotográficas, las pantallas en color (de píxeles tamaño industrial al principio) y las mejoras de la conexión. Por aquel entonces el negocio seguían siendo los mensajes, mensajes que la gente mandaba sin mirar siquiera el teclado gracias a las teclas físicas que todos conocíamos y que, con ayuda del tacto, apretábamos a ciegas de forma rápida y eficiente. Los móviles fueron ganando tamaño de nuevo para albergar esos nuevos chips y esas nuevas posibilidades. Luego llegarían las conexiones GPS, Bluetooth y demás, y el invento fue creciendo más y más.
La ganancia de tamaño fue a tanto que algunos móviles ensayaron con teclados completos bajo la pantalla. Pero entonces llegó el iPhone y lo cambió todo: pantalla más grande, nada de teclado y todo táctil. El negocio ya no eran los mensajes (mensajes que ya nunca han vuelto a ser lo mismo por más mejoras que se intentan en los teclados), sino la conexión a internet. El móvil es más grande, más pesado y con menos batería. Eso sí, con pantalla en alta definición y un millón de posibilidades además de llamar por teléfono.
Ahora mismo, en el año 2012, la tendencia sigue ahí: en tres años han aparecido terminales que son como dos teléfonos móviles juntos, pensados como una suerte de agenda digital de las de antaño, pero que además sirve para llamar por antiestético que pueda resultar colgarse un Galaxy Note de la oreja. Por crecer, hasta el iPhone ha crecido en pulgadas al tiempo que adelgazaba en grosor. Primero grandes, luego pequeños, luego grandes. Si hay algo sintomático de esta evolución a trompicones es, precisamente, Apple: al tiempo que amplía su iPhone, reduce su iPad.
Efectivamente, el otro caballo de batalla son las tablets. ¿Grandes o pequeñas? Depende. Para leer, en plan ebook, mejor pequeñas. Más manejables y ligeras, una herramienta perfecta para llevar consigo y consumir en transportes públicos. Pero ¿qué pasa cuando se quiere que el ebook deje de ser un ebook y pase a servir para ver el correo electrónico, navegar por internet y ver vídeos y fotografías? Primero, que deja de usar tinta electrónica y pasa a tener una pantalla retroiluminada, lo cual ya atenta contra el concepto de ‘ebook’. Segundo, que ganan tamaño.
Ahí está el iPad, el grande, el clásico. Enorme, con enorme pantalla, comodísimo para visitar páginas web o leer productos informativos como periódicos digitales, revistas online o aplicaciones informativas de periódicos y revistas. Entre el tamaño y la resolución el papel parece a veces un vestigio del pasado. Ahora bien, ni ligeros, ni tan portátiles como debieran.
Enfrente el Kindle Fire y los modelos pequeños de tabletas de Android. Cuentan que Steve Jobs no quería sacar un iPad pequeño para competir con ellos, pero -sea verdad o no- Jobs ya no está y el iPad tiene una versión ‘mini’ ¿Es una tablet, es un ebook? Ambas. La cuestión es si, a pesar de su excelente pantalla, resultará cómodo para consultar páginas web o escribir. Posiblemente no.
Así las cosas, tenemos toda una gama de productos con tamaños distintos para hacer distintas cosas. Desde el móvil pequeño hasta el smartphone de pantalla a gran resolución, desde el ebook de pocas pulgadas hasta el iPad. Y si vamos más allá, más de lo mismo: desde el éxito de las televisiones de viaje de hace unos años a las enormes nuevas televisiones que, si bien es cierto que no son tan profundas como antaño porque ahora son ultraplanas, son también gigantescas porque parece que cuanto mayor es la pantalla mejor sea la programación.
Si te fijas pasa con todo: coches grandes herederos del todoterreno en las carreteras, al estilo Rav4, pero mínimos utilitarios para la ciudad, al estilo Mini o Smart. Grandes ordenadores de sobremesa con enormes pantallas, pero también netbooks y ultraportátiles que reducen aún más el tamaño que nos daban los portátiles normales.
La tecnología, como la vida, no termina de decidirse. Grande y cómodo o pequeño y portátil, esa es la cuestión. Y mientras, nosotros, con crisis o sin ella, vamos comprándolos todos. Por lo que pueda pasar al final.