Lo bueno (y lo malo) de estar en familia

13 de abril de 2015
13 de abril de 2015
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Suena a tópico, pero no haber pasado el tiempo suficiente con los amigos y la familia es uno de los principales arrepentimientos que expresa la gente antes de morir. Además, hay quintales de evidencia científica que sugiere que interactuar con aquellos que nos aprecian y a los que apreciamos revierte positivamente en nuestro estado de ánimo.
Así lo explica Daniel Gilbert, profesor de psicología de Harvard:

Somos felices cuando tenemos familia y somos felices cuando tenemos amigos, y casi todas las otras cosas que creemos que nos hacen felices son, en realidad, vías para tener más amigos y más familia.

Estas palabras resumen a la perfección las conclusiones de los últimos hallazgos en psicología social, y echan por tierra el tópico filosófico antediluviano de que el ser humano tiene que ser autosuficiente, no dependiente de los demás.
De igual modo, el estudio Terman, recogido en The Longevity Projectsugiere que las relaciones con los demás son fundamentales para vivir una vida feliz:

El beneficio más claro de las relaciones sociales viene de ayudar a los demás. Aquellos que ayudaban a sus amigos y sus vecinos, aconsejando y cuidando de los demás, tendían a vivir más que el resto.

Odio a mi familia
Ahora mismo podéis estar enarcando una ceja escéptica porque no os lleváis bien con los miembros de vuestra familia y preferís la soledad a la compañía vacua de vuestras amistades. Pero, a no ser que sufráis Asperger, la mayoría de la gente está diseñada para ser social. De hecho, nuestras emociones, incluso las emociones negativas que nos suscitan determinados miembros de nuestra familia, si bien no resultan buenas para nuestra supervivencia inmediata (ira, culpa, envidia), sí son emociones estratégicas para vivir en sociedad más armónicamente.
Es lo que expone Robert Frank, un economista de la Universidad de Cornell, en su libro de 1988 Passions Whithout Reason. Son emociones estratégicas que han sido forjadas para crear vínculos con los demás.
Por ejemplo, en el caso del sentimiento de culpa, resulta difícil fingir que sentimos culpa cuando no es así, pero si experimentamos culpa y los demás se dan cuenta de ello, entonces pueden comprendernos, disculparnos y hasta ayudarnos. A la larga, si los demás advierten que somos capaces de sentir culpa cuando toca sentirla, recibiremos mayor cuota de confianza social.
El sentimiento obra como una especie de garantía social para detectar estafadores, egoístas o asociales. No es un método perfecto, pero sí lo suficiente como para que nuestros ancestros establecieran vínculos de colaboración y se reprodujeran más que los homínidos que iban por libre.
Naturalmente, eso no quita que en el seno de las familias se produzcan tiranteces, fricciones y chispas. Incluso, en la actualidad, de una forma en general más intensa que en muchas interacciones sociales. La violencia entre personas parece estar descendiendo cada vez más, pero la violencia familiar no lo hace en el mismo grado. Ello podría ser fruto de la llamada Ley de Verkko. Tal y como explica el psicólogo cognitivo Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro analizando esta ley bajo el foco de un estudio de los biólogos canadienses Martin Daly y Margo Wilson:

La explicación de Martin Daly y Margo Wilson es que los miembros de la familia se sacan de quicio unos a otros en grado similar en cualquier tiempo y lugar, debido a conflictos de interés muy arraigados que son intrínsecos a los patrones de coincidencia genética entre personas emparentadas. La violencia viril entre conocidos masculinos, en cambio, la fomentan las luchas de dominio que varían más según las circunstancias.

¿Trabajo o familia?
Una de las actividades que más tiempo nos roba a la hora de estar con nuestra familia es el trabajo. Muchos de los estadounidenses encuestados en la reciente encuesta Allstate/National Journal Heartland Monitor sugieren que resulta una gran desafío equilibrar el trabajo con la familia.
Lo que también pone de manifiesto la encuesta es que la gran mayoría de los encuestados estuvo de acuerdo en que, si se gestiona adecuadamente el tiempo, se puede tener éxito en el trabajo y mantener una vida familiar saludable. Un factor al que debe contribuir decisivamente la política de conciliación familiar en los contratos de trabajo.
En la encuesta también se advierte que son más los hombres que las mujeres los que sostienen que se puede compaginar una vida laboral con una familiar. En cuanto a nivel de estudios, quienes carecían de títulos universitarios se mostraban más escépticos ante la posibilidad de conciliar vida laboral y familiar.
Lo relevante, en todo caso, es que debemos encaminar nuestros pasos a mejorar esa conciliación, pues los estudios científicos al respecto no dejan lugar a dudas: si se descuida la familia, todo lo demás puede fallar. Y las familias, sobre todo en época de crisis financiera, constituyen un importante colchón emocional y hasta económico.
Así pues, si bien resulta cada vez más preocupante la necesidad de compaginar trabajo y vida social, sobre todo en una época en la que los sueldos medios se han estacando, deben establecerse prioridades que inclinen la balanza hacia las conexiones sociales antes que el éxito laboral.
De ello no se deduce que debamos renunciar al éxito laboral, porque es una forma de realización y de hacernos sentir orgullosos de nosotros mismos, así como a ser aceptados socialmente por los demás. Lo que se determina es que, en igualdad de condiciones, debería prevalecer siempre cultivar las amistades y las relaciones familiares antes que un ascenso en nuestro trabajo. Ley de Verkko mediante.
Imagen de portada: Shutterstock.

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