Guía de supervivencia para el frecuentador de congresos

Amigo, si no has ido alguna vez a un congreso profesional no eres nadie en la vida. O eso o que valoras mucho tu tiempo, claro. Porque, ¿de qué demonios van los congresos? Básicamente de conocer a gente y, de paso, escuchar a gente hablando de cosas. Toma nota.

Aquí servidor de ustedes suele prodigarse poco por congresos y demás, salvo cuando le invitan a ser uno de esos que sube al estrado a aburrir al personal, cosa que sucede con poca frecuencia (lo cual dice mucho del sentido común de la gente). Sin embargo en dos semanas estoy en dos saraos separados por centenares de kilómetros, y yendo como asistente: el primero, iRedes en Burgos y el segundo el Congreso de Periodismo Digital de Huesca.

Primera cosa de la que uno se da cuenta viendo esto: las provincias también existen. Una cosa buena de estos eventos es que no siempre tienen lugar en Madrid, Barcelona o Valencia, ciudades acostumbradas a acoger grandes despliegues, como otras grandes capitales nacionales. De esa forma, el evento sirve a la vez cono promoción de la ciudad: de golpe tienes a un par de centenares de personas llenando hoteles, restaurantes y bares de copas (sobre todo esto último).

Es por eso también por lo que las autoridades locales y regionales suelen patrocinar dichos eventos, ya sea facilitando instalaciones o colaborando con los costes. Al menos así fue en la época buena, y sigue siendo así al menos en parte en esta época menos buena.

Esto, a su vez, tiene consecuencias buenas y malas: la buena es que se da uso a instalaciones municipales no siempre tan concurridas (por poner un ejemplo, el impresionante Palacio de Congresos de Burgos, que cuenta con una sala con aforo para más de mil personas -ya me contarás-). La mala, que las autoridades suelen dejarse ver en el evento, al menos en la inauguración, haciéndose la foto de rigor y -a veces- soltando un discurso. Hace unos años, en mi anterior peregrinaje por saraos patrios, asistí a uno en Cáceres donde no recuerdo qué poder fáctico local tenía serios problemas para pronunciar «Facebook» o «Twitter», lo cual no sería importante si no se hubiera tratado de un evento de comunicación digital.

Pero vayamos a lo práctico: ¿de qué sirve ir a una cosa de estas? Regularmente, para conocer a gente interesante, charlar con gente con la que tienes relación a distancia o, en algunos casos, para desvirtualizar a gente. Es lo que ahora se conoce como ‘networking’ que antes conocíamos como ‘tomarte una caña con alguien y hablar de negocios’. Claro, que hay gente que sería mejor no desvirtualizar porque descubres que te caía mejor ese avatar de Twitter que esa persona que ahora te da la brasa, pero eso es otra historia.

Porque, y esa es una de las claves, lo más interesante de estos eventos siempre suceden fuera de las salas de actos. Por más que el programa sea interesante, que tengas muchas ganas de escuchar la intervención de algún ponente o que las instalaciones sean la bomba (pocas he visto como las ya citadas de Burgos), lo bueno pasa fuera.

Para la economía local vendrá bien, pensarás, pero menuda faena para desplazarse hasta allí. Requiere más tiempo y más dinero para el asistente, eso es cierto, pero tiene su lado bueno: el obligarte a hacer noche fuera hace que pases más tiempo con la gente, conozcas más de ellos e interactúes de una forma más intensa de lo que lo harías en tu ciudad (básicamente porque te irías a casa antes). La dinámica es otra.

A decir verdad, casi siempre hablan los mismos, o al menos representando a las mismas empresas o sectores, con discursos fantásticos y mucho que aportar… Pero a quienes ya sigues en redes sociales o lees en sus blogs y que una vez vistos en directo no sueles necesitar ver de nuevo. Aquí una propuesta para organizadores: innoven, busquen a gente menos vista, hay un montón de talento y grandes experiencias ahí fuera.

Así que las charlas a veces molan… pero otras muchas no. Puede ser por eso de estar más visto que el tebeo o por otros motivos, estilo ‘he venido a hablar de mi libro’, que aporta más bien poco. Es ese tipo de ponente que convierte su charla en una especie de presentación de producto (de sí mismo mucha veces).

Qué decir de esa gente que puede ser genial en su trabajo, con un montón de experiencia, pero que de hablar en público sabe más bien poco. Aburridos, lentos, llenos de muletillas, que dudan, que se ponen nerviosos, que hablan rápido, que no vocalizan o que, peor que todo lo anterior junto, martirizan con presentaciones Power Point, con gifs, con bromas sin gracia o, incluso, con diapositivas con Comic Sans.

O de esas mesas redondas en las que a los ponentes se ponen a hablarse entre ellos, a reírse las gracias, con el respetable soportando con estoicismo tal alarde de ocurrencia: solo les falta el cubata en la mesa y listo.

De hecho, pocas cosas hay peores que una mesa redonda o charla en la que no hay tiempo para todas las preguntas de la gente. Queda feo, eso sí, abrir un turno de preguntas y que nadie quiera el micrófono. Pero es bastante frustrante hablar durante hora y media y que, en cinco minutos, todas las intervenciones de la gente tengan que estar ventiladas.

Porque no, estimado lector: los horarios de esos saraos nunca se respetan. A la tercera charla el retraso puede ser, con suerte, de una media hora. Por eso es tan importante una buena organización, buenos moderadores, ser respetuoso en las pausas para el café y organizado a la hora de gestionar a los asistentes. Nada mejor que montar pequeños catering dentro del mismo recinto para evitar que la gente se vaya (más caro, eso también)

Pero puestos a pedir hay algo fundamental hoy en día en todo evento que se precie: que funcione el WiFi. Si sabes que van a ir doscientas personas… ¿tan difícil es asegurarse de que funcione? ¿Acaso crees que no es importante? Mira al público: pocos miran hacia el escenario, porque en realidad la mayoría están tuiteando o blogueando lo que escuchan.

Y justamente eso es lo que a uno le hace pensar lo absurdo que puede ser asistir a un congreso para estar cara a la pantalla haciendo lo que harías si lo estuvieras siguiendo por streaming.

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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