Niña padaung (Foto: Muntuwandi, en Wikipedia)

A todos nos gusta la belleza. Buena muestra de ello son las imágenes que nos bombardean en los medios, y no solo las publicitarias: casi cualquier manifestación o evento social tiene una instantánea icónica, muchas veces protagonizada por un rostro bonito. Todo es más susceptible de recibir atención si es bonito. Pero, ¿qué es ser bonito? Depende.
La belleza es subjetiva es uno de los mantras más repetidos, especialmente dirigido a los feos. Es como un premio de consolación: no, no eres guapo, pero seguro que para alguien lo eres. Y en cierto modo es verdad. Porque los atributos que para alguien pueden ser atractivos, para otros no. Ahí están los rotos para los descosidos, y un largo catálogo de filias extrañas en lo que a cuestiones sexuales se refiere. Pero… ¿no hay una forma más o menos racional de describir la belleza?
Los clásicos lo intentaron hasta la extenuación, erigiendo esculturas cuya estatura era siete veces la cabeza de la misma, buscando la forma de hacerlas equilibradas y realistas. De ahí a la proporción áurea y a las representaciones idealizadas de iconos diversos: esos Jesucristos rubios y ojos azules tan inverosímiles para el Oriente Próximo donde la historia le ubica, esos reyes y césares retratados como gigantes portentosos. Luego llegó el realismo a la pintura de cámara y, con él, la constancia de que la mezcla de sangres es lo mejor que les ha podido pasar a las monarquías ‘modernas’.
La belleza es tan subjetiva que es influenciable y evoluciona: cada época tiene sus ideales, sus gustos. De las hombreras de los 80 a los cardados de los 90; de los bigotes de la dictadura al hipsterismo trágico que nos rodea. Antes las mujeres orondas y de caderas rotundas eran un síntoma de salud (y, mucho antes, la garantía de un parto que llegaría a buen puerto). Hasta en lo más íntimo sucede, por ejemplo, en el vello corporal (la depilación en mujeres y ahora en hombres) o, más concretamente, en el vello púbico. Lo que ayer gustaba hoy no… y mañana gusta de nuevo.

Aún hoy, a pesar de la concienciación social, las modelos de pasarela son mujeres gigantes, esqueléticas y descompensadas en muchos casos. Casi cualquier chica mona de la calle resulta mucho más atractiva que esas supuestas diosas de la belleza, al menos para la gran mayoría de hombres.
En realidad esa gente no existe: ni esos chicos musculados de torso brillante ni esas chicas de mirada deseosa con pechos perfectos y piernas largas. No es que los maten tras las sesiones de fotografías, sino que lo que acabamos viendo en las revistas ha pasado por horas de Photoshop para mejorar lo que la naturaleza no ha conseguido hacer perfecto (y que en ocasiones empeora lo que de facto era casi perfecto).
Creo, de hecho, que por ahí va lo de ser una ‘IT girl’: tener un ‘algo’ indefinido que hace que la chica de marras resulte atractiva. Un amigo lo resumía de una forma mucho menos ‘cool’, pero más entendible: «de cara un cinco, de cuerpo un seis… de media un ocho». Seguro que conoces a muchos chicos y chicas así. Tienen ‘algo’ que no puedes explicar, será el carácter, la actitud, la forma de vestir, el morbo… pero algo hay, perceptible pero imperceptible, que completa la media no matemática de la belleza. Hay quien tiene ‘eso’ y hay quien no lo tiene. Y ni siquiera será igual para todos: para algunos lo tendrás, para otros no.
¿Es más atractiva la gente con ojos claros? ¿Con piel morena? ¿La delgada? Dependerá, entre otras cosas, de la oferta y la demanda. En latitudes donde determinados rasgos sean exóticos pueden resultar más atractivos que en otras. Y luego están los estereotipos.
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Fuera de la imperante cultura occidental los estereotipos cambian por completo.
El ejemplo más tradicional de belleza tradicional, sin movernos de Asia, serían las geishas japonesas. Su ropa, sus zapatos, la forma de moverse, de andar, de dormir, su peinado, el manejo de los avalorios… De ellas siempre se ha dicho que eran obras de arte en movimiento, pero ¿son objetivamente bellas, sexualmente atractivas? Seguramente no al modo de ver occidental.
Son el caso más conocido, pero hay más. Un reportaje reciente en El País visibilizaba la historia de las ‘kumari’, las diosas niña de Nepal, vinculadas al hinduismo y a una casta concreta. Según la tradición, algunas vírgenes preadolescentes se convierten en la representación icónica de los dioses y son criadas de forma aislada, sin contacto alguno con el entorno más allá de la exhibición a la que se les somete. Para ellas es durísimo, pero para sus familiares, un orgullo y un privilegio. ¿Hay belleza acaso en estas niñas y, particularmente, en su situación? ¿Son más hermosas que otras preadolescentes de la zona?

O las mujeres padaung, conocidas como ‘mujeres jirafa’ por la costumbre de alargar artificialmente sus cuellos añadiendo cuentas de cobre según van creciendo en edad. ¿Son hermosas? Son, como en los casos anteriores, un reclamo turístico conservado desde una tradición cultural antigua.

No todos los ideales de belleza se asocian culturalmente a mujeres: entre los wodaabe, una tribu nómada del sur del Sahel, celebran una cita anual antes de sus migraciones tras las lluvias donde los hombres intentan impresionar a las mujeres con sus vestimentas y maquillajes, pero sobre todo con la blancura de sus ojos y dientes ¿Esas fotos de hombres con dentaduras a lo Rafael y con los ojos casi fuera de las órbitas? Son ellos. ¿Te parecen guapos?

Pero no hace falta irse a países lejanos para cuestionar la belleza. ¿Te atraen los tatuajes? A la mayoría, si son discretos, sí: tras una larga tradición vinculada al consumo de drogas, al ejército o a las prisiones, se han convertido en una decoración corporal socialmente aceptable, como también los pendientes o el peinado, indistintamente del sexo en la mayoría de casos. Ahora bien, ¿qué hay de las dilataciones y las escarificaciones?
Bellezas hay tantas como personas, supongo, a gusto del consumidor. Y eso es una gran noticia para nosotros los feos.

Imágenes: Gráfico de QZ.com, portada de El Jueves y bolso en Dos bellas muy bestias. Imágenes de las Kumari, Padaung y Wodaabe, de Wikipedia

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