Lástima de papel era el simpático nombre de un fanzine que se publicaba en los años 90. Quienes seguimos cautivos de la magia de los periódicos físicos, de celulosa y tinta, a veces nos topamos con fundamentalistas del bit que nos afean nuestra conducta: «¡No compres periódicos! ¡Léelos en la red!». (Opinión)
Pues ustedes me van a disculpar, pero no es lo mismo. Y se da la paradoja de que si nadie comprara el periódico en el kiosco, hay ediciones digitales que al día de hoy no se podrían financiar. El bit mola, pero el átomo también, no seamos excluyentes.
El caso es que el sábado pedí en mi kiosco habitual El País y El Mundo (me encanta cotejar los distintos enfoques de las mismas mentiras). Y el kiosquero se quejó amargamente mientras me entregaba un voluminoso paquete, que pesaba lo suyo:
–Esto lo paga El Corte Inglés y se lo lleva el periódico, pero el trabajo lo hacemos nosotros.
No entendí la invectiva hasta que rasgué el plástico en el que venía retractilado un libraco de publicidad de ¡196 páginas! de los mencionados grandes almacenes. He buscado en vano la indicación de que se trate de papel reciclado. Junto a ese tomo, venía otro de solo 46 páginas de Cortefiel.
Si me regalaran por entregas En busca del tiempo perdido, de Proust, me parecería bien, pero un catálogo de muebles, cortinas, vajillas y toallas…
Entonces me piqué, y husmeando en la red descubrí con estupor y algo de irritación que es mucho más ecológico importar papel de países productores, ricos en bosques y en masa forestal (Finlandia, EE UU y Canadá, principalmente) que reciclarlo aquí. El papel que depositamos en los contenedores acaba en barcos mercantes rumbo a China, y todos los ingresos asociados a ese tránsito no siempre revierten en la ciudad que recolecta el papel. Hay una organización británica, la WRAP (Waste & Resource Action Programme), que se ha preocupado en calcular cuánto contamina reciclar y sus conclusiones son espeluznantes.
El papel reciclado no siempre es tan verde como nos lo venden, ya que en su procesado intervienen agentes químicos muy agresivos, y el reciclaje, como cualquier otro proceso industrial, tiene un impacto en el medioambiente. Por eso es reprobable imprimir una tirada mastodóntica de un catálogo de modas o de regalos y luego aconsejar su reciclaje, como si no hubiera pasado nada.
Aun así, religiosamente, vacío mi carrito de la compra repleto de periódicos una vez al mes en el contenedor de la esquina y tengo la esperanza, pero el absoluto desconocimiento, de que ese pequeño gesto sirva para algo. Demasiadas estafas en los puntos limpios, demasiados casos de corrupción, demasiada España, en definitiva… Porque la política de reciclaje en nuestro país es errática, desinformada, asimétrica y manifiestamente opaca.
Las empresas de reciclaje y procesado de residuos se benefician de la sorda y minuciosa labor de los vecinos y de su concienciación medioambiental. El ciudadano se esfuerza en separar en su casa como buenamente puede, ya que las instrucciones para reciclar multitud de objetos a veces no las conoce ni el Ayuntamiento en cuestión, pero al final nadie sabe dónde va a parar ese dinero.
Por poner un ejemplo que conozco bien, en Edimburgo se puede entrar en una web y averiguar qué día, a qué hora vienen los empleados de reciclaje a recoger qué tipo de residuos a la puerta de casa, en unas grandes cestas de plástico rojas, azules o verdes que previamente nos han entregado. Todo minuciosamente detallado, y con mucha información acerca del destino que se dará al dinero obtenido del reciclaje: programas sociales, mobiliario urbano, mantenimiento de parques, etc. En Madrid con frecuencia tenemos que recorrer distancias considerables hasta depositar nuestras bolsas en el contenedor correspondiente y eso no ayuda, sobre todo si está lloviendo y tienes 70 años o artritis, o simplemente no te apetece salir.
¿Merece la pena reciclar? Pues claro, y así nos lo dicta el sentido común más elemental, pero hay que tratar mejor al ciudadano, informarle y ponerle las cosas fáciles.
Volviendo a El Corte Inglés, me parece una irresponsabilidad imprimir 30.000 libros de casi 200 páginas cada uno y regalarlos con el periódico del sábado, cuando el 99% de esos objetos que no tienen ningún valor cultural intrínseco van a terminar en la basura. Quizás, la próxima vez que el sufrido kiosquero nos entregue un mamotreto publicitario con el periódico deberíamos decir: «No, gracias. Hoy leeré la edición digital».
Porque a veces los bits molan más que los átomos.
¿Reciclar… o no reciclar?
