La ‘Universidad del Crimen’: el teatro como rehabilitación

En la Ciudad de México el sábado por la mañana es un momento perfecto para ir a la cárcel. Cada vez hay más gente que piensa lo mismo. Hacen colas en los autobuses, cruzan la ciudad inmensa y esperan horas para entrar a «la trena» voluntariamente. Todo para ver una función de teatro. Teatro del bueno, además.

El Foro Shakespeare tiene la culpa. Su compañía de teatro penitenciario cumple ocho años de funciones en la prisión de Santa Martha Acatitla, una de las más antiguas del país. Ocho años de actuación en la «Universidad del Crimen», como la llaman sus reclusos; ocho años de formar actores y ofrecerles salidas profesionales al acabar condena.

Un día, Itari Marta, directora del foro Shakespeare y actriz de telenovelas, recibió una llamada. Al otro lado del teléfono estaba Perdita Durango, o como se la conoce en México, Sara María Aldrete, «La Narcosatánica», una de las reclusas más conocidas de México, condenada a más de 600 años por 12 homicidios.

Aldrete la había visto en televisión y le pedía impartir un taller de teatro en el interior del reclusorio de mujeres de Santa Martha. Al poco tiempo, los hombres, presos en el edificio de enfrente, se enteraron y reclamaron  participar en los talleres. Tras las dudas iniciales, Itari aceptó.

El proyecto continuó y el resto es una historia que lleva a filas de público cacheadas por la policía frente al penal. Hoy se representa Ricardo III, una historia de odio, redención y venganza. Shakespeare entre rejas. Las puertas de la cárcel se abren y unos minutos antes de comenzar la obra el elenco se reúne en un corro solemne. ¡Arriba el telón!

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«Todo el que se intente parar, dormir o huir solo encontrará su propio vacío mortal. ¡Soldados! ¡Que nadie salga vivo de aquí! O al menos no de la misma forma en que entró. ¡Es una orden!». El que declama es Javier Cruz, 43 años, 16 dentro de Santa María Acatitla. Delito: robo de autos (un total de 43). Hace cuatro años que obtuvo su libertad y hoy interpreta al primer Ricardo III de la mañana.

A Cruz lo pillaron cuando levantaba su coche número 44 «por un compañero que se pasó con la bebida y llamó demasiado la atención de la policía». Estos días, además de participar en Ricardo III, actúa representando el papel de funcionario corrupto en la obra La Mordida, que se exhibe en el Centro Cultural Autogestivo 77.

Cruz es un experto en mordidas: su condena inicial superaba los 40 años; por suerte pudo arreglarlo y solo pasó 15 «ahí dentro». Pudo arreglarlo sobornando al juez, claro. «Los actores hicimos el trabajo de campo en la Secretaría de Gobernación. Fueron a hacer un trámite y por supuesto les ofrecieron la mordida correspondiente. Solo para agilizarlo. El abuso de poder está extendido por todos lados en México», admite.

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A Cruz el proyecto de teatro penitenciario le ha dado una nueva profesión: hoy ejerce las funciones de actor y productor de la compañía. En la entrada de la prisión repasa las identificaciones y organiza las estrictas filas de la entrada ante la atenta mirada de los policías con los que compartió las paredes de Santa Martha hasta hace unos años. «No es fácil acostumbrarte a volver a entrar. Las autoridades siguen viéndote un poco como a un interno. Las primeras veces que volví tras la condena me daba como miedo que no fuesen a dejarme salir».

Admite que después de 16 años es complicado salir fuera. Se extrañan muchas cosas. El que le pasasen una lista, por ejemplo, pero sobre todo echaba de menos los saludos. «Allí nos despertábamos saludándonos unos a otros: ¡buenos días!, ¡buenos días!… Así iba al principio por el metro, saludando a todo el mundo. La gente diría «pinche loco, qué quiere este…». Yo al menos tuve suerte y tenía familia esperándome. Muchos ni saben qué hacer cuando salen fuera».

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[A] César David García, el Ruco, aún le queda mucho tiempo para hacerse esa pregunta.Tras 15 años cumplidos dentro de Santa Martha aún le esperan otros 60 aquí dentro. Su delito, un homicidio con pistola. Con voz potente y mirada desafiante interpreta al segundo Ricardo de la obra.

«En ocasiones es duro, la exigencia es mucha; los ensayos, las funciones…  Alguna vez dan ganas de tirar la toalla. Te lo piensas por unos días pero acabas volviendo. Es difícil llevarse con los compañeros. Cuando llegamos a este lugar estás aún con armaduras, con antifaces. Con el teatro  aprendes a dejar eso fuera y confiar en tus compañeros. Este lugar es de verdad», indica.

«El personaje de Ricardo III está muy bien elegido porque es sutil, falso y traicionero, y eso empata mucho con nosotros, ya que muchos estamos en este lugar a causa de nuestro lado oscuro. Este personaje nos permite jugar con nuestra maldad, sacarla fuera y al mismo tiempo darte cuenta de los errores que has cometido. Todos tenemos un Ricardo III dentro de nosotros. En realidad, Ricardo podría ser cualquiera».

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Un guion crudo, plagado de venganza, traición, violencia, intrigas… Dieciocho actores, cuatro músicos, dos técnicos, hora y media de función y 13 ricardos intercambiables que se turnan en el papel durante la obra. Intercambiables también con el público, que aplaude entregado entre acto y acto.

«Ricardo podría ser cualquiera».

Hasta podría serlo Francisco Sánchez Márquez, que dirigió el penal en Hidalgo durante siete años y hoy es profesor de Comportamiento criminal en la Facultad de Derecho de esta localidad y ha traído a sus alumnos a la función. Veinteañeros boquiabiertos ante la escena. Algunos ya trabajan como voluntarios en políticas de reinserción dentro de varios penales.

Ya ha venido varias veces y siempre sale impresionado de la atmósfera que se respira aquí dentro y la profesionalidad de los actores. «Es una gran forma de dar oportunidades. Hay 250.000 presos en México. La nueva ley penal permite que el trabajo dentro de la cárcel sirva para conmutar la pena y para cotizar y ahorrar algo cuando salen fuera. Iniciativas como esta son claves para la reinserción social. Alguna gente, al principio, viene por morbo o por caridad; después se sorprende».

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[R]afael Martínez, el Sencillo, 14 años de dentro de Santa María. Le quedan otros 29. Delito: homicidio. Papel: Ricardo III, por supuesto.

Hoy han venido a verlo su mujer, un amigo y Derek, que con apenas dos meses es la primera vez que ve a su padre, que lo sostiene emocionado. Es el tercer hijo que tiene Martínez, dos de ellos engendrados dentro de la prisión. A la mayor la conoció fuera con apenas dos años. Ahora tiene 15 y vive con su exmujer en Estados Unidos. «La vida le ha dado una oportunidad y espero que la aproveche». Él ha rehecho la suya aunque sea entre rejas. «Yo, cuando empecé, decía que el teatro no te hacía libre, solo el dinero. Hoy he cambiado mi opinión. La dirección te rasca, te hace que llores, que rías, aquí te quitas las máscaras. Acabas dando las gracias por al menos poder estar aún aquí. No sé cuándo saldré pero ya soy un poco más libre».

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Un sábado al mes, el foro Shakespeare organiza funciones dentro de la prisión, su popularidad no para de crecer y hoy es imposible lograr una entrada sin reservar con semanas de antelación. Pero el trabajo de la Compañía se extiende también fuera. A través del Centro Cultural Autogestivo, conocido como el 77, en la Colonia Juárez de la CDMX, donde personas que cumplieron sus condenas, como Javier, representan sus funciones. De este trabajo han surgido obras como Las 80 mejores amigas y La Mordida y planean otros proyectos como La universidad del crimen, una línea de ropa diseñada y fabricada por los propios reclusos.

«Lo de La Universidad del Crimen lo inventamos nosotros como una broma. No voy a mentir, aquí dentro aprendes muchas cosas y no todas buenas. Hay expertos en robos, en extorsiones, atracos… y siempre tiendes a hablar de lo que hiciste y a intercambiar información. El teatro te da la oportunidad de aprender también otro tipo de cosas».

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[I]smael Corona, el Mayelo. 24 años, cinco años dentro, condenado por homicidio con navaja. Hace tres que salió. Cierra la función con el último Ricardo del día.

«Algún amigo de dentro me dice: “Lo que haces ahora es una forma diferente de delinquir». Hay un plan, hay que organizarse, ejecutarlo y cometer el crimen, que en este caso es que el espectador se lleve un resultado. Hay que delinquir bien en escena y si lo haces bien, te ganas un aplauso».

A Ismael le repite su psicóloga que no olvide aquel día, que no olvide qué pasó con aquel chico. Que lo interiorice «porque si lo olvidas, se te hace como un juego y ya no lo sientes y podrías volver a hacerlo. Así que trato de mantenerlo fresco. En Ricardo III me sirve. Lo recuerdo cuando hago de príncipe y quiero matar al rey. Puedes utilizarlo como terapia».

Ismael tuvo suerte, cometió su homicidio con 17 años. Al ser menor de edad no ingresó en penitenciaria; a él lo destinaron al correccional de San Fernando. Él cree que en el correccional uno puede generar su propia conciencia. «Cada uno lo hace a su forma. A través de experiencias ajenas, relatos, a golpes, tú decides de dónde partes. Ahí es difícil hacer amigos. Mi generación ya salió y muchos ya están muertos».

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«Muchos, cuando salgan, quieren entrar. Pero somos estrictos, hay que comprometerse, cumplir horarios, trabajo, preparase, el papel, etc. Yo he encontrado mi vocación y quiero dedicarme a esto para siempre. Otros pueden hacer lo mismo».

Las salvas de aplausos aún no han terminado cuando los policías aparecen junto al escenario. Es la señal para desalojar el teatro, los actores se despiden de algunos familiares, cambian de ropa y se preparan para volver a su rutina en el penal. El público atraviesa el patio de la prisión. Un interno pide una «sonrisa para un preso». «Sonríe, al menos, que tú estás fuera», le dice a una chica.

«Hoy somos el puente de allá para acá. Lo importante es que la gente de dentro tenga una opción personal y profesional. Por desgracia muchos reinciden, te acostumbras al dinero fácil», dice Cruz.

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El público se amontona en los autobuses que tardarán unas horas en atravesar de nuevo la descomunal Ciudad de México. Los rostros son más serios y los vehículos más silenciosos mientras las puertas de Santa Martha Acatitla se cierran y con ellas sus historias, horrores  y culpas, reales o representadas, que han conocido esta mañana. También los ocho años de ensayos para posibles vidas nuevas. Otras vidas. Eduardo Galeano dijo una vez que «Somos los que hacemos para cambiar lo que somos».

Mucha mierda.

1 Comment ¿Qué opinas?

  1. Me encanta leer como el teatro es capaz de transformar a las personas. Un proyecto muy interesante descrito de la mejor manera. Gracias por compartir un cachito de México, Quique

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