Los mismos skylines se repiten una y otra vez en las películas estadounidenses. Ciudades majestuosas, torres, arquitectura impresionante.
La realidad es que el 99,9% del país tiene otro aspecto muy distinto. El de kilómetros y kilómetros de casas unifamiliares. Barrios en los que es necesario recorrer varias millas en coche para comprar una barra de pan. Extensiones gigantescas de chalets donde todo el mundo busca tener su propio jardín y un trozo de sueño americano. Diseños que hacen difícil distinguir si estás en Kentucky o Florida. El coche se convierte en tu mejor aliado para navegar las autopistas elevadas y calles con seis carriles a cada lado.
En este modelo urbanístico fácilmente replicable y carísimo de mantener, Vancouver se ha erigido como un alumno díscolo. En este enclave rodeado de mar, apenas a 50 kilómetros de la frontera estadounidense, los residentes se rebelaron contra las imposiciones de un gobierno local obsesionado con implantar el modernismo en la ciudad y abrir paso al automóvil de forma salvaje.
Ocurrió entre finales de los años 60 y principios de los 70. Funcionarios de la época presentaron un plan para llenar el centro de autopistas elevadas que amenazaban la existencia de barrios históricos como el barrio Chino y Gastown. Los políticos que lo impulsaron acabaron perdiendo las elecciones.
Durante estos combativos años se crearon las bases para un tipo de desarrollo hoy conocido como Vancouverism. Un modelo que ha contribuido a que la ciudad esté año tras año en lo más alto de las listas de urbes con mejor calidad de vida (la validez de estas listas da para otro debate).
La metrópoli canadiense ha demostrado que es posible crear barrios densos con torres de gran altura sin perder de vista la creación de un ambiente acogedor a nivel de calle. ¿Cómo lo han conseguido?
Empecemos con la antítesis del Vancouverismo. Hong Kong también apuesta por construir en alto. En la ciudad asiática cada hueco disponible se aprovecha para construir torres. Hay personas que viven en el piso 30 de un inmueble y, a pesar de la altura donde residen, tienen poca luz natural. Esto no ocurre en Vancouver porque se opta por un modelo que busca garantizar que casi todos los edificios mantengan sus vistas a las montañas que las rodean. Esto se consigue construyendo torres sobre plataformas horizontales que reúnen tiendas, parques, adosados y otros servicios.
Por cada rascacielos que se proyecta, se reserva cuatro o cinco veces ese espacio para construcciones bajas. En palabras de Nate Berg de Atlantic Cities, cada manzana «es una vela encima de una tarta grande y plana». Esto permite la entrada de luz natural a la calle.
Para tener vía libre para construir, las promotoras están obligadas a incluir espacio público, parques y otras instalaciones en sus planes. «Ponemos la mayor parte de nuestra energía en la creación del espacio entre los edificios», explicaba James Cheng, arquitecto y uno de los impulsores de este movimiento en una entrevista.
La ausencia de autopistas y scalextrics hace que mucha gente se desplace en bici, a pie o en transporte público por distancias más compactas que una ciudad que apuesta por construir hacia afuera. Se evita así destruir el enclave natural que rodea Vancouver. La densidad permite a muchos prescindir de tener coche.
Cuando proyectan un nuevo edificio, las constructoras tienen que respetar los 27 pasillos que se han creado a lo largo de la ciudad para garantizar vistas ininterrumpidas a través de ella. Para conseguirlo, se limita la altura de los edificios. «Intentamos que no superen los 220 metros de altura», según James Cheng.
Quizá donde más podemos aprender de Vancouver está en el proceso de toma de decisiones inclusivo. «Es mucho más que tener pasillos que permitan ver las montañas, torres esbeltas unidas a construcciones bajas y carriles bicis. El secreto del éxito de Vancouver está en su proceso de toma de decisiones, donde lo que prima son los valores. Los planificadores locales y las promotoras han trabajado sobre ello en las últimas décadas para formar una visión de consenso sobre lo que su ciudad debería ser y juntos aportar soluciones creativas para conseguirlo», explicaba Patrick Kiger en su artículo How Vancouver Invented Itself.
«El arquitecto y constructor, Amir Virani, tuvo que pasar por un proceso de 18 meses que no solo incluía someterse al escrutinio de planificadores de la ciudad, también exigía organizar reuniones con residentes del barrio que pidieron que apostara por un diseño más innovador y valiente para evitar crear una ciudad de corta y pega», añadía el artículo de Kiger.
Para que te aprueben un plan tienes que sudar, pero es un precio que las constructoras están dispuestas a pagar ya que los proyectos en la zona son muy rentables.
Hoy día, el término ‘Vancouverism’ se usa para celebrar la victoria de la urbe frente al declive del centro que ha asolado a la mayoría de ciudades norteamericanas. Su éxito está cimentado en haber logrado que muchas familias y profesionales vuelvan a ver los beneficios de vivir en el downtown.
Hasta aquí las flores a este modelo. ¿Dónde están sus fallos?
«En la superficie, Vancouverism es un término utilizado para encumbrar un modelo de planificación urbanística. Cuando escarbas un poco, encuentras mucho más. Es una marca global, un commodity explotado por consultores, un modelo de desarrollo que aporta grandes beneficios a unos pocos».
El estudio de investigación Department of Usual Certainties es uno de los más críticos con la evolución de la ciudad bajo estas líneas. Critican la creación de un pequeño entramado que se lucra de este modelo.
«De todos los expertos que difunden el evangelio de Vacouverism, Larry Beasley ha sido el que mayor impacto ha tenido. Nacido y educado en Las Vegas, Beasley se mudó a Vancouver en los años 80, y fue el jefe del departamento de planificación urbanística durante los 90. En la última década ha construido un lucrativo negocio de consultoría internacional donde trabaja con ciudades tan variadas como Dallas, Rotterdam, Ottawa y Abu Dhabi. Seguidor devoto del nuevo urbanismo, (…) Beasley crea una narrativa donde el planificador valiente y visionario defiende las virtudes de vivir en la ciudad y su dinámica vida en la calle. Beasley es el primero en decir que no está intentando exportar el diseño físico de Vancouver sino su proceso, algo que incluye diálogos abiertos con promotores y el público. Sin embargo, cuando miras los renders que han salido de estas sesiones de consulta, hay una tendencia hacia crear diseños casi iguales que los de Vancouver. (…) En Dubai, el nuevo barrio Dubai Marina está basado abiertamente en la zona de False Creek en Vancouver», explicaban en su artículo Vancouverism is Everywhere, publicado en 2010 en la revista Monu.
Una vez colocado su plan urbanístico, Beasley tiene a su disposición un grupo nutrido de arquitectos de la ciudad que lo hacen realidad. Todo se queda en casa, critica el estudio de investigación canadiense. Se apuesta, según dicen, por implantar el modelo en lugares que no tienen nada que ver con Vancouver y cuyas circunstancias requieren otro tipo de urbanismo.
En cuanto a la evolución del modelo en la misma ciudad, el Department of Unusual Certainties denuncia que hay una saturación de apartamentos. «El 90% de los edificios que se han construido en la última década han sido residenciales. Casi no se está construyendo espacio de oficina. Eso significa que muchas personas tienen que ir a las afueras para trabajar. (…) Vancouver podría convertirse en el primer centro de ciudad dormitorio».
Tampoco están de acuerdo con la homogeneidad de muchos de los edificios. «Al ser un movimiento impulsado por las promotoras se ha dejado poco espacio para hacer arquitectura interesante».
De manera similar a lo ocurrido en Barcelona, Vancouver sufre de su éxito. Durante la última década los precios se han duplicado creando un centro poblado por gente adinerada. Las clases sociales más humildes se han visto desplazadas y los jóvenes que crecieron allí encuentran complicado poder vivir en el centro. «¿Mi ciudad está en peligro de convertirse en una utopía sin alma?», se preguntaba Hadani Litmars en una reflexión sobre el fenómeno publicada en The Guardian. La villa canadiense empieza a convertirse en un gueto para ricos según algunos de sus detractores.
Vancouver solo hay uno, y pocos lugares tienen el enclave natural espectacular que posee esta ciudad. Los casos de éxito sirven para aprender de sus luces y sombras. Pero sin olvidar que cada ciudad es un mundo. Cada lugar tiene sus particularidades. Limitarse a copiar y pegar no debe ser el camino. Si algo nos enseña este lugar es que rebelarse contra la casa con jardín como modelo de ciudad es posible y factible.
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Foto portada: Lissandra Melo / Shutterstock.com
La ciudad que se rebeló contra el sueño de vida americano
