La televisión está inundada de programas de cocina, de cambios estéticos, de construcción de casas, de búsqueda de pareja, de nuevos talentos, de reconstrucción de crímenes… La pirámide de Maslow puede explicarnos el porqué de la eclosión de estos programas.
Decía el psicólogo estadounidense que las personas tenemos distintas necesidades que pueden agruparse en diferentes categorías según cómo sean de necesarias. Para ilustrarlo, Maslow dibujó una pirámide:
La pirámide de Maslow
Según Maslow, una persona debe cubrir las necesidades de los primeros peldaños (alimentación, agua, refugio, sexo) antes de, por ejemplo, intentar convertirse en pintor o cultivar un jardín perfecto.
La teoría de las emociones humanas (1943) de Abraham Maslow ha sido cuestionada. Sus detractores afirman que el autor no ofreció evidencia empírica y que resulta imposible realizar estudios que la avalen.
Las teorías de Maslow, denostadas por algunas personas, calan en la era de los teléfonos móviles.
Sin embargo, con sus más de 70 años encima, puede explicar por qué vemos en televisión lo que vemos.
Los guionistas de ficción seguimos las teorías de Maslow por instinto o porque confiamos en Linda Seger, la teórica de guion que la defiende. Es un recurso práctico. Ya hablamos de cómo las series de televisión pretenden satisfacer (de segunda mano) o apelar a las distintas necesidades humanas.
¿Puede la pirámide de las necesidades explicar por qué a la mayoría del público atrae unos programas y no otros?
Necesidades fisiológicas / de seguridad
La comida y el agua, las necesidades fisiológicas, dormir y el refugio son las necesidades básicas de la pirámide. Hay quienes incluyen el sexo, pero el celibato no mata; dejar de comer, sí.
Aunque en Occidente la mayoría de nosotros está bien alimentado (y sobrealimentado), no paramos de pensar en la comida. Comemos y hablamos de comida: de la que tenemos en la mesa; de un sitio en el que comimos bien o mal; pensamos en comidas futuras…
La necesidad de comer explica la eclosión de programas de cocina: de recetas, de competición, de reforma de restaurantes… Apelan a nuestra necesidades básicas, que también son las propias de nuestro cerebro de reptil. Este tiene como interés primario: «Eso que veo, ¿me lo puedo comer?».
La necesidad de comida también está presente en los programas de supervivencia en una isla, en una selva amazónica en pelotas, en tierras semisalvajes como Alaska o incluso encerrado en una casa con la comida racionada. Estos programas también apelan a la necesidad de refugio como los programas de compras de casas, reformas de casas, construcción de minicasas… De bricolaje. Queremos un refugio más seguro, acogedor, práctico, recogido…
La necesidad de seguridad también se cubre con los programas de reconstrucción de crímenes. En todos ellos, el criminal siempre paga. Cuando una investigación está en curso, se sugiere que pronto habrá resultado. Se quiere satisfacer la necesidad de justicia del público. De que estará seguro.
Necesidad de afecto y pertenencia
Hay tantos programas que hablan de la comida y refugio como del encuentro de parejas. Madres que buscan pareja para sus hijos. Matrimonios entre desconocidos. Granjeros que buscan esposas. Mujeres que deben elegir a un pretendiente entre varios. Citas a ciegas.
Ante estos programas el espectador suspende la incredulidad. Da por real lo que ve aunque los protagonistas sean actores o personas anónimas que buscan fama o una experiencia diferente o un dinero fácil (si se carece de pudor).
La necesidad de afecto y pertenencia es una necesidad básica. Una necesidad de carencia. Es posible vivir sin un contacto placentero con otros humanos, pero se hace cuesta arriba. Las parejas que se forman en estos programas (o ciertas parejas) satisfacen a nuestro cerebro.
La necesidad de autoestima
Los programas de perder peso, o de cambio de imagen por cirugía, o por seguir los consejos de un estilista cubren el peldaño de la autoestima.
Aunque una persona puede ganar autoestima con logros intelectuales o artísticos o profesionales, estos no son evidentes en un programa. Perder peso o cambiar de aspecto se visibiliza con facilidad.
Así, aunque en los programas de perder peso los entrenadores personales y nutricionistas venden que es «una cuestión de salud», el desarrollo lo desmiente. Hay escenas en las que los obesos se sienten satisfechos consigo mismos cuando pueden ponerse ropa de tallas más pequeñas que las que usaban hasta ese momento. Y en el caso de los concursos, se fuerza a los participantes a adelgazar rápidamente y se les somete al escarnio público cuando no pierden el peso que el jurado del programa establece.
La necesidad de logro intelectual
Cubrir la necesidad de logro intelectual es raro en la televisión.
No contamos con programas donde un profesor Higgins (el personaje de Pigmalion o My Fair Lady) cambie como un calcetín a alguien malhablado y maleducado para convertirlo en un maestro del lenguaje y las buenas maneras. (Formato que desde aquí ofrezco a algún productor visionario).
De alguna manera se cubre el peldaño del logro intelectual con los programas de casas de empeños y compra-venta. El público tiene píldoras de Historia relacionadas con los objetos. Siente satisfacción con las transacciones en las que los protagonistas demuestran su sagacidad. Al público le gustaría formar parte de esto. Son logros intelectuales utilitarios.
Hay una manera perniciosa de cubrir el peldaño. Permitir al público (a una parte, al menos) sentirse intelectualmente superior a los participantes de programas de telerrealidad. Las redes sociales muestran con qué placer el espectador se burla de personas sin ilustración, desinformadas y cascarones de huevo.
La necesidad de estética
La necesidad de estética está cubierta con el vestido de novia perfecto; la tarta perfecta (¿quién se la come tras tanto manoseo?); la habitación de invitados perfecta… También en los programas de tuneo de vehículos. Tatuajes.
Por supuesto, en los programas de cocina en los que la presentación de un plato tiene tanto valor como su sabor.
El público siente colmada su necesidad de estética cuando la novia dice «sí, quiero este vestido» y está conforme con la elección.
Una estética utilitaria conforme a nuestros tiempos como los logros intelectuales.
La necesidad de autorrealización
La autorrealización tiene cabida con los llamados talent-shows en los que personas con ciertos talentos encuentran oportunidades de brillar (una temporada al menos) o personas anónimas consiguen diez minutos de fama en las redes. Las declaraciones de los participantes anónimos los delatan:
«Mi sueño era imitar a Raffaella Carrá en televisión. Lo he conseguido».
Sentimiento de autorrealización para los participantes. También para el público, que toma partido por alguno de los participantes y se identifica con sus aspiraciones.
Finalmente, a pesar de la fragmentación de la audiencia, o quizá por eso, las redes se han convertido en foro de los espectadores de estos programas. De esta manera, de rebote, se cubre la necesidad de pertenencia. El espectador de cualquiera de estos programas, por raro que pueda parecer, descubre que hay otras personas con idénticos gustos.
Imagen principal: Sí, quiero ese vestido. TLC (The Learning Channel).
En los programas que satisfacen la necesidad de logro intelectual incluiría los quiz y juegos en los que contestando preguntas sobre temas variados se ganan premio.Al mismo tiempo instructivos porque se aprende y perniciosos por la sensación de superioridad cultural cuando l@s invitad@s no saben las respuestas y el público sí.
Interesante artículo, que también puede escribirse con referencia a los siete pecados capitales. Al final, las motivaciones/necesidades humanas más básicas son las que captan la atención por programas de TV.