Alfred Cointreau se describe en su cuenta de Instagram como epicúreo. Al encargado de propagar y cuidar la imagen de tan insigne apellido le tira el hedonismo, disfrutar de los sorbos dulces que ofrece la vida bajo cualquier circunstancia. A sus 33 años de edad, representa a una familia que lleva más de siglo y medio de experiencia en la elaboración de un licor único.
De lo que él define sintéticamente como «un auténtico icono». Y su labor —que en las tarjetas profesionales se cobija bajo el epígrafe de heritage brand manager, algo así como administrador de la herencia de la marca— es mantener ese legado. Y lo quiere hacer cumpliendo dos máximas: la de ser fiel a su ADN y la de conectar con las nuevas generaciones.
«Cointreau tiene una sangre joven, pero un gran pasado detrás», resume. El delegado de esta gran compañía expresa el orgullo y la responsabilidad que conlleva ver tu nombre en una etiqueta o en vallas publicitarias durante una charla en la que recuerda a sus ancestros, bromea sobre algunos aspectos del negocio y comparte sus últimos descubrimientos en España, como que este licor de naranja es ocasionalmente un ingrediente de la sangría: «Nunca lo habría imaginado, pero también es cierto que en Francia se usa en cócteles que fuera se verán imposibles», ríe este amante de un buen margarita.
El miembro de esta estirpe de empresarios lleva a Cointreau por bandera. Habla de Angers, la localidad donde se instaló la fábrica y en la que vive, como una parada obligada en el país galo. Y aprovecha para resaltar la influencia del licor incluso en esta población de unos 150.000 habitantes: «No solo está el inmueble original, que desde siempre tuvo las puertas abiertas a las visitas, y existe una relación muy estrecha con la ciudad, sino que en fotos antiguas se ve a los tranvías con los anuncios colgados o grandes carteles repartidos por varios sitios clave», indica, volviendo a esas décadas del siglo XIX en las que empezó a desarrollarse este licor.
Por aquel entonces, el triple seco Cointreau ya comenzaba a ganar un espacio en el mundo de los destilados. Nacido en 1849, su unión de un sabor fresco y azucarado, pero con una gradación de alcohol que no lo convirtiera en crema, servía tanto de elemento principal como de toque maestro en combinados. Y su imagen se imponía entre los estantes tanto de los locales especializados como de los domicilios particulares: frente a la base redonda y la transparencia, destacaban su estructura angulosa y sus reflejos ambarinos, reconocibles a distancia.
La forma cuadrada del diseño optimiza el espacio, señala Alfred Cointreau, que rememora cómo la inspiración vino de la mano de Lisa, la mujer de uno de los fundadores. Y tenía como referencia al envase de los perfumes. «No era una bebida, sino una fragancia», esgrime. Y portaba, además, esa filosofía de lo exclusivo. «Es esa mezcla de varias cosas, de lo cítrico con lo sabroso y del toque femenino con lo glamuroso. En el siglo XIX no existía una botella así», apunta quien viste con una llamativa pajarita y un remache con forma de vaso triangular.
Gracias al cambio reciente, el último significativo desde hace 140 años, actualiza ese emblema y lo funde con el espíritu del siglo XXI. «Es mantener el ADN, el legado», anota, repitiendo estas palabras que forman parte recurrente de su vocabulario, «pero ligada al momento en el que vivimos». Las alteraciones, por ejemplo, aúnan lo moderno con las exigencias que marca el medioambiente.
«Hoy usamos más vidrio, porque el cuello es más largo para facilitar el manejo a los camareros, pero es el mismo peso, es más fino. Y dos tercios de este material son reciclados», detalla. En el proceso de la elaboración, añade, se ha reducido el uso de agua: antes era 1,8 litros por cada litro (incluido el lavado) y ahora es solo de uno.
Su tapón es de cobre, en homenaje a ese alambique con el que se fermentaba la fruta. Y en la etiqueta está la naranja, matriz del licor, y el boceto de una vivienda con un estilo modernista. «Detrás de un gran nombre siempre hay una casa, así que la hemos puesto como símbolo familiar para rememorarla», advierte Alfred, que aboga por vincular este patrimonio a un consumo sensato y duradero más que a una moda pasajera.
También parece que es ese el hilo de los tiempos. «Quizás hay más tendencia a disfrutar lo que bebes que la cantidad, porque no es divertido; hay más consciencia en tomar menos, pero mejor», resuelve, aportando (como buen epicúreo) su visión de gozo refinado.
Desde su firma, concede, siempre se ha luchado por eso. «Prefiero que alguien beba unos centilitros habitualmente a que se tome varias copas una noche y no lo vuelva a probar», cavila quien estudia a diario las costumbres de la gente y de cada país para planificar una estrategia comercial a largo plazo y acorde al alma de la marca.
Alfred considera el éxito no como una bomba de ventas o una campaña agresiva, sino como la posibilidad de comunicar, de transmitir la esencia y permanecer a pesar de lo inestable de la realidad. «Hay que innovar y buscar nuevos conceptos, pero lo importante es la receta y la calidad: evolución, pero no revolución», puntualiza el heredero, dejando clara su postura: «Cointreau es Cointreau. Puedes tener otros licores parecidos, pero no son lo mismo».