«Yo era la directora editorial de una revista cultural, trabajaba alrededor de 12 horas diarias. No tenía tiempo ni para leer ni para escribir, que eran las dos cosas que realmente me importaban. Esa es la realidad a la que se enfrentan la mayor parte de los escritores del mundo. Y los demás profesionales, tampoco tienen tiempo de hacer lo que les gusta». Habla la escritora y ensayista mexicana Vivian Abenshushan sobre cómo mató a sus jefes y escribió un libro para enseñar a los demás a hacer lo mismo.
Escritos para desocupados‘ (editorial Sur+) es un proyecto que surgió por una ruptura personal de la autora con su enyugado pasado laboral, se fecundó en un proyecto editorial, se encarnizó en un blog y acabó madurando como un libro que pretende enseñar a la sociedad del consumo a dignificar su tiempo libre.
El tomo, que se puede adquirir encuadernado pero también se puede leer en abierto por decisión de su autora, es la recopilación de cinco años de «bitácora pública de mi decisión temeraria de renunciar a mi trabajo», define ella. Una oda al recreo sin renunciar a lo responsable; una demostración del crecimiento sin necesidad de lo vertical. Abenshushan ha redactado, queriendo o no, una declaración de guerra al sistema capitalista, sin comunismo que valga, y con ella de cobaya en primera línea de fuego. «Deberíamos encontrar un ritmo distinto para esta aceleración del mundo y del llamado progreso, porque ya hemos encontrado el límite planetario», afirma.
¿Por qué a una mujer con un buen puesto de trabajo le podría dar por desemplearse voluntariamente?
Para mí todo empezó en 2004. Hice un viaje junto a mi compañero Luigi Amara a Buenos Aires (Argentina), que estaba atravesando el momento más duro del corralito. Se colapsaban simultáneamente los bancos y el Estado. Era una situación muy particular, muy relevante, convulsa… y al mismo tiempo fecunda. La sociedad argentina comenzó a reorganizarse. Muchos trabajadores comenzaron a recuperar las fábricas, se constituyeron cooperativas… Una tarde caminaba por San Telmo y me encontré un stencil (pintada) en la pared que decía: «Mate a su jefe. Renuncie», y junto a él el rostro del capitalista siniestro, el señor Burns. Y sentí una especie de epifanía, de revelación antilaboral -no mística, sino antilaboral-. Asumí el mensaje como algo que estaba dirigido a mí. Regresé a México y renuncié a mi trabajo.
Pues sí que te entró fuerte. Y una vez desempleada, ¿qué?
Convencí a Luigi para que renunciara también. Y convencimos a otro tercer incauto, Christian Cañibe, para que hiciera lo mismo. Yo siempre digo que tres desempleados son muy peligrosos.
Tiene pinta. Supongo que de ahí el origen de ‘Escritos para Desempleados’
Teníamos demasiado tiempo libre. Así que fundamos una editorial independiente: Tumbona Ediciones. Al mismo yo fui haciendo un blog que era una especie de diario cotidiano de esta nueva realidad del desempleo voluntario, y a su vez, era una investigación sobre las condiciones del trabajo contemporáneo: sobre la historia del trabajo, sobre lo que significa ser un trabajador precario en medio del capitalismo. Así que decidí ir convirtiéndolo en un libro para darle profundidad a esa investigación, a la exploración de mi propio descontento, de mi propia inconformidad, a la reorganización de mi vida cotidiana en términos críticos y políticos.
Entonces dices que habiendo estudiado a fondo «el trabajo contemporáneo», ¿opinas que no deberíamos trabajar? Porque esto puede ser un bombazo para más de uno
Me parece que seguir trabajando en las condiciones abusivas, desenfrenadas, enloquecidas y absolutamente irracionales en las que trabajamos ahora carece de sentido. Es solo una manera de seguir alimentando la maquinita tragamonedas que nos consume, la del capitalismo de crisis globales y extensivas, de una enorme violencia económica, que echa a la gente a la calle y que deja a les deja sin empleo. Y que al dejarla sin empleo la obliga a aceptar lo inaceptable.
Hay un ensayo en el libro en el que reflexiono sobre cómo la crisis es la forma en la que se empiezan a agudizar las condiciones de la precariedad, se empiezan a hacer reformas cada vez más terribles, cada vez más contrarias a los derechos de los trabajadores. Y entonces la necesidad obliga a las personas a trabajar dos jornadas por el sueldo de una, o a hacer el trabajo de cinco, a someterse a la explotación en definitiva.
Pero exactamente por eso, porque al trabajador le han sometido a la dictadura de su propia supervivencia, ¿cómo va a ver que la solución, según afirmas, pasa por abandonar su puesto de trabajo?
Esa frase en las paredes de Buenos Aires era de algún modo un reflejo de aquella otra frase del París de mayo del 68: “No trabajes nunca”. Entendí que lo que quiere decir no es una invitación al hedonismo, significa que dejemos de alimentar un sistema injusto, lleno de desigualdades, en el que una enorme cantidad de gente trabaja muchísimo para que una minoría, con una serie de privilegios desde mi punto de vista injustificables, viva gracias al esfuerzo colectivo. El libro es más una invitación a dejar de alimentar un sistema que llega a sacrificar lo mejor de nosotros mismos, que es nuestro propio tiempo, la posibilidad de pensar en nuestras verdaderas aspiraciones, en nuestras vocaciones auténticas, siempre sacrificadas por la necesidad alimentaria.
Suena difícil hacerlo realidad pero interesante, ¿esto que tú propones tiene precedentes?
De algún modo forma parte de una vieja estirpe antilaboral y holgazana que tiene raíces en otras culturas como la China antigua, donde la holganza era el valor más importante y no el trabajo. O la Grecia clásica, donde el trabajo era considerado una labor de hombres no libres, porque los libres eran los que pensaban y se dedicaban al ocio, a la contemplación, a la filosofía. Claro, que en las condiciones de los griegos clásicos era posible porque tenían esclavos. Yo lo que pienso es que un rechazo al trabajo no puede pasar por un hedonismo que no piense en los otros. Ha de ser con una ética hedonista en la que todos trabajemos menos, de una manera igualitaria. Deberíamos encontrar un ritmo distinto para esta aceleración del mundo y del llamado progreso, para empezar por el simple hecho de que la Tierra ha puesto un límite: el fin de los recursos naturales, el cambio climático….
Por otro lado, hay también, desde hace más o menos 30 años, movimientos económicos y políticos importantes que hablan en términos de desaceleración, es decir, cambiar el paradigma de la competencia, el beneficio, el crecimiento económico por uno que a mí me parece el único viable: empezar a tener un consumo mucho más racional, más austero, menos comodificado y más sensato.
El caso, Vivian, es que, para entenderlo, quizás la Grecia clásica y la antigua China se me quedan demasiado lejos. ¿Lo que tú estás proponiendo es un alejamiento de lo liberal? ¿Un viraje al socialismo? ¿O hablas de una nueva propuesta?
Las ideas que yo tengo sí se acercan a movimientos contemporáneos pero no a los que forman parte de una política partidaria. Curiosamente, la izquierda tradicional también fue siempre defensora del trabajo. Creen inconcebible hacer una crítica del trabajo porque lo ven como si el obrero se volcara contra sí mismo. Yo pienso más en movimientos como el Potere Operaio (Poder Obrero) italiano, de los años 70. De él formaron parte algunos filósofos, pensadores y activistas contemporáneos que hicieron desde entonces una búsqueda de la defensa del tiempo libre del trabajador. Es decir, no solo de sus derechos laborales, sino de los recursos que pueden hacerle un ser humano.
¿Podríamos definir esta rama de pensamiento con algún nombre?
Autonomista. Es el que, entre otra cosas, siempre se movió en los márgenes, y a veces en el antagonismo, del comunismo existente, al que desde muy pronto criticó por ser otra forma de totalitarismo. De esa raíz han surgido en las tres últimas décadas movimientos contrarios a la globalización que no forman parte del viejo discurso de la izquierda centralizada. Son movimientos de cooperativistas, horizontales o de organización comunitaria que ahora prolifera en muchos lugares del mundo, y que se hacen visibles durante las grandes movilizaciones antisistema: en Chile, en Europa, en México… Movimientos que regresan a los barrios a seguir formulando estas otras formas distintas de convivencia.
Expones la situación como si estuviéramos en la peor época de la historia, laboralmente hablando, digo. ¿Lo estamos?
Pienso que estamos regresando al siglo XIX. Es más, la situación del siglo XXI es peor que la del XIX. Las primeras revoluciones del siglo XX son una respuesta a los abusos, a la franca esclavitud en la que vivían los obreros del XIX. Creo que estamos volviendo a situaciones así, muy complejas y de una enorme brutalidad. Además invisibilizada, porque los esclavos de nuestro confort están lejos de nuestra vista: en Bangladesh, en China, en Ciudad Juárez… en fábricas altamente protegidas para que no entren siquiera los periodistas.
En el libro también planteo una series de preguntas éticas: ¿Podemos seguir disfrutando nuestro confort a costa de millones de individuos que viven bajo unas condiciones atroces? No me doy golpes de pecho, reconozco mis contradicciones. Este libro lo he escrito sobre una Mac que ha sido probablemente ensamblada en alguna de estas fábricas, pero las condiciones de vida de esas fábricas no van a cambiar mientras nosotros desde este lugar, desde este lado del mundo, no empecemos a desear otra realidad.
¿Y por qué crees que nos hemos dejado convencer tanto tiempo por este sistema? ¿El mundo entero está ciego sobre las cosas que explicas?
El capitalismo funciona porque de algún modo es muy seductor, increíblemente dúctil, fascinante, atractivo… Todos colaboramos de algún modo con él todos los días. Lo que el libro plantea es si podemos desear, imaginar y realizar prácticas distintas.
Me llama la atención cuando dices que la crisis es una herramienta que a los gobiernos les sirve para aumentar el peso del yugo sobre los trabajadores, ¿sugieres que esos mismos gobiernos son los que las provocan?
No, no creo que sean provocadas de manera deliberada, no tengo una presuposición paranoica ni creo en teorías conspiracionistas. Solo creo que es parte de la lógica misma del sistema. Las crisis sucesivas del capitalismo empezaron hace mucho, desde finales del XIX. En la época industrial había sobreproducción y había cada vez más máquinas que hacían el trabajo de los trabajadores, es decir, producían más, pero no producía las condiciones para que esa enorme cantidad de bienes de consumo encontraran también consumidores, así que la solución fue empezar a crear necesidades creadas. Es esa dinámica compleja que hace funcionar al capitalismo, pero esa maquinita tragamonedas también se descompone cada tanto.
Lo grave es que la nueva condición del capitalismo, distinta a la del siglo XIX, es la de la era del sistema financiero. Aún más incontrolable, más volátil, más abstracto y por eso más violento, brutalmente veloz en sus catástrofes. Un inversionista se pone nervioso, saca su dinero de un país y se colapsa toda la clase media, se pierden empleos… Es decir, insensatez… Tantos siglos ha pasado el capitalismo hablando del racionalismo como uno de sus valores centrales, y de repente hoy dependemos de los hilos de la irracionalidad y la superstición económica.
¿Estás pensando en algún ejemplo concreto?
Lo hemos visto en Grecia, en México, en España… Ajustes llamados reformas estructurales que son todos contrarios a los trabajadores: abaratar las jornadas de trabajo, aumentar la edad de jubilación, reducir la seguridad social… Asistimos a la desaparición por completo de esas lentísimas conquistas laborales que apenas hacían vivible la vida para el trabajador.
Por dónde crees que debería empezar la revolución que propones, Vivian ¿desde abajo o desde arriba?
Desde abajo sin duda, nadie la va hacer desde arriba. No veo ninguna, pero ninguna señal, ni remota, de que haya una autocrítica dentro de los liberales. Soy en el fondo bastante escéptica al respecto. El capitalismo llegó para quedarse y se terminará fagocitando. Entre tanto, lo que nos queda es empezar a crear islas donde poder respirar, que son estas pequeñas comunidades de colaboración y cuidado mutuo donde poder escapar. Que sean como líneas de fuga del sistema, aunque sean provisionales, o frágiles. Quizás desde ahí empiece el contagio. Por eso me interesaba que el libro pudiera vitalizarse y descargarse de manera gratuita, que actuase como un virus.
¿Crees que lo has conseguido?
La gran ironía es que me escribe mucha gente diciendo que ha dejado su trabajo después de leer el libro y yo entro en pánico. Es gente de clases muy diferentes, desde chicos que viven en vecindades y ahora se organizaron para hacer una cooperativa hasta una mujer que trabajaba en la bolsa. Pero eso significa que los libros todavía pueden tener algún tipo de incidencia en los individuos, que pueden trastocar las vidas personales. Y tal vez desde ahí generar cambios colectivos más altos.
Al menos ofreces un manual de por dónde empezar a ‘matar al jefe’
Yo no soy economista ni politóloga ni filósofa. Soy escritora y ensayista, me interesa trabajar sobre la creación de nuevas subjetividades desde donde empecemos a desear otras formas de organizarnos en el mundo. Ya hay muchos filósofos, economistas y activistas que están escribiendo y proponiendo alternativas para parar el barco del capitalismo, que en mi opinión, está haciendo aguas por todas partes. Mis compañeros de Tumbona Ediciones y yo, al menos, lo que queremos es dar ejemplo de esto, por eso nos organizamos como una cooperativa (junto a Verónica Gerber, Aridela Trejo y Selene Díaz) donde no había un jefe, donde no había inversionistas capitalistas… Somos todos iguales, horizontales, tomando decisiones en pequeñas asambleas por igual, con responsabilidades compartidas y fuera del diseño vertical del trabajador sometido. Es la propuesta concreta de reorganizar la vida cotidiana. Otra forma de organización del trabajo.
Muchas gracias, Vivian, a ver si podemos tenerlo pronto publicado
No hay prisa. No trabajes demasiado, 🙂
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Patrick Thomas

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