80 años de Hiroshima a través de 14 objetos y mucha intrahistoria

Dos libros que rememoran las consecuencias de los ataques nucleares perpetrados por Estados Unidos en Japón hace enfocándose en las víctimas
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Hoy se cumplen ocho décadas de aquella mañana del 6 de agosto en las que a las 8:45, hora local el mundo cambió para siempre en Hiroshima. Ocurrió cuando el Enola Gay, un Boeing B-29 Superfortress estadounidense bautizado con el nombre de la madre del piloto, Paul Tibbets, liberó la primera bomba atómica, de nombre Little Boy. El artefacto nuclear cargado de Uranio-235 haría blanco en la ciudad nipona. Solo tres días después, otro avión, el Fat Boy, con más de 6 kilos de plutonio, haría lo propio en Nagasaki. Aquel doble estallido no solo sesgó la vida de centenares de miles de personas y arrasó kilómetros a la redonda, también marcó el momento en el que la humanidad entendió su poder para aniquilarse.

La espera, del escritor Arthur Binard y el fotógrafo Tadashi Okakura, recuerda lo ocurrido aquel fatídico 6 de agosto a través de 14 de los más de 21.000 objetos que lograron recuperarse de aquella catástrofe y que se conservan en el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. Binard y Okakura lo visitaron en 2011 y retrataron algunos de los que ahora recopilan en un libro, editado por Kalandraka y traducido por la profesora Kazumi Uno, con el que rinden su propio homenaje a quienes perecieron a consecuencia de aquella catástrofe. 

El vestido de Setsuko Fujisawa, de 23 años, y que, a pesar de lograr escapar de los escombros tras la detonación, moriría 12 días después como consecuencia de la radiación, es uno de esos objetos. También están los guantes de faena Souchi Asano, que apenas logró llegar a la casa de un pariente antes de morir de forma casi silenciosa, «como si se quedase dormido». Y por supuesto, el reloj de la barbería de Jiro Hamai, en el ajetreado barrio de Nakajima-Honcho, y que desde entonces marca la hora en la que ocurrió todo. 

 

Escritor y fotógrafo se han querido convertir en La espera en «narradores de historias». Lo hacen tratando de dar narrativa a cada uno de esos fragmentos de cotidianidad que se pararon para siempre con la bomba. «A veces he podido escuchar las voces de estos objetos silenciosos y he tenido oportunidades de conocer las vidas de sus dueños. Hasta que comencé a pensar que, si escuchase con mucha atención, tal vez podría desempeñar un papel de intérprete», cuenta Binard en el prólogo del libro.

Instrahistorias, la mayoría, que solo se entienden en un contexto bélico como el que vivía Japón en aquella época. La propia historia de Souchi Asano es un ejemplo, ya que el joven, apenas un adolescente, se encontraba trabajando en el derribo de edificaciones de la ciudad cuando cayó la bomba, una medida preventiva que el gobierno nipón había adoptado ante los ataques del ejército norteamericano.

Los guantes de Asano, al igual que el vestido de Setsuko o el resto de objetos del museo, siguen hoy, 80 años después, «a la espera» de que sus dueños vuelvan a darle uso. Una espera sinsentido, al igual que la violencia que les dejó en aquel estado. Y la misma que, 80 años después, sigue teniendo vigencia en nuestro mundo.

Homenaje a los hikabusha 

Otro libro que recurre a la instrahistoria para rendir homenaje a los caídos y a las víctimas de aquella brutal catástrofe es el de Agustín Rivera. En Hiroshima, el periodista reúne testimonios de algunos de los últimos supervivientes,  acompañados de las fotografías de Toñi Guerrero. 

 

En el prólogo, Sergio del Molino explica la razón de ser de este proyecto que no es otra que la «enfermedad» de Hiroshima que el autor contrajo y que le contagió el mismísimo Manu Leguineche hace ya tres décadas. Desde entonces, Rivera —según él mismo explica— se convirtió en un «hijo de Hiroshima y Nagasaki», del Japón que deja huella.

Con su libro homenajea a los hibakusha, «a los que nunca deberíamos olvidar». Y remarca la necesidad de rememorar el hecho «que marcó  siglo XX», citando al mismísimo Kapuściński cuando dijo que «llega el momento de comprender al otro, de asimilar esas experiencias ajenas y propias y de interiorizar lo vivido, leído y visto en dos lugares asociados a la memoria colectiva mundial: Hiroshima y Nagasaki».

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Patrick Thomas

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