Monedas de nuestros padres (¿e hijos?)

Si no eres muy menor de edad recordarás la peseta. De hecho, si no eres mayor de edad por los pelos recordarás con extrañeza haber tenido pesetas en tu mano con la cara de Franco en el reverso a pesar de que nacieras años después de que muriera. La peseta, extraña nostalgia de lo nuestro, nombre que suena como amenaza en boca de los agoreros del euro ¿Te acuerdas de ella? ¿Y de las monedas de los otros países en la cuerda floja? Lira, Escudo portugués, Dracma griego, Libra irlandesa… qué recuerdos de tiempos ¿pasados?

Este museo económico se inauguró hace doce años y medio con invitados ilustres. Aquí, justo en la vitrina de la derecha puede admirar cómo era el escudo portugués. Esa moneda que durante todo el siglo pasado fue pasto de la inflación que llevó a la desaparición de los centavos. La moneda de menor valor era la de un escudo, esa que compartía el color dorado con sus hermanas mayores, las monedas de cinco y diez. El tono plateado se reservaba para los 20 y 50 escudos, y la onerosa combinación dorado-plateado para los 100 y 200 escudos.

Fue más o menos ese valor el que se fijó en 1999, cuando murió. Un euro equivaldría a 200 escudos. Bueno, no. A 200,482. Ya se sabe, cosas del redondeo. Con aquel paso al euro se fueron también los billetes de 500, 1.000, 2.000 y 5.000 escudos. Y, cómo no, el rojizo emblema del Infante Don Enrique ‘El Navegante’, descubridor de las Azores y explorador de África allá por el siglo XV, ese que valía 10.000 escudos que al cambio pasaron a ser apenas 50 euros. Bueno no, 49,879. Maldito redondeo.

A saber la cara que pondría ‘El Navegante’ al saber que el nuevo billete más valioso de su Portugal natal multiplicaría por diez su valor. El euro no respeta a sus mayores. Pero eran otros tiempos. De la inflación del 2,013% de 1999 el país ha pasado a un 3,624% en 2011, con rescate de por medio y varios cambios de Gobierno. De un PIB per cápita de 11.600 euros en 1999 a los 16.000 de 2011. De un enorme crecimiento del 4,1% a perder un 1,6% en 2011.

Justo al lado pueden contemplar al Dracma griego. Era mucho más variado. Tenía una moneda de 50 leptá, que equivalía a medio dracma y que dejaron de emitirse allá por 1986, aunque siguieron circulando. Luego venían en color cobre las monedas de uno y dos dracmas, en plateado las de cinco y diez y en dorado las de 20, 50 y 100. Junto a las monedas se pueden admirar los billetes, el de 100 que se introdujo para sustituir a la moneda, los de 200, 500, 1.000, 5.000 y, con la cara del médico Georgios Papanikolau sobre fondo violeta, el enorme billete de 10.000 dracmas.

Pero llegó el euro y acabó con tanta diversidad. El cambio oficial fue de 340 dracmas por euro. Bueno no, de 340, 75. Maldito redondeo. Eso quiere decir que un dracma valía apenas dos milésimas partes de euro. Y el billete más grande, ese de 10.000 dracmas, 30 euros. Bueno, no, 29,347. Maldito redondeo. A saber la cara que se le pondría a Papanikolau al saber que el billete más valioso que tendría su país multiplicaría por diecisiete su valor. Tanto descubrimiento contra el cáncer para valer tan poco…

El fin del dracma y la llegada del euro fueron el caldo de cultivo de lo que ahora vivimos. Datos manipulados, informes falseados… todo eso permitió que Grecia abrazara la moneda única a riesgo de abandonarla ahora, tras dos rescates, múltiples elecciones y la práctica destrucción de la economía local. De un PIB per cápita de 12.100 euros en 1999 (el doble que alemania) pasaron a los 20.100 euros en 2010 (un tercio más que Alemania). De una inflación del 2,744% en 1999 a una del 2,415% bajo control del BCE en 2011. De crecer un un 5,9% en 2003 a restar un 4,5% en 2010.

Ahí enfrente pueden admirar la lira italiana, la maestra de la devaluación. Con sólo cinco monedas, de 50, 100, 200, 500 y 1.000 liras, y nada menos que siete billetes. Uno de 1.000 liras para sustituir a la moneda, otro de 2.000, 5.000, 10.000, 50.000, 100.000 y, atención, 500.000 liras. Ese billete verde de nada menos que 16 centímetros con la cara Rafael grabada. Al cambio un euro pasó a valer lo que 2.000 liras. Bueno, no. Lo que 1.936,27 liras. Maldito redondeo.

Aunque puede decirse que la llegada de la moneda única simplificó (y de qué forma) la contabilidad italiana, si antes el susto te lo llevabas por pagar tantos ceros por un mísero café, ahora el susto te lo llevas por el encarecimiento de la vida. De un IPC del 2,744% en 1999 a un 3,287% en 2011. De un PIB per cápita de 19.800 euros en 1999 a los 26.000 de 2011. En medio no hay rescate, pero sí la imposición de un Gobierno técnico al que ningún italiano ha votado. De crecer un 3,7% en 2000 a retroceder un 5% en 2009.

Los irlandeses fueron más moderados a la hora de acuñar moneda. Dejaron el metal para los peniques (monedas de uno, dos, cinco, diez, 20 y cincuenta) y la libra. Y los billetes para las 5, 10, 20, 50 y 100. Ahí estaba, sobre fondo verde irlandés Charles Parnell, líder nacionalista del siglo XIX y su lugar de nacimiento. Al cambio una libra fue un euro. Bueno, no. Un euro fueron 0,787 libras. Maldito redondeo.

No salía mal parada la moneda. Un irlandés tuvo que acostumbrarse únicamente a que su mayor billete pasara a valer 127,06 euros, y que su nuevo billete más grande cuadriplicara este valor. Por el nombre y el valor de la moneda pensarás que la libra británica sustentaba a la irlandesa, pero no, llevaba muchos años de camino en solitario por los mercados.

Por el camino, lo que muchos compañeros. Hundimiento, intervención europea, cambio de Gobierno… de una inflación del 3,365% en 1999 a una del 2,453% bajo estricto control comunitario. De un PIB per cápita de 24.300 euros en 1999 a los 34.900 de 2011. De crecer un 10,9% en 1999 a dejarse un 7,6% en 2009.

Y ahí está, cerrando la ruta, nuestra querida peseta. Esa rubia, esas dos pesetas, ese duro, esos dos duros, esos cinco duros, los diez duros, los veinte duros, los cuarenta duros, los cien duros. Cuánto cambiaron. De la rubia a la ‘mini-peseta’. De las ‘chapas’ de cinco y diez duros a la moneda con agujero y la otra con estrías. Cuánto cambiaron en tan poco tiempo.

Como los billetes. El de mil era verde, pero dejó de lado a Pérez Galdós para apostar por Hernán Cortés. El de dos mil era rojo igual, pero pasó de Juan Ramón Jiménez a Celestino Mutis. El de cinco mil era marrón, pero pasamos del Rey a Colón. Y el de diez mil, ese billete azul y fantástico, siguió siendo para el Rey. Con el cambio mantuvimos colores, pero dejamos un poco de lado la cultura y nos centramos en la rama colonial.

Pero para colonización la que trajo el euro. Un euro se cambió más o menos a doscientas pesetas. Perdón, a 166,386. Maldito redondeo. Bueno, da igual. Para nosotros un euro será como cien pesetas. Y así pasaremos de pagar 40 pesetas por una barra de pan a pagar 40 céntimos de euro unos años después. Claro, un 66% más caro, pero a nosotros nos da igual. Porque los salarios subieron igual, ¿no? Antes con cien mil pesetas vivías más o menos bien. Ahora con 600 euros… también, ¿verdad?

Porque ese rea el cambio: una peseta pasó a valer sólo seis milésimas de euro. Tanta estima por nuestra moneda para eso. Y el billete de más valor de la nueva moneda pasaría a valer ocho veces y pico lo que aquel billete azul que tanto nos gustaba. La inflación está más o menos en los mismos valores si comparas aquel 1999 de deberes económicos cumplidos (el 2,918%) y este 2011 que antecede a la intervención bancaria (2,377%) sin tener en cuenta lo que ha pasado en medio. El PIB per cápita ha pasado de los 14.500 euros de 1999 a los 23.300 de 2011. Y hemos pasado de crecimientos espectaculares del 5% en 2000 a dejarnos por el camino un 3,7% en 2009.

Aquí termina la visita al museo. No olvides lo que has visto. Quizá pronto esto deje de ser un museo y alguna de las obras expuestas cobre vida de nuevo.

Foto Lira: Wikimedia Commons

Foto Dracma: Wikimedia Commons

Foto Libra: Wikipedia

Foto Peseta: Wikimedia Commons

Foto Escudo: Hombre de hojalata Wikimedia Commons

Último número ya disponible

#141 Invierno / frío

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>

No te pierdas...