Desde que los músicos cuentan historias, también existen los que tienen que anunciar que esas historias van a ser contadas. El poder evocador de las canciones es innegable, pero para los incapaces de generar imágenes en la mente a partir de los sonidos, existen los carteles y las portadas de los álbumes. Álvaro P-FF se dedica a eso, a anunciar mediante un tráiler en forma de póster o cubierta la película que luego va a ser cantada.
Álvaro P-FF es ilustrador y diseñador, pero él no quería ser ilustrador y diseñador cuando era pequeño. Él quería ser lo que todos los niños provenientes de una familia decente quieren ser: estrella de rock.
Desde pequeño, su panda de amigos se articulaba en torno a la música que devoraban en sus casas, de los conciertos a los que iban, de las conversaciones acerca de los grupos que les gustaban. Su habitación era un gran museo de carteles de conciertos y fotocopias de portadas de discos. «Ese era mi mundo adolescente», dice, el lugar en el que compartía crecimiento con su hermano, ahora socio en The Fly Factory, su estudio de diseño. Por eso, sus expectativas eran lógicas. «Lo que pasa es que tenía una absoluta carencia de aptitud para el ritmo», lamenta. Fin de su carrera como músico.
Álvaro se crió en Malasaña, un barrio madrileño en el que, por supuesto, hervían los grupos que transitaban por universos plagados de bajos, baterías y guitarras. De hecho, el diseñador cuenta que todos sus amigos acabaron formando grupos en la época. Él quedó exento por incapacidad, pero no se alejó del mundo del rock. «Mientras estudiaba en la universidad, empecé a crear pósteres y portadas para todos los grupos de mis amigos: Protones, Berracos, Vinillos… ¡En eso nos hemos quedado!», cuenta.
Tenía sentido. Cuando comienzas en una actividad que pretendes que sea profesional, tiras de colegas para tratar de arrancar. «Los contactos que tenía eran todos musicales: tenían grupos o trabajaban en sellos musicales. Todo sigue siendo parecido», declara. Sin embargo, no tardó en ampliar el ámbito y comenzar a trabajar para otros.
Álvaro tiene dudas a la hora de concretar fuentes, pero no oculta que le ha marcado la cultura skate y que, de adolescente, compraba tablas de Alva, Santa Cruz o Powell Peralta por sus ilustraciones. Le gustan grandes nombres de la cartelería como Coop, Frank Kozik o Shepard Fairey y nombres nacionales como Toño Camuñas, Mik Baro, Don Rogelio J, Roberto Argüelles o Borja Buenafuente. «Imagino que mis influencias vienen de ahí», asume con naturalidad. «También me encanta toda la imaginería mexicana y religiosa, que suele ser bastante cañera».
Álvaro utiliza esa información almacenada en su disco duro y, a partir de ahí, comienza su proceso de trabajo con pico y pala. «Comienzo a rebuscar en libros, webs, a mirar todo lo que ha hecho ese grupo hasta el momento… Es como encontrar la veta en la mina. Cavas y cavas hasta que de repente aparece la idea y te lanzas a ella. Después suelo empezar a dibujar garabatos sin sentido e ideas y finalmente lo redibujo en vectorial».
El resultado es explosiones socarronas y provocadoras repletas de colores planos, clásicos iconos del rock y tipografías traídas de otras décadas. Dice que «no es lo mismo trabajar para Capitán Entresijos que para Irma Thomas, aunque todos tienen una serie de elementos estéticos comunes». Estos elementos son los pilares en los que Álvaro se apoya para crear una identidad gráfica propia.Se siente muy orgulloso de los trabajos que ha hecho para Redd Kross, L.A. o Fountains of Wayne y ahora se muestra especialmente ilusionado con la próxima criatura que va a nacer. «Acabo de terminar el próximo disco en directo de Bunbury y ha quedado salvaje. Me ha dado total libertad y he trabajado muy a gusto con él», señala. Además, es habitual de bandas que, gracias a él, son una referencia en cuanto a identidad gráfica en esta cosa del rock. Sex Museum, Los Coronas, la extinta Vacazul y el propio Depedro, The Soundtrack of Our Lives y un buen puñado de festivales han trabajado junto al madrileño.
Álvaro P-FF es una luz entre las nubes, un islote en un océano de homogeneización dominado por el efecto Ticketmaster. Todos los pósteres son iguales y todas las entradas son iguales: feas. Y cuesta lo mismo hacerlas bellas. «El origen del problema viene por dos lados. El primero, la falta de dinero en la música. El segundo, que, por ejemplo en Madrid, el Ayuntamiento está multando por poner carteles en la calle. Solo se hace cartelería en A3 para pegar en los bares. Al final se tira de una foto y una tipografía para anunciar el concierto. Asimismo, cada vez más se están anunciando los conciertos solo por redes sociales».
Nos queda, sin embargo, el consuelo de imaginar un mundo lleno de calles forradas de carteles, grandes lienzos ilustrados que te obligan a salir a un bar a mover la cabeza, alzar los cuernos y, al fin y al cabo, seguir rockeando en un mundo libre.