Las primeras fotografías del libro son de sus abuelos. Ambos murieron, junto a un tío, en la localidad antioqueña de San Carlos. Sucedió en 1960 y el motivo fue político: eran demasiado abiertos de mente para un entorno conservador. Aún faltaban siete años para que él, el menor de ocho hermanos, naciera. Pero su vida ya estaba condicionada entonces: por culpa de esos crímenes, la familia de Jesús Abad dejó su casa y emigró a Medellín.
La historia del autor, por tanto, es como la de tantos otros colombianos a los que los horrores de la guerra arrancaron de sus raíces en el campo y acabaron dando con sus huesos en la urbe. A veces huyendo del hambre, a veces huyendo del miedo.
Pero Abad hizo también el camino contrario. «Lo que quiero es sensibilizar un poco a la gente, decirle todo lo que hemos perdido en esta guerra colombiana, a través del espejo roto al que no quisimos mirar», dice en una entrevista en el diario colombiano El Mundo. Lo hace en un libro llamado Mirar de la vida profunda que ha esperado 13 años a ver la luz. No son historias, sino imágenes de esas historias. Retazos de la guerra que ha desangrado a Colombia. Pero con una salvedad: en esas 224 páginas de fotos no hay sangre.
Dice el autor en la citada entrevista que en el drama también se ve «la esperanza, la resistencia, la sonrisa de los niños, la gente volviendo a crear, después de un acto de barbarie. No se puede tener sólo un ojo para el dolor, sino uno también para la esperanza».
Y así es como, a través de la narración de Carolina Ponce de León, se teje el recuerdo. Él, fotorreportero que ha recorrido el conflicto colombiano durante 25 años; ella, comisaria de arte forjada en los 80, cuando arte y política se mezclaban de forma inexorable.
«No busco que Colombia se horrorice, sino que reflexione», decía en otra entrevista, esta vez en El Espectador. El pasado horroriza, pero invita a reflexionar. Durante la presentación de la obra en ARCO Madrid se acordaba Abad de que ese mismo día, diez años atrás, estaba lejos de Madrid, lejos de la ciudad y la civilización, en el corazón de la selva montañosa de la Serranía de Abibe, retratando la llamada ‘Masacre de San José de Apartadó’, en la que el ejército colombiano mató a ocho campesinos, tres de ellos niños.
A sus 48 años, Abad ilustra, más que narrar, uno de los capítulos más dolorosos de la historia de Colombia. Una historia aún no cerrada y cuya resolución lleva más de un año sobre la mesa de negociaciones. Medio siglo de luchas y seis millones de encontrar solución de forma rápida o sencilla.
No es que Abad no tenga fotos cruentas, sino que no quiere invitar a la paz con ellas. Prefiere otras imágenes, de esperanza, de vida. La más reciente, de noviembre de 2014, en la que unos indígenas a los que les iban a arrebatar su hogar queman las armas de la guerrilla.
No parece un mal final para una mala historia.
El testimonio fotográfico de la guerra colombiana
