A nadie se le escapa a estas alturas que en España tenemos un problema serio con la corrupción. No es un chanchullo de dos o tres, sino el saqueo sistemático, y a todas las escalas, de la economía. Desde los de los sueldos sonrojantes hasta los que cobran sin declararlo; desde los sobres hasta los que contratan a autónomos como si fueran trabajadores por cuenta ajena. Somos unos chorizos. Pero ojo, que si nos comparas con el extranjero a veces parecemos aficionados.
Cuando se cumple el séptimo año de crisis económica brutal -más tiempo que lo que ha durado el ciclo de éxitos de la selección- los españoles nos hemos acostumbrado a vernos salpicados por tal imputación o tal supuesta irregularidad, por un registro en no sé qué institución o por el supuesto cobre irregular de váyase a saber qué triquiñuela. Tenemos instituciones llenas de cuñaos, advenedizos que dicen que ellos sabían que iba a venir esta crisis (ahora, no cuando mandaban) y gobiernos que cambian su jurisdicción judicial para que países muy comunistas, muy antidemocráticos pero muy (muy) ricos no se enfaden.
Tenemos, sobre todo, una proverbial falta de puntería: regularizamos a las trabajadoras domésticas para perseguir el fraude, impedimos a rumanos y búlgaros ser europeos de pleno derecho aplicando moratorias para fomentar la contratación de nacionales y estigmatizamos el nacionalismo como para que desaparezca él solo. Pero mientras el fraude más sangrante lo hacen los de arriba, son los únicos que no pierden el trabajo y cada vez hay más conversos al nacionalismo.
Somos lo más.
Por eso casi ni sorprende que más de un tercio de los diputados autonómicos del PP valenciano han estado imputados, o que ayuntamientos se quedan sin concejales porque todos aparecen en no sé qué caso de corrupción y por eso mil cosas más que no hace falta seguir contando porque todos sabemos.
Lo peor de todo es que nos empeñamos en vender como grandes avances cosas que no compramos ni los propios españoles. Con una primera línea política que no sabe hablar inglés de forma mínimamente correcta es complicado ser influyente y respetable y conseguir que te hagan caso. Por eso quizá preferimos mantener relaciones con otros personajes más interesantes (a nivel de inversiones) aunque sean escalofriantes dictadores de pelo chorritoso.
Porque sí, Obiang se reunió con Rajoy… y con Zapatero, con Aznar, con el Rey y con González. Y Gadafi lo hizo con Zapatero (esa jaima mágica), con Aznar, con el Rey y con González. Y Mubarak -adivinen- con Zapatero, con Aznar, con el Rey y con González. Rajoy se ha perdido a Gadafi y Mubarak, pero seguro que encuentra a potenciales socios peliagudos. Casi puedes ver envejecer a estos personajes tan entrañables (por su gusto por sacar las entrañas a los opositores) a través de sus fotografías con cada uno de nuestros grandes líderes.
Pero basta de hablar de nosotros, porque ahí fuera hay tela marinera ¿Que es grave que la infanta Cristina, hermana del Rey, esté procesada por sus chanchullos familiares? Gravísimo ¿Y que sobre el partido que gobierna exista la sombra de la financiación irregular? Tremendo ¿Y que sobre el principal partido de la oposición, con el que se reparten los sucesivos gobiernos, tenga a un tercio de sus militantes en una región con uno de los mayores escándalos en décadas a cuento de EREs irregulares? La monda, literalmente.
Si a que somos unos truhanes de lo fiscal le sumamos que tenemos muchos líderes un poco chorizos y que tenemos una habilidad diplomática única para buscar aliados, el panorama se vuelve desolador.
Pero, amigos, casi peor sería ser francés. Allí cuatro de los más importantes líderes de las últimas décadas han tenido que ir a ver al juez por circunstancias diversas. El último el expresidente Nicolas Sarkozy, imputado por corrupción y tráfico de influencias. Pero antes que él, el exprimer ministro Dominique de Villepin, que fue acusado de manipulación contra el citado Sarkozy, u otro expresidente como Jacques Chirac, que fue juzgado por desvío de fondos públicos. No hay que olvidar a Dominique Strauss-Kahn, exjefe del FMI y que posiblemente hoy estaría presidiendo la república francesa si no fuera porque le estallaron varios casos de supuestos abusos a mujeres.
A todo este frenesí delictivo hay que sumarle el rollo de los amoríos: Sarkozy separándose y arrejuntándose con Carla Bruni, mientras que François Hollande se separa de su anterior pareja que ahora, a la postre, es ministra. Algo tiene el Elíseo…
Vale, dirás que al menos en el país vecino tienen la decencia de sentarles en el banquillo o interrogarles durante horas, como ha pasado con Sarkozy, mientras que en España todos están aforados y lo más cerca de la cárcel que hemos visto a uno de nuestros expresidentes fue a González acompañando a uno de sus ministros cuando eran los tiempos del GAL y la corrupción.
Fíjate que cuando existía esa corrupción estábamos en otra profundísima crisis ¿Casualidad?
Pero volvamos a Sarkozy, ese personaje que parecía incontestable y que fue incapaz de ser reelegido: fue el primer presidente francés en muchos años al que no le dejaron repetir. Y del Elíseo con poder, dinero, una nueva mujer más joven, alta y guapa, fama y operaciones de marketing estupendas… a perder las elecciones, vivir una guerra civil en su partido y ahora, finalmente, vérselas con la Justicia. Del todo a la nada, como nuestra selección en este mundial.
Hay más cosas que nos unen a Francia que las que nos separan, como esa estupenda habilidad diplomática. Hubo un tiempo en el que el malogrado Sarkozy -como Aznar con Bush- pensaba que manejaba Europa con Merkel. También lo creyó Hollande, que iba a promover no sé qué frente común con Mario Monti en Italia (que ya no está) y Rajoy contra Alemania por la austeridad. Meses después Merkel revalidaba su mayoría con récord incluido, Monti ya no está y Hollande y Rajoy han vivido sus peores momentos de popularidad. Con frentes a la Merkel…
Sarkozy bien podría ser español (en cierto modo el primer ministro Manuel Valls y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, lo son), porque también se buscaba peligrosos compañeros diplomáticos. Porque resulta que el malo malísimo por antonomasia del panorama internacional (con permiso de los Castro, Nicolas Maduro, Kim Jong Un y Vladimir Putin), es decir, Bachar al Assad, presidente de Siria, era un apestado al que rescató Sarkozy. Sí, como algunos pobres niños en el recreo: nadie en el foro internacional quería saber nada de él hasta que, hace algunos años, Sarkozy se reunió con él y le llevó a varias citas internacionales que sirvieron para facilitar su regreso a la primera escena tras años de ostracismo. La foto es maravillosa
Pero no sólo en España y Francia cuecen habas. En Israel, un país que -como Italia- cambia de dirigentes con bastante frecuencia, se condenó al exprimer ministro Ehud Olmert a seis años de cárcel por cohecho, y a siete al expresidente Moshe Katsav por dos casos de violación y otros dos de abusos. Y en Italia (qué decir de Italia), con Silvio Berlusconi tejiéndose una red de protección legal para no perder la inmunidad cuando dejara sus funciones (porque menuda condena dura le ha caído por todas las barrabasadas que ha hecho).
Y todo eso paseando por el ‘barrio’ que es esta parte del mundo. Pero en EEUU no hace demasiados años se juzgo al presidente Bill Clinton por su ‘affaire’ (desde entonces colea, con perdón, la palabra) con una becaria que luego escribió un libro del tema. Y en Rusia, China o Venezuela, países ‘amigos’ de medio mundo por intereses económicos, comerciales o de materias primas, pasa de todo.
Mal de muchos consuelo de tontos. Pero es que hay muchos, y -visto lo visto- en España somos muy tontos.
Líderes malotes
