Esto tenía que pasar. Las fotos de amaneceres idílicos con frases vacías de autoayuda tenían que terminar provocando una reacción. Mr. Wonderfuck es esa mosca cojonera que te dice lo que no quieres oir, que se orina en los tobillos de Mr. Wonderful mientras le dice que deje de hacer el parguela porque el azúcar perpetuo no mola nada.
No hace mucho de ello. Con el invierno recién empezado, Pedro Ample se encontraba tomando un café con algunos compañeros de Social Noise, la agencia en la que es director creativo. Hablaban de lo exasperante que resulta el buenrollismo por decreto, la obligación, no ya de ser feliz, sino de irradiar continuamente buenos sentimientos para que no te tachen de querer acabar con la navidad.
«Cogí una servilleta y dibujé un helado de mierda con los dientecitos rotos, como si le hubiesen dado una paliza. Cuando llegué al trabajo, creé la página de Facebook y subí aquello de «2013 va a ser una gran mierda«. Esa tarde la página tenía 400 likes. Y así ha seguido creciendo», explica Ample.
El creativo asegura que, en realidad, Mr. Wonderfuck no es el azote de lo soleado. «Creo que es importante el equilibrio. El exceso de felicidad y positivismo es estúpido, como también lo es esa gente que quiere ser cáustica cada vez que abre la boca», dice.
Basta darse un paseo por Malasaña para darse cuenta de la invasión Maleni que acecha a, al menos, la capital del reino. Con otro paseo por Facebook, en el que caes en la cuenta de que todos tus amigos y amigas se han puesto a hacer complementos personalizados, completas el círculo.
Sin embargo, Pedro Ample insiste. «No odio todo lo cuqui, el handcraft o los postres de fantasía pero, por mucho que te encanten los cupcakes y aunque queden estupendos en un centro de mesa, al final hay que saber comerse unos callos aunque no haya filtro de Instagram que mejore su maldito aspecto».
Mr. Wonderfuck es resultado del tiempo que le ha tocado vivir. La mala uva se respira, se palpa. La situación social y política es una motivación constante por mucho que no constituya el objeto en el que se centra la sátira de Ample. Cree que «hay una desesperación generalizada en el ambiente. Somos una generación acostumbrada a tragar con lo que nos echen y puede que precisamente por eso hablemos de forma más directa», declara.
Su propuesta, más allá de embellecer el escenario con sus ilustraciones plenas de malafollá, es muy peculiar. «Cuando un periódico salga en portada con el titular «Hasta Los Cojones», empezarán a pasar cosas. Si quieren les hacemos un dibujo bonito para acompañarlo, así mitigamos el impacto».
Más allá de la oscuridad que planea en todo el concepto, a Ample le gusta aclarar que, al fín y al cabo, Mr. Wonderfuck es un chiste y que las risas empiezan con él mismo como sujeto de la broma. «Muchas de las creatividades que he hecho se mofan de la persona que las está dibujando. Imagina a un madridista acérrimo dibujando, una hora después de ver perder a su equipo 4-1, algo que viene a decir: «Jódete, a tu equipo le han metido una paliza». Eso pasó la semana pasada. Y resulta hasta terapéutico», confiesa.
Nada, o casi, se libra del ojo de Mr. Wonderfuck. Yorokobu tampoco. Así que aquí llevamos nuestro correctivo (y el vuestro).
«Yorokobu es de hipsters que solo entran a mirar los dibujos y las fotos porque no saben leer muy bien. Mi madre dice que si es una revista japonesa». Nuestras madres también lo dicen, Mr. Wonderfuck.
Mr. Wonderfuck y la obligación de señalar la estupidez
