La delgada línea que separa lo privado de lo público

25 de julio de 2012
25 de julio de 2012
3 mins de lectura

El desvelo de lo opaco está teniendo lugar, en este mismo instante, en el madrileño barrio de Chueca. Quisieron los arquitectos que su hogar dejase de ser gris, misterioso o monótonamente funcionarial y abrieron las puertas para que todos pudieran ver qué hacen allí. Y resultó que se hacía bastante más que proyectar cómo colocar un ladrillo sobre otro.

La construcción cuelga con el sambenito de tener parte de la culpa de que este país ande un poco más renqueante que los de su entorno, en medio de la crisis económica que golpea a todo el planeta. El monstruo creció gracias a la demanda alimentada por la laxitud del crédito hipotecario. Éste, a su vez, empujaba a un mercado en auge que primaba la nueva obra. Todo aquel que andaba metido en eso del hormigón, el ladrillo y el acero acababa llenado el bolsillo. Hasta que todo acabó.

Aún sin buscar culpables, lo cierto es que todos los agentes que se vieron implicados en el proceso han visto como su reputación se veía ciertamente dañada porque, como en toda actividad en este país, se quemaba el dinero, pensando que no se terminaría, como si no hubiera un mañana. Toca redención y muchos se han puesto manos a la obra.

Al mismo tiempo que Santiago Calatrava salta a las páginas de la prensa por considerar “modestos” los honorarios que cobra –algunos no escarmientan-, sus compañeros madrileños han optado por todo lo contrario: acercarse a las personas que tienen que habitar aquello que construyen.

Esta idea, plasmada en tres dimensiones y palpable de manera efectiva, es la nueva sede del COAM (Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid). “Queríamos acercar el colegio y nuestra profesión a la sociedad. Nuestra intención es la de solucionar problemas a la ciudadanía”, declara Manuel Leira, vocal de la Junta de Gobierno del COAM.

Los arquitectos de Madrid han plantado su nueva sede en el antiguo edificio de las Escuelas Pías de San Antón, en la manzana comprendida entre las calles de Hortaleza, Farmacia y Santa Brígida. Han dotado al edificio de una peculiar filosofía en la que los usos públicos y privados se mezclan para confundirse en una suerte de conjunción profesional y ciudadana. Todo ello responde al acuerdo que alcanzó el colegio profesional con el ayuntamiento de la ciudad y que ha vestido al edificio con elementos como una escuela infantil, un centro de mayores, una escuela de música o una piscina cubierta. Serán los arquitectos los que se ocupen de la gestión de su propio espacio mientras que el consistorio manejará las dotaciones públicas.

El edificio, que ardió en el año 1995, tenía fecha de caducidad. Pero claro, la obligación de los arquitectos es darles vida o, lo que es aún mejor, volver a darles vida. El COAM vendió su antigua sede de la calle Barquillo y se embarcó en un concurso internacional que ganó Gonzalo Moure bajo el lema Sueña un Jardín. Ese jardín dejó de ser sueño y se hizo real y público en el patio de la manzana. “Se trata de un jardín interior, casi un mini Retiro, que se quiere convertir en un elemento rehabilitador del entorno, en un vacío insólito en medio de este casco de la ciudad”, explica Leira.

El edificio quiere ejercer el rol de eje vertebrador entre la zona de Alonso Martínez y el barrio de Malasaña. La extraña conjugación entre lo clásico y lo vanguardista, representado por los estereotipos de cada barrio, será a través de la cultura y la creatividad o no será. “Estamos intentando generar un concepto nuevo de asociación de espacios, un nuevo foco cultural donde todos los usos del edificio creen una sinergia para construir algo totalmente nuevo”, dice el arquitecto.

La entidad declara abiertamente que han creado el espacio para que sea tomado por los habitantes de Madrid. Los horarios de apertura a partir de septiembre serán amplísimos y el contenido casi inabarcable “aunque la mayoría de veces las actividades estén relacionadas con la creatividad y el arte”.

La Sede, que así han bautizado a la criatura, albergará exposiciones, conciertos, proyectos de formación vinculados al Instituto de Arquitectura o incluso a cursos de postgrado de universidades privadas, eventos capaces de reunir a varios centenares de personas, un centro de negocios e incluso un showroom que, como dice Leira, “tiene un claro modelo de explotación comercial”. Además, habrá una amplia zona de restauración e incluso un parking subterráneo de 466 plazas.

Las antiguas Escuelas Pías, que se vieron reducidas a cenizas, han resucitado para recoger de la calle a todo aquel que busque relajo mental e intelectual. Queda por ver cómo se alimentan 12.000 metros dedicados a la arquitectura y 8.000 a proyectos sociales municipales. Sea como sea, las puertas que unen las habitaciones privadas con las de todos han quedado abiertas. Solo queda ocupar y disfrutar de los espacios.

No te pierdas...