¿Es el invierno la mierda más grande del universo?

30 de noviembre de 2015
30 de noviembre de 2015
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El invierno apesta. Ya está bien de hacerse el guay con lo de lo bien que se está debajo de la mantita, con lo de las bebidas calentitas, con los cuquis que son los abrigos largos y con lo bonito que es ver caer la nieve tras el cristal de la ventana. NO.
Si el invierno fuera tan genial, todo el mundo cogería sus vacaciones anuales en invierno. Si el invierno fuera tan superguay, los grupos musicales vitalistas serían de Alaska, Vladivostok, Soria o Trondheim. Y no. Los grupos alegres y cristalinos son de California, de Cádiz o de Rio de Janeiro.
Podrían pensar que esto es un ataque gratuito a algo que lleva ahí toda la vida, igual que llevan toda la vida el cáncer, Melendi o Eduardo Inda, pero no. Y hete aquí la argumentación que lo justifica todo en forma de asquerosa lista. Para hacerlo todo mucho más asqueroso, empezamos por the most asqueroso GIF ever.

Uñas

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Ya la palabra uña es asquerosísima. Por eso, llamaremos a esto The Toenails Affair, para suavizar.
Como el amor, que llega así de esa manera, las uñas de los pies se revelan monstruosas en invierno. Nunca hay problema en época estival: si las tienes largas, lo aprecias de inmediato. En invierno, la sorpresa llega como un tigre agazapado tras la maleza bengalí.
La sucesión de aconteceres es la siguiente: un día sales de la ducha por la mañana, te vas a poner los calcetines y ves el tema a traición, por sorpresa. Y claro, como hace ese frío que solo hace las mañanas de enero, optas por ponerte rápidamente el calcetín y no contar nunca a nadie la verdad que se esconde ahí abajo. Total, si nadie lo ve, no existe. Y así hasta que abren la piscina en junio.

El cebollismo

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A partir de ciertos niveles, el frío es frío y no hay más. Es decir, en Helsinki, no te echas por encima una rebequita por si refresca. Las dos opciones allí son o mucho frío o un frío de pelotas. Sin embargo, amigos, esto es España. Hay muchas posibilidades de que, pasado el mediodía, brille el sol y las temperaturas queden en un valor relativamente agradable. Como gestionamos bien el vino pero no el frío, tendemos a escoger el atuendo de manera catastrófica calzándonos una capa de ropa encima de otra ad infinitum «por si acaso».
No amigos, no. Y recordad un corolario de todo esto: el algodón no abriga, la lana sí.

Gafas empañadas cuando sales de juerga

Por lo que tenemos entendido, la Primera Guerra Mundial comenzó porque al Archiduque Francisco Fernando (Franz Ferdinand para los amigos y para los indies recalcitrantes) se le empañó el monóculo justo antes de que le asesinaran y, por ende, se enfadó tanto que se desencadenó el sindios.
Le entendemos perfectamente. Entras en un bar, se te quedan las gafas como al señor Barragán y, aunque sabes que todo el mundo es demasiado maduro como para hacer chanza de una cosa así, sabes que por dentro, en silencio, se están partiendo la caja a tu costa. Cabrones, encima de que veo menos que un gato de escayola os descojonais. Ya os vale.
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El bigote más indie del Imperio Austrohúngaro.

La ropa de invierno es triste y fea

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Y me da igual que le pongáis volantes, colores, botas o lo que sea. La ropa es un accidente social hecho para apaciguar el pudor impuesto por la sociedad a través de los siglos. O algo. El cuerpo está para mostrarse y la ropa solo tiene sentido si se mueve acompasadamente en perfecta armonía con la silueta que la porta.
Si tu prenda favorita es un abrigo o si te gustan los jerseys de ciervo con cuello alto no lucharemos en la misma trinchera.

Hace frío

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«No jodas, Mr. Obvio». Que sea obvio no lo hace menos asqueroso. Cuando hace frío las cosas se enfrían. Sobre todo los pies. Hay algo peor: los campos de fútbol se endurecen, se embarran si llueve y eso propicia que tuercebotas como la mitad de la plantilla del Wimbledon circa 1989 tuviera alguna posibilidad de ganar partidos. No sois conscientes de cómo eso atenta a todo lo bello que tiene la vida.
Si hace frío, además, las terrazas de los bares están desmontadas. O lo que es peor, montadas con estufas de seta y mantas de pelo sintético. Las organizaciones terroristas no atacan gratuitamente sino por cosas como estas.
 

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