Joseph Pujol: el arte de ganarse la vida tirándose pedos

2 de octubre de 2017
2 de octubre de 2017
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pujol
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El humorista Joseph Pujol cambió el sentido de la maldición bíblica. En lugar de ganarse el pan con el sudor de su frente, él lo hizo con el sudor de su vientre.

Durante la primera mitad del siglo XX, este marsellés de origen catalán fue conocido en circos y teatros de variedades por su talento para controlar sus intestinos y hacer del pedo un arte.

Además de apagar velas a una considerable distancia con una ventosidad, era capaz de tocar conocidas melodías con instrumentos de viento con el culo e incluso de fumar. Nada del otro mundo si no fuera porque, mientras lo hacía, él podía mantener una conversación.

Tan naturales como inoportunas, las ventosidades, los pedos o las flatulencias han sido para los humanos, a lo largo de la historia, una fuente de diversión, vergüenza e información a partes iguales.

Desde los griegos y romanos, las ventosidades, igual que las heces o la orina, fueron una importante vía para conocer detalles de la salud de los enfermos. Algunos científicos, como Benjamin Franklin, pusieron de manifiesto la estrecha relación entre la alimentación del individuo y la calidad de sus flatulencias.

Tanto es así que en Fart Proudy, el político estadounidense Benjamin Franklin defendió la necesidad de ventosear con libertad y sin miedo para mejorar la salud y bienestar de las personas. Atendiendo a su demanda, Michael Levitt, científico experto en química, logró desarrollar un tejido que neutraliza el desagradable olor de los pedos. Un invento que ha servido para confeccionar ropa interior como ya imaginó Pedro Almodóvar en Pepi, Luci Bom…

Además de estudios médicos y científicos, las ventosidades han inspirado también obras literarias. Los pedos aparecen en el Quijote, en el Ulises de Joyce y hasta Quevedo, que escribió un tratado sobre el ojo del culo, dedicó un poema al pedo en el que decía «el pedo es vida, el pedo es muerte / y tiene algo que nos divierte; / el pedo gime, el pedo llora / el pedo es aire, el pedo es ruido / y a veces sale por un descuido».

Los pedos de Joseph Pujol no eran precisamente descuidos. Aburrido de su trabajo como aprendiz en una panadería, el joven Pujol pensó que podría hacer de su inusual talento una carrera profesional. Pujol había descubierto que tenía un don especial por casualidad. Mientras se estaba bañando con unos amigos en un río y comprobó que era capaz de absorber agua por el recto.

Superada la sorpresa inicial, el muchacho se planteó si además de agua podría absorber aire. No solo podía, sino que durante su servicio militar demostró ser capaz de tocar la corneta a pedos. Un hecho que generó la hilaridad de sus compañeros y el comprensible enfado del corneta oficial.

A finales del siglo XIX París vivía un momento de efervescencia derivado de la Exposición Universal de 1989. Además de la inauguración de la Torre Eiffel, se abrieron numerosos locales de esparcimiento y espectáculo. Uno de ellos era el Moulin Rouge, que estaba dirigido por Charles Zidler, un veterano del mundo de las variedades que había visto casi de todo a lo largo de su vida. Todo menos un pedómano.

«Señor Zidler, yo soy pedómano», se presentó a él Joseph Pujol que, convencido de que su arte era digno de ser admirado, le espetó: «Debo convertirme en el pedómano del Moulin Rouge». Dicho y hecho. Tres días después de ese encuentro, un 11 de febrero de 1890, debutaba Joseph Pujol en el mítico escenario parisino.

Su número se componía de una amplia variedad de ventosidades. El de una inocente niña, el de una mujer anciana, el de un gordo o, uno de los más aplaudidos, el de una costurera: nada menos que un pedo de más de diez segundos que recreaba el sonido de una tela cuando se rasga.

El éxito de Pujol no se hizo esperar. En pocas semanas se convirtió en el fenómeno teatral de la temporada en la ciudad. Las entradas para verle se agotaban y pronto superó en ingresos a artistas ya consagrados como Sarah Bernhard. Llegó a grabar discos de gramófono, el equivalente en la época de las casetes de chistes de Arévalo, e incluso hizo giras por otros países entre los que estuvo España.

En Madrid cosechó un enorme éxito con su espectáculo habitual que, como narraron los periódicos de la época, también incluía la absorción de agua por el recto y posterior lanzamiento «a buena altura».

Sin embargo, las mentes bienpensantes de la época consideraron que las habilidades de Pujol eran inaceptables e iniciaron una campaña en su contra. El empresario español que lo había contratado se vio obligado a pedirle que cambiase su número. Pujol, para no incurrir en incumplimiento de contrato, tuvo que hacer las últimas funciones disfrazado de payaso, limitándose a ejecutar un número cómico al uso, sin ruidos sospechosos ni más agua que la que podría salir de una flor de pega.

Durante los siguientes años, el fenómeno de El petómano no hizo más que aumentar. Tanto que Joseph Pujol decidió independizarse del Moulin Rouge después de una disputa con sus responsables y montar su propio teatro. En él continuaría trabajando de manera independiente durante varios años, hasta que sus habilidades comenzaron a decaer, algo que coincidió con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

A partir de entonces, Pujol se estableció de nuevo en Marsella, retomó su oficio de panadero y se dedicó a cuidar de su familia. Cuando falleció en la ciudad portuaria en 1945, sus hijos, nada menos que una decena, se negaron a entregar el cuerpo de su padre a la Facultad de Medicina de París. Los miembros de tan docta institución estaban muy interesados en determinar si lo de Pujol era una cuestión fisiológica o un asombroso control muscular propio de ninjas. Se quedaron con la duda.

Sea como fuere, el interés por la figura de El petómano continuó años después de su muerte. En 1965, François Caradec y Jean Nohain escribieron una breve biografía del personaje con ayuda de la familia y, en 1983, Ugo Tognazzi interpretó a Pujol en un biopic dirigido por Pasquale Festa Campanile. A esta obra de ficción se sumó un documental titulado Le petómane: Fin de siècle fartiste dirigido por Igor Vamos en 1998.

En la actualidad y a pesar del tiempo transcurrido, el legado de Pujol sigue vigente. Artistas como Mr. Methane han recogido su testigo y continúan en ese difícil sendero que separa el maravilloso arte de ventosear de la más inaceptable falta de respeto.

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