Siempre se ha dicho lo de la pausa para la publicidad. Ese momento en el que los pocos que vemos la tele nos levantamos para ver si se han repuesto los yogures en la nevera o vamos corriendo al baño antes de que empiece de nuevo nuestra serie favorita o esa mierda que nos tiene enganchados.
Alvaro Naddeo utiliza los anuncios para vivir, es parte de la industria que los hace. Y cuando acaba su jornada laboral, comienza la de artista.
Álvaro trabaja en una agencia de publicidad pero por las noches, desde hace cuatro años, cuando sus dos hijos se acuestan, se encierra en el estudio que ha montado en el garaje y saca su arsenal de acuarelas.«Poder vivir de esto teniendo una familia lo veo un poco arriesgado. Además creo que si se convirtiera en un trabajo fijo, no sería tan libre haciendo lo que hago. En cuanto a los temas que elijo pintar, realmente yo soy mi jefe y no tengo que rendir cuentas a nadie», aclara el brasileño.
Naddeo es de São Paulo, pero ha pasado parte de su vida viajando. Vivió en Lima durante ocho años, Nueva York durante cuatro, Tampa otros dos y actualmente en Los Ángeles compagina su trabajo como director de arte con su labor artística. Aquí lleva algo más de un año.
Una vez cumplidos los 40 se puso en serio con la pintura. Hasta entonces, había visto a su padre —ilustrador— dibujar y se sentía intimidado al no estar a su altura. «Ahora me doy cuenta de que el talento es una cosa, pero el ejercicio puede ayudarte a desarrollar el talento», explica el artista tardío.
Haber tenido la figura del ilustrador en casa fue muy importante y decisivo para él. «Le doy todo el crédito por haberme expuesto desde muy temprano a tantos artistas, por ser el ejemplo a quien yo copiaba dibujando en el piso de su estudio, (igualito que mi hija ahora) y por todo el incentivo en general. A él le tengo que agradecer la disciplina, el ser prolijo y ordenado, ser observador y curioso», comenta.
Con 18 años no se atrevió a seguir los pasos de su padre. Hoy, más de 20 años después, demuestra su talento con los detalles y el realismo mágico de una obra que parece contradictoria a su trabajo de día. «Mi estilo es realista en lo que se refiere a perspectivas, espacio, texturas y materiales, pero con algunas libertades “mágicas” como, por ejemplo, jugar con proporciones o no respetar las leyes de la física, la gravedad, la racionalidad o el sentido común», aclara.
Sus acuarelas exploran lo cotidiano otorgando a la realidad un nuevo valor y un aspecto más estético. «Me parece un desafío interesante buscar y encontrar belleza en lugares donde no se supone que la hay. Observo las condiciones de vida de la parte menos favorecida de la sociedad, de los lugares donde he vivido y cómo el resto de la sociedad se relaciona con esa situación, parte ayudando y parte ignorando o peor, generando esa situación. También es una mezcla y contraste de lugares y culturas por donde he pasado».
La utilización de las acuarelas fue un poco por necesidad. Cuando comenzó a pintar a diario, vivía en un apartamento diminuto en Nueva York y allí no le entraba ni un caballete ni un lienzo. Una caja de acuarelas de 12 colores fue la solución.
Su proceso es metódico y aunque no boceta en libreta, sí que hace un primer esbozo a lápiz antes de usar color, normalmente en hojas sueltas. A veces, agrupa imágenes utilizando Photoshop para luego abandonar lo digital por lo analógico. Cuando no dibuja de memoria, tiene los materiales como modelo o desde fotos que toma, pero nunca proyecta sobre el lienzo.
Su trabajo artístico es, en cierto modo, una crítica a la sociedad que él mismo ayuda a vender. Una especie de purga entre tanto consumismo. «Como publicista trabajo en la creación del deseo y como artista critico el consumo exagerado. Sé que es contradictorio, pero imagino que es posible homenajear al diseñador y al mismo tiempo criticar la cultura consumista», concluye.
Ahora toca ver si hay yogur en la nevera.