Los políticos no quieren ser princesas (del pueblo)

Canta Sabina que las niñas ya no quieren ser princesas. Por suerte. Lo que no es tan afortunado es que los políticos tampoco quieran serlo. Al menos, las princesas del pueblo, a lo Belén Esteban. No es que la señora en cuestión tenga que ser un referente para los políticos, pero sí representa algo a tener en cuenta: que hay otra España, mucho más real, que no tiene Twitter, a quien no le interesa la burocracia y que no entiende para qué necesita tener casi seiscientos parlamentarios porque cree que los políticos son prescindibles. Y esa España ve programas a los que los políticos no quieren ir.
Hace algunos años Josep Antoni Duran i Lleida, uno de esos políticos tomados por ‘serios’ y que ha suscitado mayores afinidades en partidos más allá del suyo, me decía fuera de micrófono en una entrevista que no veía necesario que los políticos revelaran su patrimonio, ni entendía el revuelo alrededor de esas cuestiones. Decía que si no se pagaba adecuadamente a los políticos, los mejores talentos se irían a la empresa privada y que la política tenía que ser cosa de la gente mejor preparada. Meses después de aquello saldría a la luz la polémica por su habitación en el Palace.
Lo que Duran describía, sin faltarle en parte razón, es lo que la política ha acabado por ser: algo teóricamente para la ciudadanía, pero alejado de la ciudadanía. Elitista, de gente que no sabe cuánto vale un café ni cuánto es lo que cobra la gente del mundo real, que dirime sus discursos en plasmas, obvia a la prensa, espera sentado a que pasen las polémicas y resuelve sus cuestiones internas con medios afines. La gente, en consecuencia, ha perdido interés por unos políticos que sienten que no se interesan por ellos. La alambrada que protegía el Congreso de las manifestaciones de hace unos meses ya no está, pero sigue ahí.
Entre unos y otros, en ese hueco inmenso, han ido saliendo partidos y personajes de distinto pelaje. Algunos que vienen de otros partidos donde no consiguieron las cuotas de poder que deseaban o donde discreparon demasiado. Otros, de segundas y terceras líneas políticas, o de mundos profesionales, que han logrado encajar más o menos con las quejas de la sociedad. A todos ellos en el momento comienzan a triunfar les adhieren un mismo calificativo: populistas.
Son populistas, dicen, por decir cosas que quiere la gente, y tampoco les falta razón. Aunque hay populistas y populares, que no es exactamente lo mismo. Ese cambio de discurso y de torna se dibuja también en los partidos más vetustos. Figuras como las de Borja Sémper en el PP, Alberto Garzón en IU o Pedro Sánchez en el PSOE, vienen a ser las de gente más joven con herencias diferentes y, sobre todo, con formas diferentes. El primero dice cosas distintas a sus compañeros de formación. El segundo busca tender puentes con Podemos antes de que les borren del mapa ¿Y el tercero?
El paseo televisivo de Pedro Sánchez
Por ejemplo, el flamante nuevo líder del PSOE, ha traído consigo algunos cambios y unas cuantas continuidades. Para sus críticos, su victoria supone la primacía del socialismo andaluz (como siempre), la lentitud a la apertura a la participación de las bases del partido (como siempre) y la primacía del marketing sobre el contenido político (como viene pasando desde hace unos años). Es decir, una marioneta en manos de la lideresa Susana Díaz que incumplirá la promesa de elegir al candidato electoral con primarias en breve y que ganó en parte gracias al aparato y a su cara bonita a otro candidato que, cosas de la vida, fue el que presionó al partido para hacer unas primarias abiertas que finalmente perdería.
Los críticos en política son muy críticos.
Pero más allá de las apreciaciones políticas de sus enemigos, y olvidando qué cosas ha dejado tal y como estaban, en estas pocas semanas de mandato Sánchez ha traído algunos cambios que, de paso, también le han generado algunas críticas. Por ejemplo, el hecho de que intervenga en ‘Sálvame’, posiblemente una de las mejores expresiones de la telebasura actual, para intervenir en directo. Allí, que casi improvisan un programa de horas de duración entre cotilleos, crueldades y guiones demenciales, un hombre con vocación de dirigir un país en un momento especialmente complicado.
Mucho se ha hablado del tema, pero más allá de que guste o no, o de que un candidato necesite pasearse por platós como ese, hay una lectura numérica ¿Quién ve ese programa? Cabe pensar que mayoritariamente mujeres, de edad media-alta y clase media o media-baja, con nivel de formación medio o medio-bajo. Cabe pensar, aunque no es necesariamente así. En cualquier caso, sería justo un nicho de votantes políticamente no movilizado, pero interesante para un partido como el PSOE: no son jóvenes urbanitas desencantados con la izquierda, que ya han decidido votar a Podemos o a UPyD, ni tampoco grandes empresarios que tienden más a opciones conservadoras clásicas. Son ese tipo de votante ‘flotante’, que erróneamente se identifica como el ‘centro’, y que acaba decidiendo elecciones.
¿Por qué puede decidir un equipo de campaña que es buena idea que Pedro Sánchez se meta en un lodazal como ‘Sálvame’? Primero, porque todo el mundo va a hablar de ello y él, como recién llegado, necesita notoriedad. Y segundo, porque muchas veces simplezas como ser ‘el guapo’ puede tener como consecuencia que la señora que ve el programa recuerde tu cara; es más, si eres capaz de resultar simpático y convincente, es posible incluso que te vote sin interesar demasiado por qué partido te presentas.

¿Tan fácil como eso? La política es mucho más compleja que eso, pero no para todo el mundo. España es un país que suele votar por oposición, es decir, no porque un partido le convenza, sino porque los demás no le convencen o, directamente, los odia. Factores tan exiguos como ser ‘el guapo’ en ‘Sálvame’ pueden inclinar la balanza de un voto tan codiciado como el de los indecisos, y más en un momento en el que su partido está bajo mínimos.
Así, a bote pronto, no parece una mala idea que Pedro Sánchez intervenga en el programa: mucha audiencia, un público por conquistar y notoriedad asegurada. En caso de que las cosas salieran mal por la ocurrencia podría contraatacar proponiendo un debate acerca de si hay o no ciudadanos de primera o segunda, porque eso es lo que subyace en el fondo de las críticas: ¿por qué un político de primer nivel tiene que ‘rebajarse’ a ir a un programa de mierda?
Por una sencilla razón: porque el voto del catedrático más brillante de la ciencia más compleja de nuestro país vale exactamente lo mismo que el de una ama de casa analfabeta adicta a la telebasura. Se llama democracia, y sirve precisamente para que lo que cuenten sean las personas y no los currículums (cuyo plural correcto sería currícula, pero queda bastante raro y he decidido seguir objetando).
En esos mismos días Pedro Sánchez se paseaba también por ‘El Hormiguero’, un programa totalmente diferente: es una de los líderes de audiencia, en franja de ‘prime time’ nocturno, de corte familiar si no directamente juvenil, aunque en una televisión abiertamente comercial. El perfil del espectador cabría esperar que fuera, además del resto de la familia que ve la televisión alrededor, el de un joven urbanita, con formación media o alta y no necesariamente situado a la izquierda más activa. Justo otro nicho de votante que interesa especialmente a los socialistas.
El cambio comunicativo en el PSOE va más allá del icónico brazo en alto, el hecho de que en el debate entre candidatos el obviara todo el tiempo el atril o que ahora pasee por platós televisivos. Es un cambio también de discurso, como prueban las declaraciones del nuevo secretario de organización de Sánchez diciendo que «a Artur Mas se le ha ido la olla, parece un zombie«. Tal cual. Y, dicen, detrás del volantazo ‘cool’ hay una voluntaria barcelonesa que conectó con Sánchez durante la campaña, Verónica Fumanal
Pero de nuevo, las críticas. Por populista y por omnipresente, por querer apuntarse a todas las teles y todos los programas, sean de telebasura o de entretenimiento. Pero la cosa es que Sánchez ha funcionado, y así lo revelan los datos de audiencia. Hay quien critica que está copiando la estrategia de quien algunos ven como principal enemigo, Pablo Iglesias de Podemos: usar la televisión como catapulta mediática a las urnas. Pero en esto hay de nuevo algunas falacias y unas pocas medias verdades.
Es cierto que compiten por un electorado similar, pero sólo si se pinta con brecha gorda: muchos de los potenciales votantes de Podemos fueron o pudieron ser votantes del PSOE, pero difícilmente volverán a serlo a corto plazo. Y sí, es cierto que Pablo Iglesias ha llegado al estrellato gracias a la televisión, pero también gracias a las redes sociales y a su mensaje, entre otras cuestiones sociopolíticas como todo el poso que dejó en el imaginario urbano el 15M y sus consecuencias. En cualquier caso, lo de usar la televisión como arma de campaña es viejo como el sol.
La importancia de la televisión en las campañas
Ya en 1953, en el primer debate televisado, Kennedy ganó la batalla de la imagen a Nixon: él joven, maquillado y bronceado, sonriente y manejando el lenguaje corporal; su rival viejo y sudado, con gesto adusto y traje gris. Años después Bush se la jugó mirando el reloj con desinterés en su debate, y Al Gore arruinó su ventaja al ridiculizar con los gestos a su rival. Los debates televisivos son historia de cómo labrar o socavar la imagen de un político.
Pero en España ya no nos interesan los debates porque ya no nos interesa la política. Aquí hacemos mítines con formato de debate, pactando condiciones y sin preguntas ni interrupciones, así que para ver algo de política real hay que bajarse al barro de otros formatos. Es el caso de ‘La Sexta Noche’, donde Pablo Iglesias se ha labrado su sendero, y desde donde retó este fin de semana a Sánchez a un debate que el socialista ha descartado. Programas como esos, que no dejan de ser como los debates de cotilleo pero con políticos en lugar de con chismosos, sí parecen más dignos a esa clase política que describía Duran i Lleida en su razonamiento.
Y, como ‘La Sexta Noche’, otros: tertulias radiofónicas de opinadores diversos, columnas de prensa y demás que, no nos engañemos, esa bolsa inmensa de votantes indecisos no suele ni escuchar, ni ver, ni leer. De ahí la necesidad de cosas como intervenir en ‘Sálvame’ o sonreír en ‘El Hormiguero’.
De hecho, esa necesidad no es exclusiva de Sánchez: muchos de los que le han criticado han hecho cosas similares, si no iguales. A medio camino de un ‘Sálvame’ y un debate político, por ejemplo, estaba ‘La Noria’, que ofrecía un debate político en un entorno más bien popular, al estilo ‘Sálvame’. Y ahí estuvo el otrora todopoderoso José Blanco, socialista también, y uno de los artífices de la victoria de Sánchez en las primarias.

De hecho, Sánchez no es el primer político que interviene en ‘Sálvame’. En 2010 la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid y destacada líder del Partido Popular, Esperanza Aguirre, entraba a través del pinganillo para hablar con Jorge Javier Vázquez. Tras aquello dijo que ‘Sálvame’ era mejor que el Telediario (a saber si con segundas) y, años después, el inefable presentador del programa volvió a dirigirse a Aguirre para criticarla duramente, esta vez sin respuesta.

No hace falta remontarse tan atrás: Celia Villalobos, otro de los ‘versos sueltos’ del PP (contraria, por ejemplo, a la regulación del aborto que proponía Gallardón), estuvo hace unos pocos meses en otro programa de la factoría Telecinco, el controvertido ‘Hable con ellas’, y su presencia no fue ni mucho menos discreta.

¿Fueron populistas Blanco, Aguirre o Villalobos? ¿Lo fue el ahora ‘ex’ Gallardón por su cameo en una película de José Luis Garci?

¿Y Rajoy? ¿Fue Rajoy populista cuando se interpretó a sí mismo en una serie de televisión?

Quizá la pregunta no es esa, si fueron o no populistas. La pregunta correcta es qué buscaban cuando lo hicieron. Seguramente lo mismo que Sánchez, y la cuestión es saber si lo encontraron… o si él lo encontró.
Como siempre en estas cosas lo que hacemos en España es la copia mala y cutre de lo que hacen otros fuera, fundamentalmente en EEUU, y -fíjate- a ellos les queda bien. Imaginen a Zapatero o a Rajoy bailando así en un programa de Eva Hache. Pues eso.

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Patrick Thomas

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