De todos los puntos del planeta en los que hay montado un quilombo, Oriente Medio es el que más portadas ha deparado en las últimas décadas. Todo parece complejo cuando se trata de analizar la situación que allí se presenta. Sin embargo, en Israel, uno de los puntos calientes, la sencillez encuentra a veces pequeños oasis en los que reivindicarse. El trabajo de Guy Yanai es una huida hacia adelante en busca de la esencia de lo simple.
Tel-Aviv, la ciudad en la que Yanai tiene su estudio, es un marasmo si la comparamos con la Jerusalén en ebullición. Por eso, y porque la percepción de los seres humanos se basa en escalas comparativas y no absolutas, la actividad creativa de Guy Yanai reivindica la mirada serena a lo que se presenta ante cada uno.
Explica que trabaja solo desde hace una década. «Solamente trato de confrontarme conmigo mismo». A partir de ahí, admite que le influye todo. Por fortuna, su temperamento es positivista hasta el punto de que afirma que ama a todo el mundo. «La vida es la mayor influencia. La clave está en mirar, siempre mirar», señala.
Pinte en formatos grandes o pequeños, esculpa o, básicamente haga lo que haga, mantiene un lema como seña de identidad. «Lo hago sencillo». La mayor parte del tiempo en óleo sobre lienzo. Los trazos son breves, decididos, directos. La paleta, intensa. Cuenta que trabaja sin un rutina real. «Todo lo que hago es trabajar, entre 5 y 7 días a la semana. A veces, una pintura me lleva un día. Otras ocasiones, me demoro 18 meses. Pero trabajo por lotes, en grupos de piezas», dice el pintor nacido en Haifa.
El israelita adora a Piero della Francesca, pero apunta como influyentes a artistas que no se dedican solo a pintar. «Creo que los artistas a los que buscaba parecerme cuando tenía 18 años son los que aún hoy siguen inspirándome. Gente como John Zorn, John Cage o Jean Luc Godard».
Y, sí, a veces se complica la vida girando sus pinturas 90 grados.