Poco sabían sobre redes digitales los trabajadores del Servicio Postal de Estados Unidos cuando, en octubre de 1897, metieron una biblia, una bandera nacional y una copia de la constitución en un tubo metálico de 20 x 60 centímetros. Los empleados de la oficina principal de correos de Nueva York introdujeron el paquete cilíndrico en una tubería en dirección al subsuelo. Menos de dos minutos después, el envío llegó a la oficina de Bowling Green, a más de un kilómetro de distancia, completando el tránsito del primer correo neumático que surcaría las entrañas de la ciudad. A través de una red de tubos subterráneos que llegó a medir 43 kilómetros, este sistema llegaría a transportar hasta 95.000 cartas diarias (un 30% del correo que se movía a diario en la gran manzana).
Howard Wallace Connelly, trabajador de correos en aquella época, relata en su libro autobiográfico (’56 años en la Oficina de Correos de Nueva York’- Una historia del interés humano por lo que realmente ocurre en el Servicio Postal), cómo aquel primer día fue todo un evento que atrajo como maestro de ceremonias al senador Chauncey M. Depew. Según escribe Connelly, entre las pruebas que se hicieron entre las dos oficinas, se enviaron también un melocotón, y un gato negro que llegó su destino vivito y coleando. “Cómo ha podido sobrevivir, después de haber sido disparado a tal velocidad… y haciendo varios giros antes de alcanzar Broadway y Park Row, no puedo concebirlo, pero así fue”.
Superada la excéntrica inauguración, el sistema basado en aire comprimido se fue extendiendo bajo el subsuelo de Manhattan, y pronto alcanzó también Brooklyn, entonces considerada como otra ciudad al otro lado del East River, revolucionando la transmisión de mensajes a uno y otro lado del puente.
La red de correo por tubos neumáticos fue un éxito, y en 1933 se hacían planes para extender su alcance más allá de las 23 oficinas que ya conectaba. Aun así, y pese a su efectividad (un paquete tardaba 4 minutos en llegar desde la Oficina de Correos a Grand Central Station, atravesando Manhattan), el alto coste de mantenimiento hizo insostenible el lujo de la velocidad (el correo neumático sigue superando la velocidad que podría alcanzar cualquier carta física en la actualidad) y en 1953 Nueva York dejó de utilizar la red, que cayó en el abandono, y para muchos también el olvido.
El metro secreto de Nueva York y otras redes neumáticas
Nueva York no fue la primera ciudad en hacer uso de la tecnología neumática, desarrollada por el escocés William Murdoch, en la primera década del siglo diecinueve. Desde finales de siglo, Londres y otras capitales europeas (París, Praga) habían puesto en marcha sistemas similares. En Italia, entre 1913 y 1966 se pusieron en circulación sellos diseñados específicamente para el correo neumático.
Al otro lado del Atlántico, Filadelfia sería la primera ciudad estadounidense en lanzarse a la moda neumática y sus tubos metálicos empujados por corrientes de aire bajo el subsuelo. El sistema de aire comprimido era tan potente que, mientras Filadelfia enviaba cartas, en Nueva York se gestaba el primer prototipo de una línea de transporte subterránea.
Inspirado por el tráfico que congestionaba las calles más céntricas de Nueva York a finales del siglo XIX, el inventor Alfred Ely Beach, que seguía de cerca los avances tecnológicos de su tiempo, comenzó a desarrollar en secreto la primera línea de transporte bajo tierra. Su línea neumática subterránea, entre las calles Warren y Murray (Broadway), se completó en 1870 y funcionó durante tres años, aunque nunca llegó a ser vista como mucho más que una curiosidad. Aún así, el recorrido de su único vagón a lo largo de una sola manzana, vendió 11.000 billetes con 400.000 trayectos en su primer año de funcionamiento.
En 1873, cuando Alfred había conseguido el permiso para ampliar el recorrido de su Beach Pneumatic Transit, el apoyo económico y social para construir su soñada red de transporte subterráneo se había esfumado. La sacudida económica de Wall Street que precedió a La Gran Depresión, se llevó los inversores que podrían haber financiado el primer metro de Nueva York.
La fiebre por el sistema neumático, sin embargo, consiguió que el subsuelo de la gran manzana comenzase a utilizar un entramado de túneles de menor trazado. El correo neumático bajo la city revolucionó las comunicaciones urbanas durante décadas, mucho antes de la llegada de la red de redes.