Tu jefe te agrega a Facebook. ¿Qué haces? ¿Lo aceptas, lo rechazas, dejas la invitación en el limbo de solicitudes pendientes? ¿Lo aceptas, pero lo incluyes en la lista de «conocidos» para que no pueda ver tus fotos del fin de semana?
Un seguidor de Twitter al que no conoces personalmente, pero que siempre retuitea tus artículos, te cita, esperanzado, al compartir uno suyo. ¿Lo lees, le devuelves un retuit, le das un fav?
Tu amigo te etiqueta, con toda su buena intención, en una fotografía en la que sales fatal.
Y, así, podríamos citar un sinfín de ejemplos. Al tiempo que, en la vida real, el protocolo y el «deber ser» se convierten en convenciones arcaicas y que casi todos hacemos apogeo de la libertad de elegir (de decir que no, de rechazar, de sentirnos indispuestos, de no tener ganas, de no hacer casi nada obligados); en el mundo digital parecen renacer, transformados, esos compromisos y obligaciones.
Los usuarios activos de redes sociales como Facebook, Twitter, LinkedIn, WhatsApp o Instagram se enfrentan cada día a decenas de decisiones que contienen algún factor de presión social. Aunque en principio el acto de dar y el de recibir están totalmente separados, la realidad es que muchos likes o retuits implican un deseo de correspondencia o compensación, si no inmediata, sí en un lapso razonable de tiempo. Algunos usuarios se sorprenden a sí mismos dando un «Me gusta» a una actualización que no habría «pasado el corte» pocos días antes, pero que proviene de alguien que ha expresado su admiración por casi todas las fotografías de sus vacaciones. Quizá esos usuarios no dan al «Me gusta» tanto por compensar la efusividad de su amigo como por anular el compromiso, por saldar esa cuenta pendiente cuanto antes y no ocupar más tiempo el puesto del deudor.
Muchos likes o retuits implican un deseo de correspondencia o compensación
Es sabido que muchos usuarios de Twitter lo utilizan sobre todo para leer e informarse y son poco activos escribiendo. Pero otros, sobrepasados por la cantidad de información que les brinda la pestaña de inicio (debido a que siguen a cientos de personas y no fragmentan utilizando las listas), usan mucho más esta red social como altavoz (para compartir su contenido) que para leer las actualizaciones de los otros. Cualquier uso es válido, está claro. Pero hay reglas no escritas. Si lo que buscas en esa red social es reconocimiento (que tus seguidores lean tus actualizaciones, compartan tus enlaces o alaben tus logros, por ejemplo), no puedes llegar, publicar tu contenido e irte. Solo unos pocos pueden permitirse eso. Lo normal es que te sientas comprometido a responder a tus seguidores cuando te hablen, corresponderles cuando te sigan o agradecer, de alguna de las formas disponibles, la atención que han depositado en ti. Si eres una empresa, los cursos de community management te aconsejan hacerlo.Por supuesto, puedes jugar el papel de la persona a la que no le importan los demás, que rechaza cualquier presión social y no hace un solo retuit por compromiso. Pero ¿qué opinarán de ello tus seguidores? ¿Volverán a reconocer tu trabajo cuando comprueben que no has sido humilde, simpático o agradecido?
A menudo, los compromisos en las redes sociales son una traducción de los compromisos en la vida real. Una persona que espera que su pareja cambie su estado de Facebook de «soltero» a «en una relación» porque ella lo ha hecho, quizá tenga una actitud controladora sobre ese tema también en la vida real. Una persona obsesionada por vigilar el double check del WhatsApp y sacar conclusiones a partir del mismo quizá sea también insegura y desconfiada en el mundo real. Un jefe que comprenda que un empleado no acepta su invitación a conectar en Facebook porque lo considera un espacio íntimo seguramente respete su privacidad también en otros entornos. Pero hay algunos matices que hacen que los compromisos en redes sociales se diferencien de los de la vida real:
- Las personas que se escudan en el anonimato se preocupan mucho menos (o nada) de «quedar bien» con las personas con las que interactúan en las redes, independientemente de cómo se comporten en la vida real.
- Otra diferencia la marca la falta de intimidad: fuera del ámbito digital, puedes achacar la ausencia de reacción de alguien a su forma de ser o pensar que quizá no ha tenido tiempo de atender tu llamada. No puedes saber cómo actúa con otras personas. En las redes, entra en juego el demonio de la comparación: tú puedes ver lo que otra persona sigue, retuitea o comparte, por lo que su ausencia de atención hacia tu contenido queda manifiesta de forma objetiva.
- Una tercera diferencia la marca la estandarización de las reacciones: mientras en el mundo real estas pueden ser variadas, en las redes sociales se resumen a un puñado de opciones (compartir, dar a «Me gusta», retuitear, marcar como favorito, etc). Esto extiende una capa de igualdad entre todos los usuarios. No hay grados. Se pierde la subjetividad y la hipocresía puede campar a sus anchas. De ella se salvan, parcialmente, los comentarios, por su naturaleza personalizada.
Al igual que las marcas nos caen mal cuando nos piden cosas en las redes sociales (que las sigamos, que participemos, que compartamos…), pensad si queréis ser ese usuario que causa mala impresión al citar a cuatro personas cuando comparte un enlace un artículo comprometiéndolas, así, a hacer algo al respecto. O ese otro que solo retuitea los tuits que lo alaban. Quiero suponer que, tras el apogeo de todas estas «acciones de reconocimiento digital», nuestras relaciones cibernéticas llegarán a una etapa más sosegada en la que todos seamos más sinceros, no esperemos correspondencia y nos sintamos libres para compartir o alabar lo que queramos. Entonces nuestros likes y retuits valdrán oro; entonces sí.
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Foto de Tash Lampard bajo lic. CC