Hay palabras que nacen para llevar la contraria. Para rebatir a otras, para desmentir. Para oponerse. En 2014 cayó un término como una bomba en las conversaciones de la calle.
—¿Has visto el reportaje que cuenta que muchos productos vienen con su muerte programada para que tengamos que comprar otro nuevo?
Hablaban de Comprar, tirar, comprar, un documental que desveló la estrategia de venta insaciable de muchos fabricantes y que instaló en el vocabulario un concepto desconocido hasta entonces: obsolescencia programada.
En estas dos palabras se descubrió una perversión mercantil. Eran 23 letras que anunciaban un mundo de aparatos sofisticados que a los pocos años serían una cascarria y un planeta que iba a ir amontonando trastos hasta reventar.
Aquel programa fue una revelación; una sacudida de conciencia. «¡La obsolescencia programada, la obsolescencia programada!», se oían quejíos, indignados, de los que sabían que pagaban por un móvil que incluía entre sus funciones su propio suicidio.
Entonces empezaron a surgir voces que llamaban al renacimiento de los talleres de reparaciones y que pedían alargar al máximo la vida de los dispositivos. La cultura de usar y tirar era una estafa que arruinaba el bolsillo y destrozaba los mares y montañas del globo terráqueo.
En 2016 la asociación Amigos de la Tierra emprendió una campaña que proponía cambiar el verbo tirar por otros mucho más ecológicos: arreglar, compartir, reparar, intercambiar. Y después, como vieron que las posibilidades se amontonaban, decidieron crear una voz que las dijera todas de una sentada: alargascencia.
—Es válido para nombrar al movimiento y a la acción que busca aumentar la vida útil de los productos —dice ahora la Fundéu.
Hasta en el repique de la palabra se oyen los ecos del desacuerdo con la obsolescencia. A la vez que propone estirar la vida de un objeto, en su resonancia, recuerda al enemigo la alargascencia. Incluso el largo del vocablo da idea de su significado: extender, prolongar, dilatar. Es así como se construyen las palabras de diseño, las voces activistas, los términos de laboratorio que nacen con una misión estelar.
Soy profesor de Geografía e Historia y de Ética en Secundaria y Bachillerato. Cuando emitieron este programa, atropellé los derechos de autor y lo grabé para visionario con mis alumnos. Para todos fue como toparse contra un muro que siempre ha estado ahí, pero que nunca has visto. Desde entonces, la obsolescencia programada se ha convertido en enemigo cotidiano al que hay que combatir todos los días. Si no todos, creo que una parte muy importante de mis alumnos ha tomado conciencia del tema y actúa de forma habitual 3n consecuencia. Piensa global mente pero actúa localmente. Breve pero estupendo artículo.
El problema es que lo mejor de la tecnologia está en muy pocas manos, y si quieres un móvil de los más avanzados por poner un ejemplo, no hay manera de librarse de la obsolecencia programada, porque aunque todo se reduce a un programa informatico,esta tan incrustrado en el sistema operativo que es imposible eliminarlo sin estropear el programa base. La pregunta sería si realmente necesitamos un terminal con 64 gigas de memoria por decir algo.
En artefactos de no tanta tecnologia puntera; siempre nos queda la opción (mas cara eso sí) de optar por los aparatos profesionales, poniendo por ejemplo un taladro (uno profesional te durara toda tu vida si no eres un instalador).
Yes.
Pues si la lavadora, nevera y horno de mi abuela son Superser y como tal ya llevan más de 30 años en funcionamiento. No miento.
[…] http://www.yorokobu.es/alargascencia/ […]