El 25 de febrero de 2007, hace 14 años, el documental Una verdad incómoda sobre el calentamiento global y sus efectos ganaba el premio Óscar al mejor documental de 2006.
Después de verla, el crítico estadounidense Robert Ebert dijo sobre ella: «En 39 años, nunca he escrito estas palabras en una crítica cinematográfica, pero aquí están: te debes a ti mismo ver esta película. Si no lo haces, y tienes nietos, debes explicarles a ellos por qué decidiste no hacerlo». 14 años más tarde, el problema del calentamiento global sigue de actualidad. Sin ir más lejos, el año pasado, 2020, se registró el año más caluroso desde que se tiene registro, empatado únicamente con 2016.
ENEMIGO PÚBLICO NÚMERO 1: LOS GASES DE EFECTO INVERNADERO
Los principales sospechosos son siete: el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, el ozono, los clorofluorocarbonos y los hidroclorofluorocarbonos. No solo por los efectos nocivos que pueden acarrear para seres vivos que requieren de oxígeno (y pulmones limpios) para respirar. La principal consecuencia de niveles altos de gases de efecto invernadero en la atmósfera es el aumento de las temperaturas terrestres. Y los niveles, ya en 1950, eran los más altos desde hacía milenios.
Ya sabemos cuál es la cadena de acontecimientos. Nuestro uso de los recursos implica la emisión de gases, los gases se acumulan e impiden la salida de los rayos del sol, la temperatura terrestre aumenta (1,2 ºC desde finales del siglo XIX, la mayor parte durante los últimos 40 años, siendo los últimos 7 los más cálidos).
Y de mantener los niveles de los gases en la atmósfera depende todo. Si los gases no bloquean la salida de los rayos solares, las temperaturas no suben. Los seres vivos pueden vivir, los glaciares se mantienen congelados y la salinidad de los océanos es la adecuada para sus habitantes; a lo largo y ancho del planeta se pueden desarrollar millones de especies diferentes.
Pero si aumentan demasiado, se desmorona todo lo demás: se calientan los océanos, se reducen las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, retroceden los glaciares (en todas las partes del mundo incluidos los Alpes, el Himalaya, los Andes, las Rocallosas, Alaska y África); se reducen las cubiertas de nieve del hemisferio norte (la nieve cubre menos y se derrite antes); aumenta el nivel del mar; se reduce el hielo marítimo ártico; se dan fenómenos naturales extremos y aumenta la acidez de los océanos. Y todo ello, gracias a que somos la especie más inteligente del planeta.
BREVE HISTORIA DEL PACTISMO CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO
Hay un motivo para la esperanza y es que en las últimas décadas el consenso científico ha ido acompañado de un (cierto) consenso político. Parece que se pone en marcha definitivamente una estrategia para atajar las causas del calentamiento global. Eso sí, después de varios intentos fallidos como los acuerdos de París (2016) o el famoso protocolo de Kioto (1997). Intentos fallidos por la falta de voluntad internacional y porque aún en enero de 2020 grupos de científicos habían de seguir publicando artículos para alertar de la emergencia climática. Y que, al ritmo al que vamos, será imposible limitar el calentamiento global a los 2 ºC pactados en París hace tan solo cinco años.
Es en ese contexto en el que en los últimos años han surgido las diferentes versiones del Green New Deal, tanto en EEUU como en la UE. En el primer caso, como propuesta de paquete de medidas, de la mano de la congresista demócrata Alexandria Ocaso-Cortez, que terminó quedando en nada: no logró la aprobación del Senado y EEUU se quedó sin pacto contra el cambio climático.
En la Unión Europea, sin embargo, el European New Deal logró la aprobación en todas las instancias del proceso legislativo europeo a partir de una propuesta de la Comisión Europea en 2019.
El objetivo del plan es ambicioso: conseguir la neutralidad en emisiones para 2050. Además, convirtiendo las medidas en la base de una nueva ley europea del clima. Según la propia Unión Europea para «aumentar el uso eficiente de los recursos con el paso a una economía limpia y circular» y «restaurar la diversidad y reducir la contaminación». Y para sancionar al que no cumpla su parte.
Además, desde Bruselas, ante una pandemia global que amenazaba con relegar la lucha contra el cambio climático a un segundo plano, han reforzado su compromiso. En 2020 se anunciaba que parte de las ayudas a la recuperación de la COVID-19 estarían sujetas a su inversión en proyectos que contribuyeran a los objetivos del European Green Deal.
UN PROBLEMA CON 200 AÑOS DE RECORRIDO
La única solución al problema pasa por transformar un modelo industrial y de producción que comenzó a implantarse a mediados del siglo XVIII. Porque la industrialización se llevó a cabo, en gran medida, con la adopción de los combustibles fósiles como principal fuente de energía. Y estos son responsables de la emisión de gases de efecto invernadero (CO2, principalmente, pero no solo) en cantidades, nunca mejor dicho, industriales.
Porque, por mucho que al público general le lleguen las campañas dirigidas a concienciar y los tips para reducir las emisiones domésticas, la cruda realidad es que el cambio de modelo energético, en este caso, empieza por la industria. De acuerdo con la OCDE, del total de las emisiones europeas de CO2, el 22% se originan en la fabricación industrial y un 31% en la producción de energía. Es decir, más de un 50% del total de emisiones de CO2 son necesarias para mantener la industria produciendo.
Y de ahí, uno de los grandes escollos de la transformación a modelos más sostenibles: el coste en puestos de trabajo y salarios del cierre (o transformación) de industrias como la del automóvil o gran parte de la propia industria energética.
LOS PALOS EN LAS RUEDAS DEL GREEN NEW DEAL
El problema es que la situación actual requiere de una actuación coordinada y rápida. Y el reto no podría parecer más inabarcable. Si, en los 70, las alarmas saltaron con los bajísimos niveles de ozono que se registraban en varias zonas del planeta (el famoso agujero de la capa de ozono) y se pudo solucionar, fue porque atajar la amenaza medioambiental solo iba contra los intereses de unas pocas empresas.
En el caso de los gases de efecto invernadero, implica replantear la forma en que viajamos, nos alimentamos, consumimos y producimos. Es decir, la forma en que vivimos. Y de ahí la importancia de un plan como el European Green Deal. Es necesario hacerlo de una forma planificada. Revisar la forma en que producen las industrias conlleva poner en riesgo las economías de todos aquellos que viven del sector energético, del sector de la automoción, de los que viven de la ganadería. Y de tantos y tantos otros. Y ante un reto como ese solo se puede triunfar con un enfoque global.
A pesar de la dificultad que presenta, los pasos dados en los últimos años apuntan en una buena dirección. Especialmente en el caso de la UE, que, de acuerdo con la Comisión Europea, ha sido capaz de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 24% de 1990 a 2019.
En el caso de Estados Unidos, que hace tan solo dos años rechazaba el Green New Deal en el senado, los planes de desarrollo de infraestructura del recién estrenado presidente Joe Biden incluyen parte de las propuestas de aquel paquete de medidas presentado por Ocasio-Cortez y podrían acercar al país a la neutralidad de carbono.
Incluso China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo (su volumen de emisiones es superior al de todos los países desarrollados juntos) a través de su presidente Xi Jinping, ha anunciado que aspira a alcanzar la neutralidad climática en 2060. De acuerdo con los expertos, esta cifra es aún demasiado conservadora de cara a los objetivos de limitar el aumento a solo 2 ºC de temperatura.
La Unión Europea (en bloque) es solo el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, después de Estados Unidos y China. Por eso, el Green New Deal europeo es un paso necesario en la limitación del avance del calentamiento global, pero ni mucho menos suficiente. Señala el camino a seguir, pero necesita del resto de naciones para limitar los efectos del calentamiento global.
Los avisos y los datos están ahí. Las consecuencias empiezan a hacerse notar. No es un tema sobre el que podamos procrastinar ni dejarlo para mañana. Llegamos tarde. Además, en este caso, ni siquiera es necesario decir que lo hacemos por el planeta. Porque en realidad, lo hacemos por la parte que nos toca. Y porque, quizá en diez, en veinte años, nos toque a nosotros explicarle a nuestros nietos por qué no lo hicimos.