Limbo fashion: ¡Menudas pintas llevamos en la cuarentena!

8 de abril de 2020
8 de abril de 2020
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limbo fashion

De cintura para arriba, camisa y carmín. De cintura para abajo, pijama y pantuflas. Muchas personas visten hoy así. El teletrabajo impuesto por la cuarentena ha traído una nueva forma de estar en casa: la mitad del cuerpo, como si estuviera trabajando en la oficina y la otra mitad, como de fin de semana en el sofá. 

Los que pueden permitirse vestir como les da la gana se han echado a las sudaderas, las camisetas cutres, los leggins dados de sí. «Aquí se viene mucha sudadera. Veo muchísimas (y a veces veo a algunos con la misma varios días seguidos). Hay mucho algodón. Es el tejido que más se lleva. La gente quiere estar cómoda», explica Miguel Olivares, director creativo y fundador de la agencia de publicidad La Despensa.

La guía del vestir en la cuarentena es un «todo vale» y Olivares lo lleva a rajatabla: «Ayer estuve trabajando con una bata india y unas zapatillas de casa», dice. «Estamos viviendo un limbo fashion. Es una moda que tiene entidad en sí misma». Aunque aún quedan normas del viejo mundo. 

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Miguel Olivares. «Limbo fashion con computadora»

—¿Os vestís igual para hacer una videollamada entre compañeros que para hablar con clientes?

—Sigue existiendo una transmutación de la energía —dice Olivares—. En las presentaciones a clientes ves pendientes, labios pintados. Hay una parte de ritual. Estos adornos son herramientas que muestran que estás poniendo cariño a esa reunión. Es una puesta en escena y por eso hay más producción. 

En los encuentros de amigos por videollamada la cosa cambia. El dress code enloquece. Pocos formalismos y, a veces, mucha imaginación. «Si tienes una peluca, te la pones. Yo me puse una el otro día. Apagas y enciendes la luz como si fuera una disco. Te pones un fondo de pantalla de algo que te gusta. Unos amigos se pusieron de fondo una playa de Cabo de Gata. Y como [el sistema de videoconferencia] Zoom no recorta bien la foto, queda un efecto marciano muy bueno», cuenta Olivares. 

Poco armario se necesita hoy teniendo un par de buenas apps. El director creativo habla de un vídeo de TikTok que muestra a un hombre que va cambiando de apariencia cientos de veces sin cambiarse de ropa. Así nos viste y nos configura hoy la tecnología. Y lo que parece un juego revela algo obvio para Olivares: «Somos muchos personajes a lo largo del día».

En este encierro por el coronavirus, hay quien da más valor al escenario que al vestuario. Les divierte más. Algunos ponen un paisaje de fondo en sus videollamadas por Zoom y otros hasta diseñan gags para sorprender al que habla al otro lado.

Otros (pocos, muy pocos, los casos insólitos) montan una especie de plató de oficina, como si estuvieran ante una cámara de cine, en vez de una videollamada, y hasta se ponen corbata. ¡No hay pandemia que les quite el afán de ponerse como un pincel! 

Ricardo Llavador, director creativo de OmnicomPR, ha preparado una home office exquisita para el encuadre de la cámara. La ha colocado en un ángulo que muestra un piano abierto (para que dé la impresión de que lo usa), un jamonero, ñoras y fuet para que se vea que es un foodie (o podría ser una tendencia que empezó Santiago Abascal al poner en la mesa de su despacho una lata de pimentón) y «unos DVD de David Lynch por si alguien hace zoom».

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Ricardo Llavador, en la ‘home office’ que se ha montado para las videollamadas

Fuera del ángulo de la cámara queda el desorden del salón donde trabaja Llavador. Una manta sin doblar tirada en el sofá; una bombilla, una cuchara y varios pañuelos en su mesa de trabajo; unas botellas de vino vacías y unas camisas colgadas de una percha, en una esquina de la habitación. Esto:

ricardo llavador

DÉJATE DE PIJAMA POR MUCHA CUARENTENA QUE HAYA

Algunos no usan un pijama durante el día ni ante la amenaza de apocalipsis mundial. «Procuro vestir siguiendo esa máxima de arreglao pero informá: una camisa holgada, un jersey o sudadera que tengan sus añitos son de las prendas más cómodas para trabajar en casa. Y, al igual que los yutúberes, suelo ir vestido así de cintura para arriba», indica Álex Herrero, director editorial de Pie de Página.

Es ponerse el pijama y ahí no hay quien trabaje. Imposible. «Debe ser algo psicológico», dice Herrero. «En la videollamada familiar de todos los días, mi hermana insiste en si soy adoptado, pues ella no concibe que nadie de la familia a las once de la noche siga llevando una camisa puesta».

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Álex Herrero, redescubriendo camisas de otros tiempos

Herrero no escapa del limbo fashion. En este tiempo en casa lo está ordenando todo: hasta los botes de especias por orden alfabético. Un día se adentró en el armario de la ropa, para dejar los calzoncillos configurados como un tetris, y descubrió ropa que ni recordaba. Eran vestimentas históricas. Camisas y jerséis que fueron quedando enterradas por «nuevas tendencias y caprichos». Había, incluso, prendas que estrenó su padre allá en el pasado lejano. 

Ahora que el hogar es el mundo, alguna novedad hay que buscar ahí dentro. «Uno de mis grandes hallazgos son los pantalones bombachos (de perroflautas, según mi madre) que compré en Granada. ¡Los cinco que compré forman parte del uniforme de cuarentena! Bendita sea su comodidad entre todas las prendas», dice el miembro de la Fundéu y gestor de proyectos de SinFaltas

Tampoco escapa Herrero al imperativo actual de la comodidad. No usar pijama no implica que esté dispuesto a pasar las apreturas de unos pantalones ceñidos por estar más guapo. «Suficiente incómoda resulta ya esta cuarentena, encerrados entre cuatro paredes, como para encerrar aún más nuestro cuerpo con prendas imposibles».

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Álex Herrero, trabajando en bombachos

POR MUCHA CUARENTENA QUE SEA: ¿QUÉ HAGO YO CON ESTOS PELOS?

Álex Herrero ha caído en una de las grandes tendencias de la cuarentena: ¡el rapado! Este profesor de corrección de estilo y ortotipografía es uno de tantos hombres que se han cortado el pelo al uno. «Si a lo largo de nuestras vidas entramos en distintas crisis existenciales (la de los 40, los 50), muchos entramos sin darnos cuenta en la crisis de la cuarentena, que se materializa en los hombres cuando compramos, por Amazon, una máquina de cortar el pelo, llega a casa y sentimos el impulso irrefrenable de pasárnosla por la cabeza. Pensé que era una cuestión generacional: los jóvenes estamos hasta el flequillo del coronavirus y decidimos cortar por lo sano; pero no, amigos de cincuenta y muchos también lo hacen. ¡Qué poca solidaridad estamos teniendo con el gremio de peluqueros!».

También se ha pasado la maquinilla Pablo Isasa. Hay algo de aburrimiento, quizá de hartura, bastante de alarido, en el deseo que sienten algunos de abrir el armario y calzarse lo más estrafalario que aparezca. De romper el paisaje de todos los días con el aspecto de lo que uno tiene más a mano: su propio cuerpo. «Tengo las uñas pintadas de azul alga, la cabeza rapada y el pelo de colores. Me están enseñando a maquillarme».

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Pablo Isasa recibe sus primeras lecciones de maquillaje

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Este actor y redactor de Podium Podcast usa su aspecto como el que pone una alarma en el móvil: para que le recuerde algo. «Suelo cambiar de look cuando quiero cambiar algo importante en mi vida», explica. «No reconocerme en mi reflejo me ayuda a recordar eso que deseo que cambie. Una conciencia repleta de buenos deseos se ve menos que una rapada reciente. Ahora que el tiempo se arrastra pringoso, pintauñas, esmaltes, potingues para el pelo y maquinillas de afeitar son una forma de no sucumbir ante la monotonía del confinamiento y una promesa ¿truncada? de cambio».

Lo que Isasa no sabe es si estos rediseños de uno mismo afectarán solo a la fachada o llegarán hasta la última neurona cerebral. «Volveremos a despachar con amigos. Queda por ver si nos encontraremos con versiones actualizadas o si seguirán siendo los mismos pero con el pelo rosa. O quizás, quizás es que me gusta travestirme pero necesitaba enclaustrarme un mes para descubrirlo».

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A CLASE NO SE ASISTE EN PIJAMA SI NO HAY UN PORQUÉ

Aquellos primeros días en los que las clases de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense pasaron de las aulas a la videollamada por Meet, algunos alumnos no ponían la cámara. Pero al profesor J. Lozano le parecía espantoso hablar a una pantalla negra y pidió a los estudiantes que dieran la cara. Aparecieron entonces pijamas, ropajes cochambrosos, pelos recién salidos de la cama.

«Quiero veros la cara. Voy a exigir un dress code, una actitud. Voy a plantear cómo debe ser un código de clase», dijo Lozano. Este doctor e investigador está acostumbrado a hacer videorreuniones con «artistas y compositores que muestran una dejadez absoluta» en su forma de vestir. Pero ese es otro ámbito. En las clases de su asignatura Cultura, estudian la moda. No pueden vestirse sin pensar en lo que significa cada trozo de tela que se ponen encima.

«Los primeros días de la cuarentena coincidieron con la explicación de que la primera arquitectura fue la primera piel de animal que los humanos se pusieron sobre el cuerpo. Así surgió la ropa. Cuando empezaron a dar forma a las telas, la ropa se convirtió en política y se hizo lucrativa. Entonces surgió la moda. Pedirles a los alumnos que se vistieran con una actitud encajaba muy bien con el contenido que estábamos viendo», explica Lozano. 

Esos días hablaron del arquitecto Adolf Loos, del filósofo Alain Badiou y de la forma de mirar del cineasta y fotógrafo Robert Bresson. En su obra están los fundamentos de algo que Lozano explicó a sus alumnos: «Vivimos tiempos en los que hay una disociación entre un objeto y lo que representa. Una persona puede ir en chándal a una reunión con el BBVA y lo tomarán en serio si tiene el suficiente dinero. Mark Zuckerberg, el fundador de FB, solo viste camisetas. Steve Jobs solo vestía jerséis de cuello alto de Kenzo. Todos los días se ponía lo mismo para no tener que pensar en la ropa. En estos tiempos de disociación, intento que el alumno sea consciente de la imagen que construye, que sea dueño de la imagen que crea, como si fuera un cinematógrafo. Uno tiene que responsabilizarse de su aspecto. Si su aspecto es de chándal, es totalmente aceptable, pero debe defenderlo y estar a la altura de lo que defiende». 

El vestuario de los alumnos de Bellas Artes cambió de un día para otro. Del chándal y el pijama pasaron a todo tipo de ropa. «Uno puede llevar puesto lo que quiera, pero tiene que vestirse con un propósito. La sociedad se organiza en rituales frente al caos», explica el experto en Estética. «Tienes que saber quién eres y vestir en función de tu identidad. Al vestirte, estás tomando una decisión política. En la moda hay un posicionamiento político. Eso se ve muy claro en la colección Hiroshima Chic, de la diseñadora Rei Kawakubo. Es ropa despellejada que hace referencia a la bomba atómica». 

Hiroshima Chic

—¿La ropa que llevas influye en tu actitud?

—Siempre nos vestimos para algo —dice Lozano—. Nuestro comportamiento cambia en función de la ropa que usamos. En la guerra se ponen uniformes para matar. Esa idea está recogida en un dicho: «Nadie quiere el traje de un muerto». Pensamos: si a este le ha ido mal y se ha muerto, yo no quiero su ropa. Esto se ve mucho en las personas que se separan de su pareja: muchos cambian de peinado y de forma de vestir.

Para este profesor y artista, vestirse no tiene nada que ver con abrir el armario y pegar un tirón a lo primero que cuelga del perchero. Es el principio de la elegancia. «Una persona elegante es la que se conoce a sí misma y recapacita en qué ponerse». 

¿QUÉ PUEDE OCURRIR CUANDO SALGAMOS DE ESTA?

Otto Von Busch lleva días pensando cómo influye el encierro por la pandemia de COVID-19 en la forma de vestir. «Creo que la gente está un poco más relajada al estar en casa y no tener que mantener la fachada de que tienen su vida controlada (aunque ninguno tenemos el control y estamos conducidos por las circunstancias). Vestirnos es un ritual que nos da una sensación de autoría y que nos sirve para diferenciarnos de otros individuos. Pero la ropa ahora mismo no tiene esa función», indica el profesor de la prestigiosa escuela de arte y diseño Parsons de Nueva York. 

Poco hay que mostrar y lucir ahora. Es un tiempo de leggings y sudaderas, en palabras de Von Busch. Es también una oportunidad para reflexionar sobre la forma de vestir y el modo de presentarnos ante los demás. «Podemos pasar días sin mirarnos al espejo», y se pregunta: «¿Es un alivio o un hábito que echamos de menos?». 

‘The New Look’, de Dior

Von Busch mira al mundo poscovid y plantea dos escenarios de futuro: «¿Veremos a la gente vestir de modo más sincero y natural? ¿Habrá un nuevo ascetismo que hará que prestemos más atención a las cualidades humanas de las personas que a su ropa? O, al contrario, ¿ocurrirá lo mismo que después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Dior lanzó The New Look, un estilo de exuberancia inimaginable, una rebelión contra todos los valores que unió a la sociedad durante los años de la crisis? Y de un modo similar, ¿será esta nueva imagen un estilo muy caro que solo se pueda permitir la gente que se lucró en la guerra? Es decir, ¿la nueva ola de la moda de celebración estará destinada a las personas que no han perdido sus trabajos, sus ingresos y su hogar por la crisis financiera del coronavirus? ¿Se descartarán todas las ideas de inclusión y sostenibilidad en el festival de euforia dionisiaca de los tiempos del poscoronavirus?».

Esta incertidumbre también divide el futuro en dos: ¿sostenible y solidario o desmadrado y desalmado? Es una cuestión partida en dos, como la vestimenta típica del teletrabajo atado a las videollamadas: arriba, de guapo; abajo, ¡ay, mi madre, qué pintas!

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