Las palabras no solo sirven para hablar, también te ubican y definen. Indican de dónde eres, qué época has vivido y qué forma de entender la realidad tienes. Cómo articulas un discurso no solo te ayuda a comunicarte, sino que también enseña qué eres y cómo piensas. Arrancamos un diccionario que bien sirve para definir parte de la idiosincrasia de nuestra generación, ¿nos ayudas?
La lengua es algo vivo, cambiante. Algo que se mueve tan rápido que, a veces, en el intento de fijarla y unificarla, le jugamos malas pasadas. Sucede por ejemplo con la RAE, que en su cruzada para evitar los extranjerismos hasta el límite de lo absurdo acaba aceptando ‘zum‘, pero no ‘zoom‘. Ejemplos hay a patadas de cómo las normativas a veces se dictan a espaldas de la calle.
De hecho, la lengua es algo tan, pero tan vivo y cambiante, que el uso de una determinada palabra en un momento determinado te ubica perfectamente en un contexto, un lugar y una generación concreta. Nadie usa ya ‘guateque’, o ‘carroza’, ni expresiones tan de otros tiempos como ‘walkman’ o ‘molongui’. Pocos fuera de Madrid llaman a nadie ‘tronco’, e incluso la palabra ‘castellano’ tiene unas connotaciones u otras según dónde la digas y para designar qué, si un idioma o una procedencia geográfica.
Las palabras te definen. Y claro, contigo definen a toda una generación. Y este momento histórico en un lugar tan concreto como España es tan intenso que en pocos años ha generado un torrente de neologismos muy particulares. Algunos son extranjerismos, otros nacen como palabras compuestas, otros son nombres o ideas, expresiones de una realidad. Otros, sencillamente, han cambiado el significado que solían tener de forma profunda.
Ciudadanía
La vertiente más prolífica en los últimos años es la de la calle, la ciudadana. Términos como ‘activista de sofá‘ (ese que firma en Change.org, comparte cadenas de mails, retuitea causas perdidas o hace campañas en Facebook, pero nunca sale a la calle a manifestarse) o ‘indignado‘ se han colado en nuestro léxico habitual. Por desgracia también otros como ‘desahucio‘, ‘sin papeles‘ o, más recientemente, ‘emigrante‘ (referido a nosotros, los españoles que nos vamos), también.
En lo social hemos conocido un cambio de significado en palabras como ‘antisistema‘: ahora casi cualquiera lo es, dado el alto grado de descontento con la forma en la que funcionan las estructuras políticas del país. O ‘recortes‘, que ahora es una palabra con un profundo significado político y social.
Luego están las palabras compuestas o variadas, como ‘perroflauta‘, ‘gorrilla‘ o, respecto a lo que suelen hacer muchos inmigrantes, ‘mantero‘ (aquellos que venden música, perfumes y demás en una manta) o su triste variante en las zonas de fiesta, el ‘latero‘ (que vende latas, de cerveza o refresco)
Tecnología
En lo tecnológico hay millones de palabras que antes no usábamos y que ahora están a la orden del día. Antes cuando alguien decía ‘aplicaciones‘ pensábamos en otra cosa, igual que cuando alguien hablaba de ‘la nube‘.
También hay extranjerismos -sería el apartado más numeroso-, con palabras y conceptos como ‘anonymous‘, ‘fanboy‘, ‘responsive‘ (la nueva moda en diseño web) o, en el ámbito político, ‘open government‘. De hecho, si hay algo tan vivo como el lenguaje en estos días es la tecnología: si tuviera que elegir una palabra para definir el momento seguramente sería ‘Quora’, como símbolo de moda consumida a velocidad ultrarrápida y que acaba muriendo de indiferencia como tantas otras (Google Wave) y con otras en un futuro breve (Pinterest o Vine)
Política
En lo político hay también mucha tela que cortar. Ahí las palabras compuestas son las que dominan: ‘neocón‘, que surge con fuerza para desginar una visión político-económica, o ‘pijoprogre‘, ‘socialisto’, ‘sindicalisto’, combinaciones y variaciones para ironizar sobre otras visiones ideológicas.
En lo político es precisamente la ideología la que se nota en las palabras, incluso cambiando su sentido. Sucede, por ejemplo, con ‘caverna‘, que se refiere al grupo mediático más conservador del país, o ‘feministra‘ y ‘feminazi‘, términos acuñados precisamente desde ese imaginario de la caverna para criticar a las ministras mujeres de Zapatero o al feminismo como movimiento. La irrupción de estos vocablos indica, no obstante, todo lo contrario: que lo usual y común es que la presencia de mujeres en las altas esferas sea mucho más usual..
Más recientes incluso son construcciones léxicas como ‘todólogo‘, usada para referirse a los tertulianos recurrentes, sea cual sea el tema del que se hable, o ‘talonmanista‘, acuñado ex profeso para el caso Urdangarín. O las variaciones de significado de otras palabras: para alguien de esta generación y en este momento histórico ‘transparencia‘ no se refiere a una cualidad física, ni ‘sobresueldo‘ se refiere únicamente a un pago extra.
Economía
Ahora estamos familiarizados con términos que hace unos años nunca hubiéramos entendido o, directamente, no existían. Desde el ‘PGOU‘ a la ‘prima de riesgo‘ o la ‘subasta de deuda‘, pasando por el ‘FROB‘ o la ‘troika‘.
Pero este apartado aporta su riqueza con todos los frentes posibles. Hay extranjerismos, como ‘coworking‘, ‘crowdfunding‘ o ‘workohólico‘, y hay palabras que han cambiado de sentido: ahora ser autónomo no se lleva, ahora hay que ser ‘emprendedor‘. Todo para intentar tener ‘trabajo‘, una palabra que también ha variado su carga totalmente porque, aunque signifique lo mismo, no significa lo mismo.
Hay incluso hueco para la creación: empezaron los ‘mileuristas‘, para luego pasar a los ‘nimileuristas‘ y acabar con los ‘ninis‘.
Sociedad
El lugar en el que se construye la lengua, el auténtico taller de las palabras, es allí donde más gente de origen más diverso la usa. Es decir, la calle. Y ahí hay para todos los gustos, según tu ámbito. Del ‘metrosexual‘ al ‘ubersexual‘, pasando por la universalización de lenguajes antes usados solo en colectivos más escondidos, como el homosexual (ahora ‘ambiente‘ y ‘oso‘ no significan lo que antes, por ejemplo).
Pero mientras unos salen del escondite social al que la sociedad les condenó, a otros preferiríamos esconderlos en su lugar: son los ‘nacionalbacalas‘ (o ‘poligoneros‘ o ‘paterneros‘, según de dónde vengas), los ‘tetes‘ y los ‘tronistas‘.
La cosa se complica tanto que ahora para ser moderno tiene que gustarte lo ‘viejuno‘: ser un ‘hipster‘, hacer fotografías con tu ‘lomográfica‘, escuchar grupos eclécticos y ser un ‘gafapasta‘.
Cuánto ‘postureo‘ para tanto ‘pagafantas‘.
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Imagen portada: Atesh Commons dominio público.